Comencemos el año con un buen libro:
Lo mejor que sé decir sobre la música es el nuevo título en español que la editorial Siruela pone a circular en su colección Libros del Tiempo, de la autoría de Robert Walser (1878-1956), autor de culto, un “escritor para escritores”, uno de los genios de las letras más grandes y que merece dejar su condición de escritor para iniciados y convertirse en el héroe que es, sencillo y misterioso, como toda su escritura.
Leer a Robert Walser equivale a sentarse a escuchar a Mozart. Uno se asombra, sonríe, vive momentos de gran placer.
Los expertos Roman Brotveck y Reto Sorg reunieron para este libro 60 textos breves y poemas luego de cribar en más de 300 textos y más de mil 200 páginas impresas, donde Robert Walser hace música.
No escribe sobre música, no habla de música, hace música. Es un escritor-compositor, un músico natural, sus textos son música pura y es por eso que iniciamos 2022 reseñando un libro y no un disco, que en realidad son sinónimos.
El Disquero agradece a los maestros Mary Fernández y Sebastián Gatti este hermoso regalo de Navidad: Lo mejor que sé decir sobre la música, de Robert Walser, que ahora nos disponemos a escuchar:
“Yo en el laúd toco recuerdos. Es un instrumento insignificante con el mismo sonido siempre, que a veces es largo, otras corto, en ocasiones lento, en otras rápido. Respira con bocanadas tranquilas, o de un rápido salto pasa por encima de sí mismo... Hay un joven que sabe tocarlo; y yo, que tengo tiempo para permanecer al acecho, lo escucho con atención... Igual que yo escucho al ejecutante, así escucha el músico todo el tiempo a su amada, el sonido de su instrumento... El joven es artista; el recuerdo, su instrumento; la noche, su espacio; el sueño, su tiempo; y las notas a las que infunde vida son sus solícitos sirvientes, que hablan de él a los oídos ávidos del mundo. Yo soy solo oído, un oído de indecible emoción.”
Los fragmentos anteriores son el inicio y final de “Laúd”, uno de los textos iniciales del libro. Retratan perfectamente la naturaleza musical de Robert Walser: “Yo solo soy oído, un oído de indecible emoción”.
Esa frase compendia el acto íntimo de la música: el don de escuchar. Y emocionarse de maneras indecibles.
Uno de los temas fundamentales del Disquero es precisamente ese: el cómo escuchamos, porque en eso consiste la música, en la íntima colectividad, en ese acto personalísimo que nos conecta con el resto de la humanidad, con la naturaleza y el cosmos. Por eso dice Pascal Quignard que “escuchar música es ser tocado a distancia”.
Robert Walser es el nuevo amor literario del Disquero.
“No sé cómo se llama el joven que tiene la suerte de disfrutar de lecciones en el piano de cola de una profesora tan bella y majestuosa. Ahora mismo está dejando que las manos más hermosas del mundo le demuestren sus habilidades en el teclado. Las manos femeninas se deslizan sobre las teclas como cisnes blancos sobre el agua oscura, expresando con enorme encanto lo que después dirán los labios. El joven está rodeado por una distracción en la que la profesora parece negarse a reparar. “Toque usted esto”; pero él lo hace indescriptiblemente mal. “Tóquelo otra vez”; y él lo toca todavía peor que antes. Bien, hay que volver a tocarlo; pero él lo sigue haciendo fatal. “Es usted lento”. Aquel al que le dicen esto llora. La que lo dice sonríe. El que hace que se lo digan tiene la cabeza encima del piano. La que se ha visto obligada a decírselo le acaricia los sedosos cabellos castaños. Ahora el muchacho, que con la caricia ha despertado de su vergüenza, besa la delicada mano, muy distinguida y blanca. Entonces la dama rodea el cuello del chico con sus brazos maravillosos, muy suaves, que son tenazas adecuadas para el brazo. La dama se deja besar y los labios del amable muchacho sucumben al beso de la cariñosa dama. Ahora las rodillas del besado no tienen nada más urgente que hacer que desplomarse cual tallos de hierba lacios, y los brazos del postrado de hinojos abrazan las rodillas femeninas, que también flaquean, y ahora ambos, la afectuosa y hermosa dama y el pobre y sencillo joven, se funden en un abrazo, en un beso, en un derrumbamiento, en una lágrima... y lo que es más: constituye una inesperada y terrible sorpresa para el que abre en ese momento las puertas de la habitación, lo que concluye tanto los dulzores del amor descontrolado de ambos como el relato mismo”.
