Si uno se deja llevar por la alharaca de los medios hegemónicos imperialistas, llega a la conclusión de que las tropas rusas están a punto de ocupar Ucrania y plantar en el corazón de Kiev la bandera de las franjas blanca, azul y roja. Y hasta puede imaginar, que como ocurrió con la Alemania nazi ante el contragolpe soviético, sus divisiones motorizadas estén calentando los motores para repetir lo mismo en Europa. Si hace años podíamos hablar con rigor de una histeria anticomunista, hoy podemos hacerlo por igual de una rusofobia, que considera al Kremlin como una grave amenaza para la “civilización occidental”. A ese extremo ha llegado la catarata de mentiras, calumnias y especulaciones, casi siempre sin fundamento, que se tejen sobre la política exterior e interna de la Federación Rusa. En efecto, todo indica que Moscú ha concentrado un fuerte dispositivo militar en la frontera con Ucrania, pero a la vez no se ha cansado de asegurar, por boca del propio presidente Vladimir Putin, del canciller Serguei Lavrov y de otros diplomáticos importantes que no se propone invadir Ucrania. En otras palabras, las unidades militares de la potencia eslava están en la frontera entre los dos países con otros objetivos. No es difícil suponer que constituyen una baza negociadora ante EU en vista de la constante expansión de la OTAN hacia Rusia y una herramienta de disuasión ante la agresiva presencia de tropas ucranias en el este de ese país con asesores y armamento enviados por EU y otros países de la OTAN en violación de los acuerdos de Minsk. Mucho más cuando entran en una etapa muy importante las negociaciones de Moscú con Washington, la OTAN y la Unión Europea sobre garantías de seguridad para Rusia y ésta busca distender la situación político-militar con los aliados occidentales.
La realidad es muy distinta del ruido mediático imperial y un examen sereno de los hechos así lo confirma. Tras la pantalla de la OTAN, Estados Unidos no ha hecho otra cosa que extenderse militarmente hacia el este desde el derrumbe soviético (1991), incluidas agresiones militares. Contrariamente a lo prometido verbalmente por el entonces presidente de EU George H.W. Bush y su secretario de Estado James Baker a Mijail Gorvachov, de que la OTAN no se expandiría en dirección a las fronteras de Rusia, también asegurado a éste por el canciller alemán de la época, Helmut Kohl. Resulta que no sólo no ha parado de crecer en ese rumbo, sino que ya en 2004 incorporó a su membresía a los tres países bálticos ex soviéticos fronterizos con Rusia: Estonia, Letonia y Lituania, donde, al igual que en Polonia, mantiene permanentemente misiones de combate.
Cuatro años después de la disolución de la URSS, EU, con bandera de la OTAN, bombardeó las posiciones serbias en Bosnia durante la guerra de Kosovo y, no conforme con ello, procedió a la secesión del enclave, de un enorme simbolismo para Rusia y los pueblos eslavos en general. En 1995 llevó a cabo una criminal campaña aérea contra la ex Yugoslavia y cuatro años más tarde sumó como miembros a Hungría, Polonia y República Checa. A lo que siguieron los ingresos de Bulgaria, Eslovaquia y Eslovenia. En resumidas cuentas, incumpliendo la palabra dada a Gorvachov por EU, todos los países del ex campo socialista europeo, los integrantes –excepto Serbia– de la ex Yugoslavia y tres repúblicas ex soviéticas engrosaron las filas de la OTAN luego del colapso soviético. A ello deben añadirse las revoluciones de colores y provocaciones en el área ex soviética. Entre ellas, la provocación antirrusa montada por EU e Israel en 2008 al armar y empujar a Georgia contra las tropas de paz de Moscú en Osetia del Sur, que llevó a un duro contragolpe del Kremlim. También, sumamente grave y preludio de la extraordinaria tensión existente hoy entre Rusia y EU, el golpe de Estado, con muy activa participación de formaciones paramilitares neofascistas, contra el presidente electo de Ucrania, Víctor Yanukovich (2013), favorable a una relación amistosa con Rusia, que condujo a reintegrar a Crimea a la potencia eslava. Durante el golpe y las manifestaciones del llamado Euromaidan, animaban los disturbios en Kiev la entonces y ahora subsecretaria de Estado de EU, Victoria Nuland –asociada de George Soros–, y el difunto senador estadounidense John MacCain.
El año pasado publiqué en estas páginas un artículo en dos partes titulado ¿Nueva guerra fría? ( La Jornada, 1º y 8 de abril). Pero hoy, ante la escalada antirusa –y también, antichina– que presenciamos, no me cabe duda de que procede usarlo de modo afirmativo. El informe ante los medios, tanto de los voceros rusos como estadunidenses sobre las conversaciones bilaterales sostenidas en Ginebra el 10 de enero y las declaraciones del viceministro ruso Alexandr Grushko sobre la reunión Rusia y OTAN dos días después no dan cabida por ahora al optimismo sobre un posible entendimiento.
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