Sin duda alguna se viven momentos de caos político: las barreras ideológicas cedieron al embate de los dineros; las convicciones se diluyeron frente a paradigmas disociados de la identidad nacional, por ejemplo, y entregados al afán de reconocer al poder sólo mediante la fuerza de lo económico, y los partidos políticos, todos, siguen rumbos erráticos, zigzagueantes, divorciados de los motivos que les dieron vida.
La derecha partidista, en su voracidad dejó atrás los valores que la hacían convincente frente a ciertos sectores de la sociedad, y ha fracasado en su intento de aparecer como el administrador de los recursos públicos que beneficien a los grandes patrones, porque se enfermó de corrupción.
Así, despojada de valores éticos y corrupta, la derecha partidista, confundida en su ser político, vende la idea de ser la representante de los grandes capitales y con ello atrapa las ambiciones de otros organismos ya sin identidad, apenas con membrete, que buscan sobrevivir en un mar de contradicciones.
Cierta izquierda que no entendió que en política todo centro es derecha –como hemos repetido en muchas ocasiones en este espacio–, se volvió nada en la lucha por el poder y hoy toma oxígeno de otros pulmones para ampliar una vida política que se les va extinguiendo.
Pero los males se contagian y Morena no es inmune. Mario Delgado, presidente de ese instituto político, tendrá que tomar, con carácter de urgente, las decisiones que vacunen a su partido del virus del “centro” que amenaza con infectarlo.
Jesús Ortega, en el PRD puso en marcha el experimento y en su afán de correrse hacia el lado de los “triunfadores” mutó a los amarillos en algo políticamente alterado, irreconocible. Ahora el mal ya vive en Morena. Limpiar de tajo eso que amenaza con pudrir al partido, ese síndrome de los amarillos, tiene que arrancarse de raíz y esa es la tarea de Delgado.
Mario Delgado no puede, por ningún motivo, dejar que el mal avance, caso contrario será él a quien se culpe del deceso de Morena como organismo de izquierda. Se sabe del mal, se sabe cómo actúa y hoy el pretexto de la pluralidad y la libertad de pensamiento no sirven para mitigar el daño.
Pero si la idea, aún no manifiesta públicamente, de Delgado va de la mano con los deseos de otros militantes por llevar al partido al “centro” político, este es el momento de pedirle, desde todas las tribunas, que abandone el cargo.
No es con discursos engañosos o aparentes convencimientos como se podrá evitar un episodio de muerte en Morena. Se requieren acciones profundas, acordes con la identidad del partido –si aún no la ha perdido– para consolidar a la organización como el instrumento del pensamiento de izquierda que hoy gobierna, y que busca trascender.
De pasadita
Antes de que las aguas salgan de madre, la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, debe poner orden en el juego político en la ciudad, y esto porque sin querer llamar mucho la atención, pero con mucha intensidad, Clara Brugada, hoy alcaldesa de Iztapalapa –la más pobre y conflictiva de la capital–, ha estado dedicando buena parte de su tiempo a conversar con empresarios para confesarles su deseo y pedir su apoyo para alcanzar la candidatura de Morena al gobierno de la ciudad.
Tomás Pliego, hoy al frente de Morena en la Ciudad de México, sabe que Clarita está en campaña y hasta ahora no ha exhibido ningún gesto al respecto, aunque sabe lo que eso significa.
Sin embargo, si la cosa es transparentar la lucha, bien podría la jefa de Gobierno dar a conocer los nombres de quienes pretenden ocupar su puesto.
Y si no le toca a ella, para eso está Pliego, a fin de cuentas él no puede negar, porque cada vez es más obvio el trabajo de Brugada en favor de su idea de gobernar la ciudad. Lo que no se puede hacer es seguir ignorando lo obvio. Eso sí está muy mal.