El actor Sidney Poitier, ícono de la dignidad de la negritud en Hollywood y el mundo, falleció este viernes a los 94 años en Bahamas, la tierra de sus padres, donde se decretó luto nacional. El primer ministro de ese país, Philip Davis, aseguró que el ejemplo del también director de cine y activista de derechos humanos “brillará intensamente durante las generaciones venideras”.
Reconocido por ser el primer hombre negro en ganar un Óscar por su interpretación en 1963 de Homer Smith en la película Los lirios del valle (dirigida por Ralph Nelson), su gran logro en la industria estadunidense cinematográfica de las décadas de los 50 a los 70 fue romper estereotipos.
Al siguiente año, el 2 de julio de 1964, el presidente Lyndon B. Johnson promulgó la Ley de Derechos Civiles, que autorizó la integración racial y prohibía la segregación de los negros.
Poitier se negó a interpretar a sirvientes o al tonto del pueblo. En cambio, propios y extraños le aplaudieron el hecho de que en la pantalla grande un negro pudiera aspirar a representar a un médico (como en la cinta La puerta se abre, 1950), a un maestro (Al maestro con cariño, 1967), o incluso a un policía (En el calor de la noche, 1967).
La estatuilla dorada fue un reconocimiento a su personaje de un trabajador bautista que construye una capilla para un grupo de monjas católicas, refugiadas de Alemania. El actor se lució en la memorable escena donde les da una clase de inglés.
El éxito no fue fácil
Sin embargo, su ruta al éxito no fue fácil ni rápida. Nació el 20 de febrero de 1927. Por casualidad su familia se encontraba en Miami, pues su padre, Reginald, un agricultor de tomates de Bahamas, se había ido a esa ciudad para ofrecer a mejor precio su producto, en compañía de su esposa Evelyn, embarazada de siete meses.
Fue el séptimo hijo de los Poitier, quienes ya habían perdido otros. Debido a ese nacimiento prematuro, el viaje que sería de unos cuantos días se prolongó tres meses. En algún momento, contaba la madre, un clarividente que le auguró un futuro brillante al pequeño.
Su primer golpe de suerte fue tener la nacionalidad estadunidense por nacimiento. De regreso a Bahamas, cuando Sidney estaba por cumplir 10 años, un huracán arrasó con los cultivos de la familia y tuvieron que mudarse a Nassau. En sus memorias, Poitier contó que era la primera vez que veía coches o electricidad y comía helado.
A los 13 años dejó la escuela, luego cometió un delito menor y fue arrestado por robo. Para tratar de encauzar su camino, sus padres lo enviaron, con tres dólares en el bolsillo, a Miami con su hermano mayor; el viaje fue en la tercera clase de un barco carguero. Pero el entorno rural negro de Florida resultó “un shock” para él, confesó en una entrevista de 2008, pues se enfrentó por vez primera al racismo.
“Había una separación de personas por motivos de color. Descubrí en mis primeros días allí que no podía ir a ciertos lugares. Me presentaron a un sistema que no tenía espacio para mí”, dijo el actor, de acuerdo con la agencia Europa Press.
Sidney tuvo altercados con policías blancos antes de irse trabajar a Atlanta para juntar dinero y comprar un pasaje de autobús rumbo a Nueva York. Se instaló en Harlem. Quiso ingresar al Ejército, para lo cual mintió sobre su edad, tendría 16 años, pero era un chico alto. Lo asignaron a un hospital siquiátrico, donde le apabulló la crueldad con la que los médicos y enfermeras trataban a los pacientes, todos ellos militares. En su autobiografía This Life (publicada en 1980), Sidney detalla cómo escapó de ese lugar al fingir que él mismo padecía de sus facultades mentales.
Su periplo sin rumbo fijo terminó en 1945, cuando vio un anuncio del American Negro Theatre solicitando actores. Si bien la audición fue un desastre, la llama estaba encendida. El codirector del teatro, Frederick O’Neal, declaró que Poitier no leía con fluidez y tenía demasiado acento caribeño; lo echó del foro en medio de las risas de los compañeros. Pero el muchacho se consiguió una radio y durante meses imitó la dicción de los locutores.
Durmió en la calle, trabajó en lo primero que encontraba y recibió un disparo en una pierna durante una revuelta en Harlem. Un año después, con aplomo, se plantó en Broadway frente al director Joseph Mankiewicz, quien de inmediato supo que tenía frente a sí a una estrella.
Más popular que McQueen y Newman
Cuando el actor recibió su Óscar en 1964 señaló: “El viaje para llegar hasta aquí fue largo”, y luego explicó en sus memorias que aquel momento “la industria cinematográfica aún no estaba preparada para elevar a más de una personalidad de las minorías al rango de estrella; suscribí las esperanzas de todo un pueblo. No tenía control sobre el contenido de las películas, pero podía rechazar un papel, lo que hice muchas veces”.
En su primera película, La puerta se abre (1950), interpretó a un médico que atiende a dos racistas blancos. La cinta fue censurada en el sur de Estados Unidos, lo cual lanzó su carrera fílmica.
Se volvió incluso más popular que sus contemporáneos Steve McQueen y Paul Newman. Fue aclamado a la par de Tony Curtis en la cinta Fugitivos (1958), en donde éste insistió en que Poitier recibiera el mismo sueldo.
Después, nadie fue mejor que él para interpretar a Mandela en 1997 y después al entonces primer juez negro de la Corte Suprema de Estados Unidos, Thurgood Marshall.
En 2002, Sidney Poitier recibió un Óscar honorífico por “sus extraordinarias interpretaciones, su dignidad, su estilo y su inteligencia”. En su discurso agradeció “a las decisiones visionarias de un puñado de productores, directores y directores de estudio”.
Sir Sidney Poitier fue embajador de Bahamas en Japón y recibió el título de caballero en Reino Unido en 1974.
En 2009 el presidente Barack Obama, cuyo mandato fue muchas veces comparado con los logros de Poitier, le otorgó la Medalla Presidencial de la Libertad y mencionó que el actor “no sólo entretuvo sino que iluminó, revelando el poder de la pantalla para unirnos”.
(Con información de Afp, Ap y Europa Press)