Para oponerse a la nueva forma de totalitarismo en ciernes se necesita comprender en qué se parece y se diferencia de los sistemas totalitarios anteriores. Dice C. J. Hopkins: “Las similitudes son obvias: la suspensión de los derechos constitucionales, gobiernos que mandan por decreto, la propaganda oficial, los rituales de lealtad pública, la ilegalización de la oposición política, censura, segregación social, cuadrillas de acosadores uniformados armados que aterrorizan al público, etcétera”.
Pero las diferencias no son tan obvias. Sostiene que el totalitarismo New Normal se diferencia fundamentalmente de los totalitarismos del siglo XX en términos “de su ideología, o aparente falta de ella”. “Mientras que el totalitarismo del siglo XX era más o menos nacional y abiertamente político, el totalitarismo New Normal es supranacional y su ideología es mucho más sutil. La Nueva Normalidad no es el nazismo ni el estalinismo. Es un totalitarismo capitalista global, y el capitalismo global no tiene una ideología, técnicamente, o mejor dicho, su ideología es la ‘realidad’ ”.
Pero la diferencia más significativa es cómo el totalitarismo de la Nueva Normalidad “patologiza” su naturaleza política, haciéndose efectivamente “invisible” y, por lo tanto, inmune a la oposición política. Mientras que el totalitarismo del siglo XX usó su política en la manga, el totalitarismo New Normal se presenta como una reacción no ideológica (es decir, tecnocrática, suprapolítica) a una emergencia de salud pública global”. Y, por lo tanto, sus características totalitarias clásicas (por ejemplo, la revocación de los derechos y libertades básicos, la centralización del poder, gobernar por decreto, la vigilancia policial opresiva de la población, la demonización y persecución de una clase bajo la figura del “chivo expiatorio”, la censura, la propaganda, etc.) “no se ocultan, porque son imposibles de ocultar, sino que se recontextualizan en una narrativa oficial patologizada”.
Así, los “Untermenschen” (subhumanos) de la Alemania nazi se convierten en “los no vacunados”. Los alfileres de solapa con esvástica se convierten en máscaras de aspecto médico. Los documentos de identidad arios se convierten en “pases de vacunación”. Las restricciones sociales irrefutablemente insensatas y los rituales obligatorios de obediencia pública se convierten en “confinamientos”, “distanciamiento social”, etc. “El mundo está unido en una guerra total goebbelsiana, no contra un enemigo externo (es decir, un enemigo racial o político), sino contra un enemigo patológico interno”.
Añade que esa narrativa oficial patologizada es “más poderosa (e insidiosa) que cualquier ideología, ya que funciona no como un sistema de creencias o ethos, sino como una ‘realidad’ objetiva”. No se puede discutir ni oponerse a la “realidad”. “La ‘realidad’ no tiene oponentes políticos. Aquellos que desafían la ‘realidad’ son ‘locos’”, es decir, “teóricos conspiparanoicos”, “antivacunas”, “negadores del covid”, “extremistas”. Y, por lo tanto, la narrativa de la Nueva Normalidad también patologiza a sus oponentes políticos y los despoja de “legitimidad política” mientras proyecta su propia violencia sobre ellos.
Según Hopkins, como en toda sociedad totalitaria, en la sociedad de la Nueva Normalidad el miedo y la conformidad serán omnipresentes. A diferencia de la ideología racializada de los nazis, la ideología y la simbología de la Nueva Normalidad serán patológicas: “El miedo a la enfermedad, la infección y la muerte y la atención obsesiva a los asuntos de salud dominarán todos los aspectos de la vida. La propaganda paranoica y el condicionamiento ideológico serán omnipresentes y constantes. Todos se verán obligados a usar mascarillas para mantener un nivel constante de miedo y una atmósfera omnipresente de enfermedad y muerte, como si el mundo fuera una gran sala de enfermedades infecciosas (…) Así como los nazis creían que estaban librando una guerra contra las ‘razas subhumanas’, los Nuevo Normales librarán una guerra contra las ‘enfermedades’ y contra cualquiera que ponga en peligro la salud pública al desafiar su narrativa ideológica”. (Ver Hopkins, “La invasión de… los ‘Nuevos Normales’”, 10 de agosto de 2020).
La guerra de la propaganda
C. J. Hopkins sostiene que todos los sistemas totalitarios de la historia han utilizado el poder de la propaganda visual para generar una nueva “realidad”, una que reifica su ideología oficial, rehaciendo el mundo a su propia imagen paranoica. Dice que el totalitarismo New Normal no es una excepción.
En su texto “La guerra de la propaganda (y cómo combatirla)” toma como ejemplo al periódico londinense The Guardian –socio de fundaciones de plutócratas como Rockefeller, Gates y Soros− del 17 de julio de 2021, y tras reproducir una serie de notas e imágenes sobre la “pandemia” del covid-19 señala que no se trata simplemente de periodismo “tendencioso” o “sensacionalista”: es propaganda oficial sistemática, no diferente de la difundida por cualquier otro sistema totalitario a lo largo de la historia. Pide olvidarse del contenido de los artículos y observar el efecto visual acumulado, y dice que se trata menos de hacernos creer cosas, de crear una realidad oficial e imponerla a la sociedad por la fuerza. “Cuando se trata de conjurar una nueva ‘realidad’, las imágenes son herramientas extremadamente poderosas, tanto o más que las palabras”. (Contrarrelatos, 20 de julio de 2021).
