Las semanas finales de 2021 y los primeros días del nuevo año continuaron, como ya había ocurrido en la segunda mitad de noviembre y a principios de diciembre, afectadas por la presencia de ómicron, la “variante de preocupación” del virus SARS-CoV-2 que, dada su muy elevada transmisibilidad, se convierte muy rápidamente en la preponderante en un número cada vez mayor de naciones y regiones afectadas por la pandemia.
Tsunami fue el sustantivo usado por el director general de la OMS al referirse al ascenso en la cifra de contagios atribuible a ómicron en el periodo señalado. Esta oleada de año nuevo, el tercero de la pandemia, no ha provocado por fortuna aumentos similares en los registros de hospitalizaciones y defunciones, que mantienen tendencia a la estabilización o al descenso.
El 3 de enero Estados Unidos rebasó un millón de nuevos casos diarios, cifra quizá influida por el reporte tardío de infecciones de los días festivos precedentes. En la semana anterior el promedio diario fue de 469 mil 919, más del doble de los registrados la semana anterior. El mismo día, en Francia se alcanzó también un nuevo récord, de casi 300 mil. En Reino Unido el nuevo máximo diario se cifró en 218 mil 724. Tres récords de nuevas infecciones en un solo día.
Más allá de las estadísticas, gana terreno la noción de que ya se ha perdido la posibilidad de “dar vuelta a la página de la pandemia” en un futuro predecible y más o menos inmediato dentro del año que se inicia.
Esta desalentadora conclusión no refleja alguna incapacidad básica para responder con eficacia al covid-19 en el terreno sanitario. Está demostrada la efectividad de las vacunas existentes y, aunque con cierta lentitud, sigue ampliándose el número de las aprobadas “para uso de emergencia” por la OMS. El ejemplo más reciente data del 17 de diciembre, fecha en que la organización autorizó la novena de ellas: Covovax, fabricada por el Instituto Serum de la India, bajo licencia de Novavax, compañía biotecnológica establecida en Estados Unidos. Se espera que Covovax se distribuya principalmente a través de Covax, el mecanismo multilateral orientado a la atención a las necesidades de los países pobres. Por otra parte, parece cada vez más próxima la disponibilidad de tratamientos clínicos para covid-19 provenientes de laboratorios establecidos mayormente en países avanzados.
Las dificultades, como se sabe y tantas veces se ha señalado, corresponden más bien a los terrenos social y político. La más notoria, desde luego, es la extremada inequidad en la apropiación de las vacunas por los gobiernos de países avanzados. El PNUD subrayó recientemente que “el despliegue más lento y menos oportuno de las vacunas en los países de ingreso bajo y medio los ha colocado en una situación más vulnerable frente a las variantes de covid-19, los nuevos brotes del virus y una recuperación más tardía de la recesión económica subsecuente. En promedio, los países avanzados iniciaron sus campañas de vacunación por lo menos dos meses antes que los de bajo ingreso (aquellos que lo han logrado), cuyo acceso a las vacunas sigue siendo desesperantemente bajo”.
Hacia finales de 2021 la cifra de vacunas aplicadas, por cada 100 personas, se estimaba entre 130 y 140 en los países de alto ingreso; entre 120 y 130 en los de ingreso medio alto; en cerca de 50 en los de ingreso medio bajo, y en menos de 10 en los de ingreso bajo. (Las cifras superiores a 100 reflejan la aplicación de segundas dosis.)
El informe del PNUD (https://cutt.ly/7UVzZcw) subraya también algo hasta ahora poco divulgado. Señala que el costo promedio de una dosis de vacuna para covid-19 se sitúa en un rango muy amplio, de dos a 40 dólares, y el costo de distribución por persona vacunada con dos dosis se estima en 3.70, teniendo en cuenta las mermas. Con base en estas cifras y en las relativas al gasto nacional en salud, se estima que para vacunar a 70 por ciento de su población, los países de ingreso alto tendrían que incrementar el gasto en salud en menos de uno por ciento (0.8), mientras las naciones de bajo ingreso, que en promedio ejercen un gasto per cápita en salud de 41 dólares anuales, deberían aumentarlo entre uno y dos tercios, de 30 a 60 por ciento.
Más que “dar vuelta a la página de la pandemia”, es muy diferente la perspectiva que se enfrenta –como apunta el editorial de año nuevo del FT–: “Hasta ahora, los esfuerzos orientados a controlar la pandemia han estado justificados en el contexto de una emergencia global de salud pública que no puede extenderse indefinidamente. El daño colateral –a la salud mental y al bienestar, a la cohesión social y a la economía mundial– sería demasiado alto. Este año, el mundo debe construir la resiliencia para vivir con el covid-19 y las dolencias subsecuentes en una forma que provoque menos disrupciones y que permita extender la protección a los más vulnerables”.