Este inicio de año promete aventuras y, claro, también los inevitables problemas para una gobernanza fluida. Tiempo propicio para atisbar hacia delante. Y esto se puede hacer de diversas maneras. Lo aconsejable es explorar, con elementos propios y otros datos asequibles, los cursos que seguirán las diversas acciones ya en marcha o anunciadas. Serán ellas las que determinarán, en los días y meses venideros, la llamada actualidad. También se abren oportunidades para ensayar la crítica que ayude a calibrar mejor el conjunto de decisiones y sucesos. Las circunstancias, siempre condicionantes por sus variados orígenes e intensidades, forzarán conductas y actitudes. Obligarán, se quiera o no, a procesarlas con las precauciones debidas. No puede soslayarse que, este mismo año, permite renovar, tal vez hasta con mayor encono, las condenas que vienen poblando el ambiente colectivo.
Los obstáculos que ya se pueden ver con suficiente claridad es preciso, al menos, enumerarlos. La pandemia, con sus inevitables oleadas, obligará a tenerla presente debido a sus consecuencias sobre la salud, la convivencia y la inquieta actividad económica. La inversión, crucial supuesto que incide directamente sobre el crecimiento, volverá a ser inestable y manipulable factor. Romper su estancada capacidad, ya certificada desde hace varios años, se tornará constante presión para la toma de decisiones. El débil crecimiento, a todas luces insuficiente en el pasado, exigirá su robustecimiento para preservar la tranquilidad social. La violencia de origen criminal se ha incrustado en la vida cotidiana de la nación como disolvente indeseado y solicita, con dolores, gritos y lamentos, sujetarse a control por sus cruentos daños. No puede aceptarse como un presente continuo y cuasi normal. Todo esto y temas adicionales serán parte sustantiva del panorama venidero. Son, en efecto, extensión de un pasado que se resiste a desaparecer, muy a pesar de las redobladas acciones públicas para, al menos, aminorarlos. Pero tampoco son consecuencias de su torpe, equivocado o malévolo tratamiento desde el poder público.
Lo importante estriba en visualizar lo que vendrá pero teniendo en cuenta la camisa de fuerza que ha impuesto y sigue abotonando la pandemia. Ningún gobierno del mundo se ha librado de sus terribles consecuencias. Muchos han hasta caído en espirales destructivas o desarreglos e inestabilidades peligrosas. Achacar malos resultados económicos o falta de agilidad para ajustar variables, sesgando el acoso del trasmutado virus, es actuar de mala fe. La crítica no puede ignorar, en sus planteamientos, tan radical malestar.
La inflación no puede, tampoco, usarse como arpón de propia creación o torpe manejo. Bien se sabe, no sólo su importación, sino también sus causas ya bien exploradas. Es tan cierto, como real, el rompimiento de cadenas de suministros, no sólo en el extranjero, sino las internas del aparato productivo.
La oposición ha echado todos sus recursos al asador para encharcar este sensible año que será definitorio. Llamaron en su auxilio a los espíritus de siempre, los que asumen de más peso (Krause y compañía), aunque sean ya de muy pasadas, por esquemáticas, sus plegarias libertarias en que se envuelven. Le volvieron a soplar, al dispuesto oído neoliberal del The Economist, para esparcir sus enumeraciones de errores cruciales –que no lo son– y redoblar sus vaticinios de tragedias nacionales que no llegarán. Han soltado toda una cadena de rumores de quiebres partidistas (Morena) y pleitos entre funcionarios de gobierno, para evidenciar el supuesto descontrol del mando ejecutivo. Se ataca ya sin tapujos el alegado adelanto de la sucesión presidencial, cuando siempre ha estado presente en la vida política. La diferencia es que ahora se ha ventilado y se sujeta a pública observación y tratamiento.
Lo curioso es que no se llega en la discusión predictiva a lo que subyace en la actualidad y en lo que se atisba para este año. Es posible que sea la búsqueda de resortes que permitan asegurar el manejo abierto y transparente de la sucesión venidera. Una que pueda mantener el supuesto básico del modelo vigente: gobernar para el pueblo y no para una élite. En este año eso, precisamente, estará presente en el juego electoral. Fortificar, con votos, el deseo de continuar el modelo ya mostrado en sus líneas críticas. El futuro bienestar de un pueblo que ha sido en su amplia base tan maltratado, es un asunto de estricta justicia. No se trata de acumular palancas de poder o simpatías para insuflar vanidades. Se trata de consolidar apoyos políticos mayoritarios. Se requiere renovar fuerzas, sentires y voluntades para continuar con el trabajo transformador en marcha. Será en este 2022 cuando se podrá constatar ese propósito ya antes mandatado.