El 01/10/21 escribí en este espacio: “Es una doble pena. No sólo miles de hectáreas se convirtieron en humo este verano en el mundo, sino que estos incendios provocaron emisiones récord de CO₂. Así dice el mensaje que me envió Miguel Valencia, líder de la lucha en México contra el cambio climático (CC). Me he percatado que todos debemos poner el horror del CC en nuestra agenda como la 1ª prioridad, siguiendo a Naomi Klein quien, en This Changes Everything: Capitalism vs the Climate (edición en español: Esto lo cambia todo), narra que durante años pensó que el CC habría que dejárselo a los especialistas, hasta que se dio cuenta que esto era mirar a otro lado o voltear la cara, otra forma de negar el CC”. Desde entonces, todas las entregas de Economía Moral se han referido al CC. Ayer vi, en Netflix, la película No mires arriba ( Don’t Look Up), cuyo guion sintetiza así Wikipedia: “Kate Dibiasky, futura doctora en astronomía, descubre un nuevo cometa. Su profesor, el Dr. Randall Mindy (Leonardo DiCaprio), calcula que el cometa impactará la Tierra en seis meses y es lo suficientemente grande como para causar un evento de extinción en todo el planeta. Ambos tratan de advertir e informar sobre el peligro, pero a la sociedad pareciera no importarle ni tomar conciencia sobre su gravedad”. La película es una alegoría y una parodia sobre la indiferencia de (casi) todos (“La indiferencia del mundo”. “Que al mundo nada le importa”, del tango Yira, yira, del cual José Steinsleger cita otros versos este miércoles en La Jornada) no ante la derrota del Atlante, no sobre el candidato del PAN, no sobre quién ganará el Óscar a mejor sonido, no sobre los nuevos cambios en el gabinete de AMLO, sino sobre ¡la alta probabilidad de la extinción de la humanidad en este siglo! En la película, la presidenta de Estados Unidos, Janie Orlean, protagonizada por Meryl Streep (con cabello del mismo color que Trump), cuando el cometa es ya visible a simple vista, emprende una campaña centrada en el eslogan no mires arriba, mira al suelo o al frente (en contraposición al no mires a otro lado de Naomi Klein) y mantener el negacionismo colectivo: no hay tal cometa gigante, como Trump exclamaba no hay cambio climático. La película ha sido vista, en todo el mundo por más de 100 millones de personas, lo que muestra el poder potencial del cine, sobre todo en streaming, para hacer conciencia y movilizar a la población. La duda es qué proporción de personas entendieron que la catástrofe de ficción del cometa gigante es una alegoría de la catástrofe real que viene del cambio climático. La actitud de la presidenta de EU y de los medios ante la amenaza del cometa es una parodia de la actitud prevaleciente en los gobiernos del mundo, empezando por el de Trump (cuando se escribió el guion de la película) y siguiendo con los gobiernos actuales de la inmensa mayoría de los países y, en particular, del de México, que actúa como si no hubiera CC, priorizando la producción y uso de combustibles fósiles.
Martínez García ( La Jornada, 12/01/22) acierta cuando dice que la película es “un acercamiento hiperbólico a la cultura de la banalización que predomina en EU” y que generaliza al señalar que si bien es en EU donde la trivialización “exacerbada que presenta la película tiene su expresión más acabada, crece por todos lados y a ella no son ajenos personajes políticos que, supuestamente, irían a contracorriente de la lógica del show business: búsqueda incesante de clientela y consumidores acríticos”. También acierta al señalar que el “tono exagerado del filme sobre las conciencias adormiladas es una crítica demoledora al pensamiento idiota”. Explica que la etimología de idiota proviene del griego y se refería a una persona que no se interesa por los asuntos públicos, sino sólo por sí misma. Martínez García también destaca el sarcasmo de la película sobre la prevalencia cultural de lo superfluo, de que lo no divertido carece de interés, así como que la búsqueda frenética de diversión nos está transformando en consumidores de chatarra. En mi entrega del 1° de octubre señalé también: “No quiero tener que decir dentro de algunos años volteé la cara, miré a otro lado” y anuncié que, por ello, iniciaba la serie de entregas sobre CC que ya está en su 4° mes. La película ha logrado que en los diarios de México (y de otros países) se hable un poco más del cambio climático, como el excelente artículo de Martínez García. El director de la película expresó que “el impacto de un cometa contra la Tierra es una metáfora de lo cerca que estamos de acabar con el planeta en que vivimos y lo poco que hacemos para frenarlo. Políticos ineptos, medios de comunicación que callan la cruda realidad, ciudadanos negacionistas”. Muchos políticos y medios en México debieran ponerse el saco que les queda a la perfección.
No mires arriba presenta dos opciones para impedir el impacto del cometa en la Tierra: el sugerido por los científicos: bombardearlo lejos del planeta y desviarlo de su ruta, que es la solución científica probada con poco riego de fracaso; la otra solución, del empresario tecnológico ultracodicioso que descubre los valiosos minerales del cometa, quiere apropiarse las enormes ganancias que generarán y convence al gobierno que es la mejor opción: atacar el cometa cuando esté cerca, convertirlo en miles de rocas grandes que caigan al mar, recuperarlas y valorizarlas. Es una opción de muy alto riesgo, no probada científicamente, y si falla la consecuencia es la extinción. Estas dos opciones son un excelente símil de dos corrientes contrapuestas entre los ecologistas para enfrentar el CC con una revolución ecológica. John Bellamy Foster (JBF) en The Ecological Revolution (2009) señala: “la primera se describe bien como una revolución ecoindustrial que busca por medios exclusivamente tecnológicos, tales como sistemas energéticos más eficientes, crear las bases para un desarrollo capitalista sustentable”. La ve como una forma de modernización ecológica en la cual las innovaciones tecnológicas se desarrollan como nuevas oportunidades de mercado. En este enfoque se mantiene inalterado el compromiso con la acumulación ilimitada de capital y con un orden que sitúa las apetencias privadas artificialmente generadas por encima de las necesidades sociales e individuales. La 2ª opción, que es la que promueve JBF, es una revolución ecosocial más radical que pone énfasis en la necesidad de transformar la relación humana con la naturaleza, así como las relaciones sociales de producción. La meta es recuperar relaciones socioecológicas más orgánicas y sustentables que supondrían un cambio civilizatorio. La primera es una apuesta altamente riesgosa, como la del cometa fragmentado en grandes rocas: que el capitalismo podrá acomodar los cambios ecológicos. Los autores de esta corriente, como Nordhaus y Stern, prescriben no combatir el CC de manera fuerte, pues el daño económico de hacerlo sería enorme. Proponen aceptar niveles de concentración de CO₂ en la atmósfera y de aumento en la temperatura media (incluso hasta 6 °C) muy por encima de lo que sostienen los científicos naturales. Las ganancias capitalistas por encima de la preservación ecológica, la civilización y la vida humana. Estos economistas sostienen que enormes cambios en el clima producirían una baja minúscula en la economía, menor a la derivada del combate frontal al CC. Es mejor la inacción que el combate frontal al CC.