A inicios del siglo XXI, en plena evolución de lo analógico a lo digital, el artista y promotor cultural Francisco Toledo (1940-2019) tuvo el acierto de conservar y reforzar el laboratorio de impresión fotográfica en el Centro de las Artes San Agustín (CaSa), en Oaxaca.
La fotógrafa Lorena Alcaraz, cuyo diplomado de formación de impresores de fotografía tradicional en blanco y negro en CaSa cumple 10 años, recuerda el momento: “Todos estábamos en el proceso de cambiar a lo digital; incluso, pensábamos que lo analógico iba a desaparecer. El maestro Toledo, en lugar de abandonar este medio tradicional, lo apoyó, contrario a muchas universidades y fotógrafos que desmontaron sus cuartos oscuros. Tuvo la visión de defenderlo”.
Entonces, creó un taller oscuro de primer mundo: “Es un laboratorio enorme, de cinco por 10 metros. Hay espacio para lavar 10 fotografías al mismo tiempo”. En entrevista, Alcaraz hace hincapié en “la necesidad de apoyar la objetualidad que en ese momento se veía tan frágil, porque, justo la fotografía, como objeto, estaba en un campo peligroso”.
Para la impresora, fue una decisión “muy pertinente, porque ahora con más razón hay que crear objetos fotográficos para mantener la memoria. Imprimir el objeto fotográfico con estas técnicas tradicionales de impresión fina que garantizan un tiempo de permanencia muy largo”.
Actualmente, el laboratorio ha integrado a la fotografía digital: “Ya se empieza a ver lo analógico y lo digital como técnicas hermanas. Las imágenes digitales se convierten en negativo y terminan siendo un objeto fotográfico en plata gelatina”. De acuerdo con Alcaraz, el resultado de conservar el laboratorio “contra viento y marea” se percibe en los 58 alumnos (siete por curso) que ha formado: “Muchos están integrados en procesos tanto históricos como muy contemporáneos, con la herramienta de lo que aprendieron y reflexionaron en el laboratorio de CaSa”.
La entrevistada detalla que la fotografía, cuando se hace en un laboratorio, es “física y sensorial: hueles, escuchas, ves y tocas. En el mundo de la fotografía el laboratorio tiene mucha fuerza creativa”.
El diplomado de formación de impresores es único en el país por su utilización de un revelador ecológico, diseñado en 2004, a petición de Toledo con apoyo de Gerardo Montiel. La fórmula no contiene metales pesados ni agentes tóxicos, señala Alcaraz. Ese mismo año, la fotógrafa, por conducto de Graciela Iturbide –para quien imprime desde 1996–, fue invitada a probar la fórmula del revelador ecológico, por el entonces Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el Centro Nacional de las Artes y CaSa.
La empleó en “negativos de diversas complejidades” y encontró un “revelador noble que da mucha profundidad”. Debido a eso, se le encargó la producción e impresión de la carpeta Animalía, de Toledo, Pablo Ortiz Monasterio, Graciela Iturbide y Pía Elizondo, con un tiraje de 50 ejemplares.
La próxima edición del diplomado dará inicio el 20 de enero, “si la pandemia lo permite”. No se efectuó en 2020 ni en 2021. Se divide en seis módulos y se aborda uno por mes a lo largo de tres días. Alcaraz ha tenido alumnos que son fotógrafos, impresores, docentes, artistas y hasta poetas. “Es una herramienta abierta a todos los ámbitos, porque genera muchos intercambios”, dice.
El diplomado empezó como un taller aleatorio, que se hacía una vez al año y consistía en tres días de impresión. Luego, se decidió a hacer algo “más vigoroso”, porque se trata de que el alumno esté “bien formado en lo técnico”. También comprende mucha reflexión teórica sobre el papel del impresor como “canal interpretativo, que con su intuición y su mundo simbólico, trae el negativo a la vida”, por lo que los alumnos hacen varios ejercicios, como el autorretrato y el collage. Culmina en un proyecto final con “una narrativa de autor”.
A partir del diplomado se ha generado una “comunidad de ex alumnos sólida, no sólo en el ambiente oaxaqueño, donde más impacta, sino en cualquier otro donde se encuentra un ex alumno”, afirma la entrevistada.