Hay en las páginas de Robert Walser, al igual que en la música de Mozart, sexo, música y mucho amor. Sonrisas, inteligencia, la más elevada inteligencia. Placer, el más absoluto.
En su relato titulado “Simon. Una historia de amor”, todo ocurre como en un sueño: él va cantando por el campo y una hermosa dama lo llama a su ventana y lo que sigue es: “Aún alcanzamos a oír el grito de júbilo, el sollozo de alegría que brota de la garganta del feliz sujeto y durante un breve instante atraviesa la noche; vemos desaparecer su sombra, y en el exterior ya todo es silencio y oscuridad”.
Disfruta mucho Robert Walser: “contar historias es un trabajo esforzado –hay que andar siempre detrás de semejante granuja romántico, patilargo, tañedor de mandolina, y escuchar lo que canta, piensa, siente y habla”.
Por igual narra sin describir los hechos de cama y placer, que ironiza su función de narrador: “Brentano ha desembarcado. Se sienta. Se ruega a todos los oyentes atentos que se acomoden también a su lado”.
Tiene plena conciencia de que está haciendo música en su literatura: llama a sus lectores “oyentes”.
Robert Walser es el maestro del texto breve. Uno de ellos lo tituló sencillamente Música y comienza así: “La música es para mí lo más dulce del mundo. Amo las notas hasta lo indecible. Para oír una nota, soy capaz de saltar mil pasos...”
Sigue: “El piano emite la nota más fascinante, aunque la toque una mano chapucera. Yo no escucho la ejecución sino las notas. Nunca podré convertirme en músico, porque nunca me hartaría de la dulzura y la embriaguez de la interpretación. Escuchar música es mucho más sagrado”.
Y remata: “Cuando no escucho música, me falta algo, pero cuando la escucho es cuando de verdad me falta algo. Esto es lo mejor que sé decir sobre la música”.
Su compositor favorito es Mozart y eso no es casualidad, es causalidad.
Robert Brotbeck y Reto Sorg citan a Roland Barthes para su análisis final, en el epílogo del libro: “Il faut toujours penser l’ecriture/ en termes de musique”.
La búsqueda de Walser de una musicalidad diferente, anotan esos estudiosos, que apueste por tonos y sonidos sorprendentes y frescos “se corresponde plenamente con los afanes de algunos compositores de la época como Claude Debussy, Gustav Mahler, Alexander Scriabin o Arnold Schönberg... Los personajes walserianos, además de hablar de música, también pueden convertirse en oyentes compositores... se procuran ambientes musicales en los que ellos mismos determinan y regulan la lejanía y la cercanía de los sonidos”.
Así, estamos parados sobre un puente mientras pasa una barca debajo de nosotros en el río y sobre la barca canta una muchacha hermosos cantos que se acercan, tienen su clímax cuando están debajo de nosotros y se van desvaneciendo en la lejanía, mientras sigue su navegación la barca con la muchacha cantando.
En las páginas de Robert Walser encontramos elementos que en la historia de la literatura son atribuidos a, por ejemplo, James Joyce, pero que él ya había inventado antes. No en balde Franz Kafka, según contaba su amigo Max Brod, se solazaba en leer en voz alta los textos de Robert Walser como si estuviera frente a una multitud y sonreía. El sentido del humor, la ironía filosa, la hondura de pensamiento de Walser asombró a Walter Benjamin, Robert Musil, Hermann Hesse, Stefan Zweig, Enrique Vila-Matas y a muchos otros gigantes de la literatura.
Robert Walser es un autor comprometido con todo aquel lector dispuesto al placer, la sonrisa, el gozo. Resulta injusto relegarlo a la condición de “autor de culto” y de “escritor para escritores”. Pocos como él.
Pascal Quignard, Thomas Mann, Guy de Maupassant, James Joyce, Carson McCullers, Katherine Mansfield, Virginia Woolf, Kazuo Ishiguro, entre otros muchos, son escritores para quienes la música es protagonista, ser vivo, materia prima de sus libros.
Ninguno de ellos logró lo que hace Robert Walser: poner a sonar en sus letras la música en su condición de acontecimiento y de proceso capaz de captar la vida de un modo más certero que cualquier otra modalidad artística.
Es por eso que cuando no escucha música le falta algo, pero cuando la escucha es cuando de verdad le falta algo.