París. Este mes se cumplen 400 años del natalicio del autor francés Molière (1622-1673), hijo de burgueses que prefirió dedicarse al teatro, y quien aún está envuelto en el misterio, a pesar de ser el dramaturgo favorito del rey Luis XIV.
Francia celebra el aniversario del gran autor de comedias con representaciones teatrales, conferencias y actos que se extenderán a otros países, incluidos Gran Bretaña, Italia, Bélgica y Estados Unidos, aunque con perfil discreto, a causa de la pandemia.
No existe ninguna traza manuscrita de Molière ni diario ni correspondencia, ni siquiera notas de sus producciones. La única superviviente de sus cuatro hijos, Esprit-Madeleine, perdió todos los escritos a mano de su padre, y la primera biografía del genial autor fue publicada en 1705, plagada de inexactitudes que alimentaron la leyenda en torno a Jean-Baptiste Poquelin, el nombre real del escritor.
Escribió una treintena de comedias en verso y prosa, entre ellas El misántropo, El burgués gentilhombre o El avaro, que se han erigido en auténticos arquetipos humanos, como el Quijote, de Cervantes, o Hamlet, de William Shakespeare.
Y como sucede con esos gigantes de la literatura mundial, ha sido objeto también de maledicencias. Entre ellas, que no escribió sus obras, sino que eran de Corneille. O que reflejó en sus comedias algunos de sus propios problemas personales, como su recurrente uso de los hombres cornudos.
Lo que es indudable es que cuatro siglos después, Molière y su obra sobrepasan en popularidad a sus contemporáneos de esa época.
“En cierta manera es un actor que se convierte en autor a pesar suyo. Es un autor que piensa sus obras a partir de las imposiciones de la escena, de la aprobación del público, del efecto que tendrá en el público. Y además, porque debe alimentar a su troupe”, explica Georges Forestier, autor de una reciente biografía del dramaturgo (2018) y editor de su obra para la prestigiosa colección La Pléiade.
Líder carismático
El misterio Molière se abre con su nacimiento. Su acta de bautismo fue hallada en 1820, por lo que se sabe que fue bautizado el 15 de enero de 1622 en la iglesia parisina de San Eustaquio.
Según todos los usos de la época, explica Forestier, eso significaría que nació uno o dos días antes.
Es el primogénito de un tapicero y camarero real, es decir, perteneciente a una familia de pequeños empresarios con contactos con la corte, que por esos años aún tiene como epicentros el Louvre y el Palacio Real.
Huérfano de madre a los 10 años, crece y aprende a observar la vida y a sus coetáneos entre las luces rutilantes de la corte y el populacho del centro de París. El bullicioso mercado de Les Halles está a dos pasos del domicilio paterno.
Aprende el griego, el latín y nociones de teatro gracias a los jesuitas. Inteligente y voraz lector, el joven Jean-Baptiste lee a Plauto, Terencio, y pronto entra en contacto con el teatro italiano y el español.
A los 21 años da un salto arriesgado, aunque todo indica que su padre lo aprobó: decide renunciar a su herencia para convertirse en actor.
En esa época, los comediantes quedaban a priori excomulgados, a no ser que se arrepintieran, algo que no pudo o no quiso hacer en su lecho de muerte.
No se sabe a ciencia cierta por qué quiso ser actor, pero en todo caso, la muerte de su hermano menor en 1660 le permite recuperar el privilegio de ser tapicero real.
El 30 de junio de 1643 crea ante notario El Ilustre Teatro, su propia compañía, con otros 10 actores, entre ellos, Madeleine Béjart, una actriz pelirroja.
Crea la comedia moral
Madeleine había sido amante de un rico noble, y luego lo fue de Molière, durante tres décadas.
Otro misterio: el 23 de enero de 1662, el ya conocido autor se casa con Armande, hija de Madeleine. Durante años, ambas estuvieron registradas como hermanas.
La costumbre en Francia era que los actores tomaran un “nombre de guerra”. Madeleine era conocida como La Béjart, Jean-Baptiste Poquelin elige su seudónimo de una ubicación geográfica en Francia.
Molière tiene carisma, se convierte en jefe de su grupo de forma natural. Pero en París hay dos compañías ya establecidas y la competencia es despiadada. El Ilustre Teatro acumula deudas, y el escritor acaba en la cárcel. Su padre salda las deudas. El actor, herido en su orgullo, abandona la capital con 23 años.
Durante 13 años perfecciona su arte en provincias. Actúa para el público popular, para los nobles locales, para la burguesía. Tiene éxito, los ingresos de la compañía crecen.
En una época en la que el teatro es el único medio de diversión masivo (bajo estrecha vigilancia de la Iglesia), hay que producir de forma incesante para sobrevivir. Molière adapta obras españolas, italianas, pero pronto decide fiarse de su talento y escribe sus primeras piezas.
Las preciosas ridículas, de 1659, tiene un éxito fenomenal. Un año antes ya había logrado actuar ante el joven Luis XIV, monarca que adora el teatro y el ballet.
Da un paso más y escribe La escuela de las mujeres, en 1662. Retrata la educación absurda que sufrían jóvenes acomodadas de la época. La reacción de la Iglesia no se hace esperar.
Las dificultades crecen con Tartufo, una venganza contra los beatos y su hipocresía. Tiene que rescribirla tres veces para evitar la censura. Sin amilanarse, crea su propia versión de Don Juan.
Su propuesta de un libertino filósofo es un triunfo. Luego llega El misántropo (1666), su comedia más cruel y más humana.
Con esas obras, creó un género: la comedia moral, destinada a corregir los vicios de la sociedad a través de la carcajada.
Se suceden otros éxitos, que él mismo actúa: El avaro (1668), El médico a palos (1666) y El amor médico (1665). También interpreta a Argan en El enfermo imaginario el 17 de febrero de 1673, cuando se siente indispuesto. La leyenda dice que murió en escena, pero en realidad tuvo tiempo de volver a su domicilio. Murió, probablemente, de neumonía. Sin confesarse.