“¡Viva Lucio Cabañas!” gritaban rabiosos 15 mil albañiles en paro, encargados del revestimiento de 29.4 kilómetros del canal del Valsequillo, que va desde el sur de la ciudad de Puebla, donde comienza la presa Manuel Ávila Camacho, hasta Tecamachalco, mientras tomaban la obra. Estaban apoyados por 40 compañeros suyos a caballo, armados con lo que pudieron. Cuando los soldados llegaron a “poner orden”, se toparon con la firme resolución de los paristas. Se conformaron con requisar la dinamita de las bodegas de la constructora.
“¡Arriba los macuarros! ¡Arriba la indiada! ¡Viva Lucio Cabañas!”, exclamaban meses después en manifestación festiva miles de trabajadores de la construcción en la primera huelga general de facto de esa industria en Puebla, que paralizó casi todas las edificaciones de la ciudad. Los inconformes eran, en su mayoría, nahuas de San Miguel Canoa, San Aparicio, la Resurrección, Azumiatla, Tepeaca y Amozoc. Protestaban porque sus compañeros, que construían la fábrica de Chicles Adams, habían sido reprimidos. También por sus propias peticiones.
Corría 1974, y los albañiles, el Frente Activista Revolucionario (FAR) y lo que quedaba del Frente de Autodefensa del Pueblo (fundado por el FAR), brigadearon la ciudad, para denunciar la terrible explotación y el maltrato que los alarifes sufrían y difundir sus demandas: jornada de ocho horas, seguro social, sanitarios, prestaciones y, en lugar de pago a destajo, salarios dignos. La huelga fue un éxito.
La ficha de Miguel Ángel Rosas Burgess ( Beryis), cofundador del FAR y organizador comunista, elaborada por la Procuraduría General de Justicia poblana, es una especie de almanaque de esas protestas. Lo identifica como “extremista y agitador desafecto al gobierno”, “ex estudiante de la Universidad Autónoma de Puebla (UAP) y de la Preparatoria Popular Emiliano Zapata”, dirigente de la Liga de Soldadores y ex miembro de la COR, y lo responsabiliza de “la paralización de gran número de obras, entre ellas las instalaciones del Seguro Social”.
El uso de los militares contra los huelguistas estaba lejos de ser una excepción. “Varias veces nos echaron el Ejército –cuenta Beryis–. Así lo hicieron en una instalación de almacenamiento de Pemex, en San Martín Texmelucan. Ahí nos tuvimos que salir por unos túneles del desagüe. Una cosa horrible.”
Parte de esa insurgencia sindical en Puebla, pero también de programas de alfabetización (en Tecamachalco) y colaboración en tomas de tierras en comunidades rurales, la organización de vendedores ambulantes, inquilinos y colonos, participación en la reforma universitaria y en comités de lucha de la UAP, entre 1969 y 1979 fueron resultado del trabajo político del FAR.
El FAR fue creación del Movimiento Marxista Leninista Mexicano, organización maoísta, conocida como Los Mamelucos. Según Luciano Ruiz Chávez, integrante de la ultraderechista Yunque en la Ciudad de los Ángeles, “en la universidad había como cuatro o cinco cabrones que eran de una célula maoísta, que realmente fueron los que empezaron lo de Tlatelolco” (https://bit.ly/3HCXf0P).
De acuerdo con Miguel Ángel, esos “cabrones” a los que se refiere Ruiz Chávez, “son quienes nos forman. Esa célula fundamentalmente era de derecho, y (antes de 1968) también estaba Carlos Martín del Campo. Y no sé, es probable que también Julieta Glockner (quien después se incorporó a las Fuerzas de Liberación Nacional y fue asesinada a tiros por el Ejército en 1975). Aunque los dos no eran de derecho, eran de ese grupo de militantes a los que desde 1964 les pusieron Los Activistas. Por eso es que, después, cuando formamos nosotros el FAR, adoptamos esa denominación, como herederos de la militancia que nos antecedió.
Los Activistas de los que el FAR reivindica su legado, desempeñaron un papel central (según narra Frtiz Glockner en su apasionante libro Voces en rebelión. Puebla 1964) en las luchas universitarias contra la ultraderecha y por la reforma universitaria, y en el movimiento cívico estudiantil-popular (el movimiento lechero) que provocó la caída del gobernador Antonio Nava Castillo en 1964.
En su origen, el FAR estuvo formado por dos células, de unos cinco y seis militantes cada una, hasta convertirse en una agrupación de entre 100 y 150 integrantes, muchos armados, en la lógica de la autodefensa. Habían participado en manifestaciones contra la guerra de Vietnam y por la liberación de Mandela.
Se educan principalmente en la acción, y en círculos de estudio, en los que leen textos de Marx, Lenin, Stalin y Mao Tse-Tung. Algunos de sus militantes visitaban la Sociedad de Amigos de la República Popular de China. Distribuían Pekín Informa y China Reconstruye, además de las obras de Mao. Realizaban simultáneamente trabajo clandestino y abierto. No reivindicaban públicamente ninguna acción.
Difundían acciones y comunicados del Partido de los Pobres. Para “volantear”, según Berys “doblábamos las hojas, pero no al máximo. Las agarrábamos de un lado, de manera que quedaran flexibles. Y las aventábamos y se abrían todas. En el centro de la ciudad teníamos el conocimiento de todas las puertas y pasos hacia las azoteas y las salidas, para distribuir desde allí los volantes a las marchas y manifestaciones, o para cualquier cosa que se tuviera que hacer”.
El FAR no tuvo continuidad como organización. La represión lo diezmó y obligó a sus integrantes a replegarse, salir del estado, dedicarse a la academia o participar en otros movimientos sociales.
El fruto más acabado de su activismo es la Unión Popular de Vendedores Ambulantes 28 de Octubre, que nació bautizada a sangre y fuego. Rubén Sarabia, Simitrio, su dirigente histórico, que ha pasado más de la mitad de su vida en cárceles, fue parte del FAR. La organización ha sobrevivido a más de cuatro décadas de acoso y represión (https://bit.ly/336jrBm). Su historia está plasmada en Street democracy, el brillante libro de Sandra C. Mendiola.
La experiencia del FAR poblano nos muestra cómo la democratización del país y la derrota de la derecha son producto de un amplio abanico de luchas populares desde abajo, no necesariamente conocidas ni reconocidas.
Twitter: @lhan55