Es difícil imaginar que un fenómeno cultural como el neogótico, basado en el revival de época medieval consustancial a la cultura europea, terminara siendo el estilo arquitectónico dominante en el mundo entero entre el último cuarto del siglo XIX y el primero del siguiente.
Al igual que en Europa, que valoró el gótico como el lenguaje del cristianismo contraponiendo el sentido espiritual a la ciencia y al progreso, en México fue una corriente conservadora, inherente a la Iglesia y a su reivindicación de poder, después de la “humillación” soportada durante las Leyes de Reforma.
Así, alcanzó su mayor esplendor durante el porfiriato. Ello explica el porqué se desarrolló principalmente en Jalisco, donde existe una arraigada tradición católica. Le sigue la Ciudad de México por el número de ejemplos, entre los que sobresalen las iglesias de la Sagrada Familia y de Nuestra Señora del Rosario, ambas en la colonia Roma, seguidas por cantidad, los estados centro-occidentales de la República.
De ello nos habla Martín M. Checa-Artasu, profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), en su nuevo libro Neogótico en Jalisco (Arquitónica, 350 pesos), que colma un vacío en los estudios académicos, desalentados por el origen antiliberal y elitista de este estilo y por su aparente falta de originalidad, que el autor desmiente.
Incita al lector a explorar
La obra se inicia con un resumido análisis sobre el nacimiento y desarrollo de este fenómeno en Europa y en el continente americano, que permite evaluar el caso mexicano en un diálogo global. Está formulado cómo guía práctica, que incita al lector a explorar Jalisco mediante sus iglesias, que constituyen casi 80 por ciento de las construcciones del patrimonio neogótico del país. A ello se agrega la arquitectura civil, en especial portales, mansiones y monumentos fúnebres.
El neogótico nació en Inglaterra con la construcción de la mansión de Strawberry Hill (1747), cerca de Londres, comisionada por el escritor Horace Walpole; aunque se desarrolló plenamente en la época victoriana (1837-1901).
Los nuevos materiales, como el hierro, combinados con aquellos tradicionales, entre ellos piedra y vitrales, fueron el acicate de su característica monumentalidad y eclecticismo, que marcaron el antecedente del art nouveau.
Los estudios teóricos de autores como A. Puguin, J. Ruskin y W. Morris, divulgaron el neogótico en Europa y América. Westminster y el Big Ben en Londres son algunos de los ejemplos más reconocibles, y en París, la restauración de Notre-Dame, a cargo de Viollet-le-Duc. Asimismo, en México, en esos mismos años, nacían los primeros ejemplos del neogótico: San Ignacio, “el conventillo”, en Aguascalientes (1848-1850) y las torres de la catedral de Guadalajara (1851), tomada como modelo de numerosas iglesias más en el estado.
El neogótico mexicano se reconoce por la sencillez clásica de sus formas, por el uso de la cantera y del arco ojival, así como por los portales que adornan muchos de los pueblos de Jalisco como Ojuelos, o variantes como los portales polilobulados de Sayula.
Aspectos autóctonos
En México, el estilo se aplicó para remozar o completar edificios prexistentes –por escasez de arquitectos expertos y de capital– y sólo en contadas ocasiones, se construyeron iglesias ex-novo, como el Templo Expiatorio de Guadalajara, inspirado en la catedral de Orvieto, en Italia, proyectado por Adamo Boari y Salvador Collado. Pero la mayoría de las construcciones neogóticas las realizaron los religiosos mismos, y las subvencionaron los feligreses. Algunos proyectos fueron tan ambiciosos que quedaron inconclusos o supusieron tiempos faraónicos, como el Santuario Guadalupano de Zamora, Michoacán, que después de un siglo de obras fue concluido en 2015.
El libro tiene el mérito de identificar y clasificar por tipología este patrimonio, al señalar un total de 488 construcciones en toda la República Mexicana, situadas geográficamente. Particularmente valioso es descubrir a lo largo del libro los aspectos autóctonos que aportan al estilo el toque distintivo. Un ejemplo es la estatuaria de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, en Guadalajara, donde los ángeles que adornan los arcos del portal son mariachis con sus instrumentos y se intercalan con chinas poblanas, o bien, el bello altar mayor en cantera gris y rosa, hecho por Inocencio Aguirre en el Santuario de Jesús, María y José, en Encarnación de Díaz. Lo mismo la Torre de la parroquia de San Miguel Arcángel, en San Miguel de Allende, Guanajuato.
La última parte del libro entrega una selección de las 15 iglesias neogóticas más valiosas de Jalisco, entre las cuales destacan el mencionado Templo Expiatorio y la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, ambos en Guadalajara, y el Templo de San José Obrero en Arandas. De ahí, el viaje continúa por Tonalá, Encarnación de Díaz, Ciudad Guzmán, Autlán de Navarro, Atotonilco, Degollado y Tecototlán, travesía en la que se descubre un festival de asombros estéticos insospechados.