Sucedió en el hospital regional uno del IMSS, pero desde luego pasa en cualquier otro lugar de atención médica de esa institución, que ha sido muy dañada por un burocratismo anquilosante que nace de un mal entendido sindicalismo que da al traste con todas las buenas intenciones de la transformación propuesta desde el centro de decisión del gobierno.
Muy temprano, a las 5:30 o 6 de la mañana, en el hospital Carlos Mac Gregor Sánchez, de Gabriel Mancera 222, el tiempo se convierte en una cadena de humillaciones que debe soportar mucha gente enferma.
Una mujer de la tercera edad, con paso cansino que le impone el tiempo de vida, cruza el pasillo y entrega su cartilla, requisito para obtener alguna respuesta a los servicios que solicita. En su caso sólo requiere de la receta que le autoriza un medicamento, sólo seis letras del puño de un médico. Nada más.
Deposita la cartilla que formará parte de un cerro de identificaciones, las cuales deberán ser validadas por alguien que en algún momento del día llegará a su puesto, revisará y con su consentimiento dará acceso al derechohabiente al siguiente episodio de la pesadilla.
La costumbre de amontonar las cartillas, siempre en el orden de llegada, no sirvió. Una mujer malhumorada, enfundada en un uniforme a punto de romperse y ceder a lo abultado de sus carnes pregunta a gritos: “¿quién les dijo que pusieran esto aquí?” No obtiene respuesta, la gente tiene miedo a represalias y acto seguido ordena que los retiren. La gente se organiza y se forma conforme su hora de llegada. La mujer enojona ya no está, tal vez regrese pronto a llamar a los formados.
Ha pasado casi una hora. Con su cartilla la señora de la tercera edad, después de otra fila breve pero que lleva su tiempo, pide su expediente. Alguien le da un papel con el que tiene que ir a la siguiente ventanilla en otro piso.
Ya hay gente formada. La atención tarda, la búsqueda de expedientes, aún en papel, se hace en estantes en los que se guardan las carpetas con datos de los demandantes, y eso consume muchos minutos que la gente tiene que soportar sin salir de la formación.
Por fin llega frente al empleado que se pierde en un pasillo. Pasan 15 minutos, el hombre regresa con las manos vacías y una mala noticia: “no está su expediente”.
–Búsquelo, no sea malito –suplica.–No, eso sí es muy difícil.–Tengo aquí toda la mañana. Estoy cansada, hágame el favor.
Él la mira, con un “espéreme” levanta buenas expectativas en ella. Es la primera vez que recibe ayuda de un empleado. Largos minutos después el burócrata vuelve con el documento. “Lo pusieron en otra letra, aquí está. Ahora lo mando para que la pasen con el doctor”.
Otra ventanilla y una más la espera. Esta vez el tiempo pesa sobre la piernas de la mujer que por 35 años pagó sus cuotas al Seguro Social, las cuales se restaban de su salario para obtener los servicios de salud que demandaría su vejez. Luego de media hora se acerca a la ventanilla, no la han llamado. Pregunta por su expediente y le responden que no lo han recibido y que puede tardar. Quince minutos después escucha su nombre en voz alta. Por fin puede entrevistarse con el médico. La atiende una enfermera y le dice que el doctor, con quien no puede hablar, sí le va a dar la receta, pero sólo para una dosis. Ella pide que le surtan una cantidad mayor. Los trámites la cansan mucho. La enfermera le pregunta: “¿Qué no entiende? Eso es todo”.
A pesar de todo la señora va feliz, tiene la receta en su mano y va a la farmacia. Ahora hay que hacer una larga fila. Ya pasaron siete horas desde que llegó al hospital. Por fin está en el mostrador y no oculta su satisfacción. Hasta parece triunfadora, pero su rostro se contrae cuando le informan que no le pueden surtir el fármaco que requiere, pero le dan una esperanza: “Vuelva en 15 días, a lo mejor ya hay”.
Más encorvada que hace más de siete horas, la mujer se aleja. Lo único que le parece bien es que en dos semanas, cuando regrese, sólo hará la fila de la farmacia. Mira la orden del médico para guardarla: “Esta receta sólo es valida las próximas 72 horas”…
De Pasadita
¿De verdad tendremos que ser tan ingenuos como para creernos aquello de que la venta de Banamex no tiene implicaciones más allá de las estrictamente financieras?