Señala que el objetivo de ese tipo de propaganda no es simplemente engañar o aterrorizar al público: “Eso es parte de ello, por supuesto, pero la parte más importante es obligar a la gente a mirar estas imágenes, una y otra vez, hora tras hora, día tras día, en casa, en el trabajo, en las calles, en la televisión, en Internet, en todas partes. Es así como creamos la ‘realidad’”.
Esa es, también, la razón por la que las máscaras obligatorias han sido esenciales para el despliegue de la ideología de la Nueva Normalidad. Afirma Hopkins: “Obligar a las masas a llevar máscaras de aspecto médico en público fue una jugada maestra de propaganda. Sencillamente, si puedes obligar a la gente a vestirse como si estuviera yendo a trabajar en la sala de enfermedades infecciosas de un hospital todos los días durante meses… ¡listo! Tienes una nueva ‘realidad’… una nueva ‘realidad’ patologizada-totalitaria; una ‘realidad’ paranoica-sicótica, parecida a una secta, en la que las personas antes semirracionales han sido reducidas a lacayos parlanchines que tienen miedo de salir a la calle sin permiso de ‘las autoridades’ y que están inyectando a sus hijos con ‘vacunas’ experimentales”.
Añade que el mero poder de la imagen visual de esas máscaras, y el verse obligados a repetir el comportamiento ritual de ponérselas, ha sido casi irresistible. Afirma: “El hecho es que la gran mayoría del público ha estado realizando robóticamente ese ritual teatral, y acosando a los que se niegan a hacerlo, y así simulando colectivamente una ‘plaga apocalíptica’. Los Novo Normales no se están comportando así porque sean estúpidos. (Lo hacen) porque están viviendo en una nueva ‘realidad’ que ha sido creada para ellos en el transcurso de los últimos meses por una masiva campaña de propaganda oficial, la más extensa y efectiva en la historia de la propaganda”.
Según Hopkins, la gran mayoría de los “obedientes Nuevos Normales” no son fanáticos totalitarios: “Están asustados, y son débiles, así que siguen órdenes, ajustando sus mentes a la nueva ‘realidad’ oficial. La mayoría de ellos no se perciben a sí mismos como adherentes de un sistema totalitario o como segregacionistas, aunque eso es lo que son. Se perciben como personas ‘responsables’ que siguen ‘directivas sanitarias’ sensatas para ‘protegerse’ a sí mismos y a los demás del virus y de sus ‘variantes’ mutantes en constante multiplicación”.
¿Cómo se llegó a ese estado de cosas? A través de un programa de cambio de comportamiento, dice Hopkins, en el que millones de personas en el mundo no son conscientes de la agenda final ni del contenido completo del paquete. “Se les bombardeó con una propaganda aterradora, se les encerró, se les despojó de sus derechos civiles, se les obligó a llevar mascarillas en público, a realizar absurdos rituales de ‘distanciamiento social’, a someterse a constantes ‘pruebas’ (...) Cualquiera que no cumpla con ese programa de cambio de conducta o que desafíe la veracidad y racionalidad de la nueva ideología es demonizado como un ‘teórico de la conspiración’, ‘negacionista del covid’, ‘antivacunas’”.
Pero para rehacer el mundo en su imagen paranoica, para remplazar la realidad con su propia ‘realidad’, las clases dominantes de GloboCap −plantea Hopkins− echaron mano de la fuerza de la policía y el ejército, de los medios de comunicación masiva hegemónicos, de los “expertos” y científicos, de la academia y la industria cultural. De toda la maquinaria de fabricación de ideología.
Para él no hay nada sutil en ese proceso. Normalmente, lo que se requiere para que las sociedades se acostumbren a nuevas realidades es una crisis, una guerra, un estado de excepción o… una pandemia mundial mortal. Durante el cambio de la vieja realidad a la nueva “realidad”, la sociedad se desgarra. La vieja realidad se está desmontando y la nueva aún no ha ocupado su lugar. Se siente como una locura y, en cierto modo, lo es. Dice que ese periodo es crucial para el movimiento totalitario. Necesita negar la vieja realidad para implementar la nueva, y no puede hacerlo con la razón y los hechos, así que tiene que hacerlo con miedo y fuerza bruta. Necesita aterrorizar a la mayoría de la sociedad y sumirla en un estado de histeria masiva sin sentido, que pueda volverse contra aquellos que se resisten a la nueva “realidad”.
Las clases dominantes y los medios corporativos a su servicio conocen los hechos y saben que éstos contradicen sus narrativas. Pero a ellos no les importa, porque no se trata de hechos sino de poder, dice Hopkins. Así es como se fabrica la “realidad” no sólo en los sistemas totalitarios, sino en todo sistema social organizado: “Los que están en el poder instrumentalizan a las masas para imponer la conformidad con su ideología oficial. El totalitarismo es sólo su forma más extrema y peligrosamente paranoica y fanática. No es un debate civilizado sobre hechos, es una pelea”. Y hay que actuar.