Tardó más Citigroup en hacer pública su decisión de vender Banamex que en iniciar una suerte de puja mediática por esa institución financiera, la más longeva del país, resultante, en 1884, de la fusión del Banco Nacional Mexicano y el Banco Mercantil Mexicano. Eso sí, hasta ahora sólo son “ofertas” de salida, pero de cualquier suerte la autoridad fiscal ya activó la alerta ante la eventual evasión, vía mercado bursátil, de la parte vendedora (léase la trasnacional estadunidense).
El problema es que los nombres de posibles compradores que comienzan a circular son los mismos de siempre, es decir, los integrantes de la minoría rapaz que específicamente se quedaron con la banca reprivatizada por Carlos Salinas de Gortari (para finalmente ser “rescatada” por el Fobaproa y extranjerizada en su mayoría), se beneficiaron con esa política salinista (Carlos Slim y su banco Inbursa, por ejemplo) o de plano obtuvieron autorización de los gobiernos foxista y calderonista (como pago a su “desinteresado apoyo”) para operar instituciones chatarra (como en el caso de Azteca, en 2002, de Ricardo Salinas Pliego, una suerte de tienda Elektra disfrazada de banco). Así, mientras no se rompa el círculo perverso de que todo es para el mismo grupúsculo –que de por sí concentra muy buena parte de la riqueza nacional–, entonces México no avanzará.
Pero bueno, es tal la fiebre desatada por el anuncio de Citigroup que hasta el convaleciente mandatario mexicano le entró a la cábala. Ayer, en plena mejoría de salud, López Obrador dijo que la decisión de vender Banamex “no es mala, pero podemos convertirla en algo muy bueno si se logra mexicanizar este banco, que era de mexicanos (en realidad, su origen fue una mezcla de accionistas nacionales y foráneos, con los franceses a la cabeza). Ahora, si se cumplen con los procedimientos legales –desde luego se tiene que pagar el impuesto– pueden ser inversionistas nacionales que se queden con Banamex, regresarlo al país”.
Y comenzó la apuesta: “celebro que Ricardo Salinas Pliego haya manifestado su interés de comprar Banamex; él tiene ya Banco Azteca y creo que tiene los recursos suficientes para hacerlo”. Mejor que el de los abonos chiquitos pague los impuestos que debe y después, si se anima, entre a la puja por esa institución financiera. Este personaje es uno de los más ricos entre los ricos del país (su fortuna ronda los 13 mil millones de dólares, sin olvidar que su amigo Raúl Salinas de Gortari le “prestó” para comprar Imevisión) y su historial es más que oscuro.
López Obrador destapó otra carta: “lo mismo podría pensarse de Carlos Slim, de Inbursa”, el empresario predilecto desde tiempos de Carlos Salinas de Gortari y el más rico de México. Este personaje no se anotó en el proceso de reprivatización bancaria de 1991-1992. Fue más práctico: obtuvo autorización para operar un nuevo banco sin ningún tipo de pasivos y con la clientela más pudiente del país.
Una más: “Carlos Hank González, de Banorte”, uno de los herederos de la voluminosa fortuna –de dudosa procedencia– de su abuelo, el profesor del mismo nombre y apellidos, e hijo de Carlos Hank Rhon (otra joyita ligada, entre otras gracias, a los turbios negocios del Laredo National Bank) y Graciela González Moreno, a su vez hija de Don Maseco. Este personaje de la farándula financiera forma parte –igual que Ricardo Salinas Pliego– del consejo asesor empresarial del propio López Obrador, quien, por lo mismo, debiera abstenerse de promoverlos.
Para redondear, el mandatario mexicano comentó que el empresario regiomontano José Javier Garza Calderón –conocido como El Manitas– “me mando un recado, que ellos podrían también, junto con otros inversionistas, reunirse para comprar el banco y debe de haber muchos otros inversionistas, banqueros mexicanos. Desde luego, esto no significa impedir que participen en la convocatoria, subasta o licitación extranjeros. No somos chovinistas, pero sí nos gustaría que se mexicanizara este banco”.
En fin, las fortunas conjuntas de las tres cartas destapadas por Andrés Manuel suman cerca de 80 mil millones de dólares (muchos de ellos gracias a los bienes nacionales), y van por más, porque no tienen llenadera.
Las rebanadas del pastel
Bajo la consigna de “ni un peso atrás”, sigue la pataleta del comandante billetes y su vociferante escudero Ciro Murayama, quienes se niegan a reducir gastos, apretarse el cinturón y sacar adelante el proceso de consulta de revocación de mandato.