El brusco debate en torno a la revocación del mandato obliga a volver al tema fundamental de la consolidación del concepto, según el cual, la soberanía radica en el pueblo. Debatir sobre la revocación del mandato esconde, en el fondo, una controversia de mayor trascendencia: es nuevamente una intentona para que la democracia se mantenga dentro del estrecho cerco de las elecciones periódicas, en las cuales el pueblo soberano queda constreñido a emitir su voto y regresar a su casa a esperar a que los gobernantes electos hagan bien las cosas o a lamentarse si las hicieron mal.
Escuché el término “democracia participativa” por vez primera a principios de los años 70 en un curso del Instituto de Formación Demócrata Cristiana, en un hermoso paraje de las afueras de Caracas conocido como Los Chorros, donde se encontraba la sede del instituto; tuve entonces el honor de conocer al presidente Rafael Caldera, a personajes de la democracia cristiana latinoamericana, como Horacio Sueldo, de Argentina; Napoleón Duarte, de El Salvador; Arístides Calvani, canciller venezolano, y a Patricio Aylwin, quien sería el primer presidente chileno después de que el gobierno de Augusto Pinochet perdió ante el voto masivo en su contra, lo que le impidió continuar en el poder.
La Democracia Cristiana constituía entonces una corriente política de avanzada que promovía, además de la justicia social inspirada en las encíclicas sociales de la Iglesia y en pensadores como Maritain y Mounier, la “democracia participativa” como un paso adelante frente a la “democracia burguesa”, criticada por ser una fórmula que facilitaba el encumbramiento de pequeñas élites gobernantes, las cuales, una vez en el poder, actuaban según a su arbitrio y sin rendición de cuentas.
La democracia participativa, a la que se oponen quienes critican o estorban la consulta para la revocación del mandato, promueve la participación popular con importantes instituciones que permiten que el pueblo no tenga que esperar largos años para volver a ejercer su soberanía; las primeras fórmulas propuestas fueron el referéndum para escuchar la opinión popular sobre la creación o derogación de leyes; el plebiscito mediante el cual se obtiene la aprobación o no de medidas gubernamentales; la iniciativa popular de leyes y la revocación del mandato, medida drástica y correctiva para sancionar al gobernante que no cumple con la ley o con sus promesas de campaña.
Aparecieron después “el parlamento abierto” y el “presupuesto participativo”, ambos practicados en nuestro país. La primera de ellas, el parlamento abierto, se ejerció durante la discusión de la Constitución de la Ciudad de México. El artículo 40 de la Constitución federal vigente mantiene el texto original que expresa: “Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una república representativa democrática, laica, federal”. En cambio, la Constitución de la Ciudad de México, un paso de avanzada democrática, en sus artículos segundo y tercero declara que se adopta la democracia directa, participativa y representativa para el gobierno local.
En la legislatura LVII, como diputado federal, presenté un proyecto de reforma constitucional al artículo 40 con el fin de que nuestra democracia fuera definida no sólo como representativa, sino también participativa, y si bien ese proyecto no fue dictaminado, constituyó un precedente cuando, en agosto de 2012, se reformó el artículo 35, para incluir un matiz participativo, el de la consulta popular, que ha tropezado con obstáculos desde distintos frentes, empeñados en mantenerlo como letra muerta; es de recordar que la consulta sobre la reforma que segregó a los hidrocarburos y a la electricidad de las áreas estratégicas de la economía, fue rechazada por la Suprema Corte de Justicia durante el régimen de Enrique Peña Nieto. Ahora, la consulta sobre la revocación del mandato se ha tratado inútilmente de diferir o impedir.
Es significativo que la intentona por frenar la consulta, con lo cual se cancelaría un buen precedente para el futuro, dio lugar a un debate en el que participaron, no sólo comentaristas, políticos y expertos, sino lo hizo mucha gente mediante las redes sociales; no hay duda que estamos en tiempos de cambio y que un pueblo cada vez más despierto no permitirá que se le pongan obstáculos a su soberanía.
Una de las objeciones, abierta o velada, que se expresa por los críticos y opositores al actual gobierno, radica en afirmar que ya se sabe el resultado y se trata, no de revocar sino de refrendar el mandato, se adivina o se conoce por las estadísticas, que la revocación no se dará y el voto favorecerá al actual presidente; es cierto, pero lo que se busca es sentar un precedente para que la práctica participativa se convierta en habitual y no se impida en el futuro.
En otros momentos, frente a otros gobiernos que seguirán, el ejemplo del actual régimen será un argumento irrefutable y un ejemplo a seguir. La democracia se enseña, se aprende y se practica.