No sólo penetró en lo profundo de la academia, sino se extendió por numerosos ámbitos de la vida nacional; las voces resonaban desde altas esferas y los grupos de presión internos, pero sobre todo las iniciativas provenían de influyentes actores foráneos. La recepción que se hizo del asunto petrolero, en el aparato de convencimiento mexicano, lo sublimó hasta convertirlo en verdadero mito. Y así, ya mitificado, le fueron dando lustroso pulido con los amplificadores al alcance de conductores bajo consigna y en especial por la empática concurrencia de buena parte de la llamada opinocracia, ya entonces en operación. ¿Cuál era el propósito de esparcir ese conjunto de supuestos,consignas, intereses y conclusiones que lo componían? “Solidificar la seguridad energética de Norteamérica” De esa, nada sutil, manera apareció la poco oculta seguridad del poderoso y voraz vecino. Vendrían después los negociantes de gran calado: imperiosos inversionistas con su batallón de amenazantes empresas petroleras trasnacionales. A continuación formaban abigarrada fila otro conjunto no menos ávido de llenar sus anchos bolsillos. Y, por añadidura, una amplia gama de entrecruzados traficantes de influencia multiformes.
En primer término. Se daba por sentado que la utilidad del crudo estaba lastrada por el tiempo. El uso o la utilidad de su extracción tenía fechas de caducidad variadas. Unas debido al agotamiento de los depósitos conocidos y la incapacidad nativa para ir a aguas profundas. Otras por los cambios tecnológicos que priorizaban futuras fuentes alternas de energía, la inminente era eléctrica de los automóviles. El resultado entonces se bifurcaba en dos conjuntos de obligadas decisiones. La primera recaía sobre la ventaja de sacar la mayor cantidad posible de crudo y venderlo al mejor postor. Esto conducía a buscar clientes en el exterior que adquirieran el producto mexicano al precio de mercado. Unas veces alrededor de 100 dólares el barril, otras aunque rondaran la veintena o menos aún. Las cantidades a extraer fluctuaron en alrededor de 3 millones diarios y, después, con lo que fuera posible exprimir, aun maltratando la capacidad de los depósitos. Como en verdad sucedió. La segunda serie de decisiones apuntaba a la nombrada empresa productiva que, dada su conocida, corrupta y pésima conducción, aparecía como obligado lastre destinado a ser abandonado. Su enorme y creciente deuda corporativa la presentaba como la más endeudada del mundo de su boyante sector. La disminución, indetenible de sus reservas era signo inequívoco de su declinación.
Parte sustantiva del mito aceptado, como horizonte insoslayable, consistía en asegurar que el negocio petrolero consistía en sacar la mayor cantidad de crudo. Se codificó la formulación siguiente: refinar es caro y las plantas existentes eran ineficiente, incapaces de satisfacer la demanda interna. Construir nuevas quedaba fuera de todo cálculo, por su exigencia tecnológica e impagable costo. La conclusión era sencilla y directa: comprar la gasolina en el exterior y costearla con parte de la factura del crudo exportado. Se llegaba hasta el extremo de asegurar que en lugar de pensar en nuevas refinerías –como era una insistente corriente propia– se adquiriera cualquier otra disponible y barata en el extranjero. Tal propuesta se tornó una cantaleta repetida sin el menor recato. Esta postura, muy popular aun entre personas versadas en finanzas o negocios, encubría uno de los mayores negocios laterales: la compra de petrolíferos donde los hubiera. La oscuridad, tanto del proceso de búsqueda de proveedores como los precios y cantidades precisas duró hasta los últimos años de la administración priísta pasada. Todavía se oyen, por ahí y por allá voces que siguen sosteniendo lo improcedente de refinar en lugar de invertir para extraer crudo.
El corte actual a este ferozmente anudado mito ha sido tajante. Se detendrá la caída de producción y conservarán reservas e, incluso, se aumentarán. Se sacará sólo el suficiente crudo para, refinado, satisfacer la demanda interna. No se venderá crudo fuera de México Así, el balance de divisas quedará saldado y no habrá presión en la cuenta corriente externa. La creciente factura de importar petrolíferos ya era, obligadamente, mayor que la obtenida con la venta del crudo.
Ello forzaba a usar divisas extraídas de otros sectores o recurrir, para honrarla, a la nociva deuda externa. La cuenta presente puede formularse de la siguiente manera. Precio de un barril de crudo a precios corrientes, ronda hoy los 60 dólares. Precio de un barril de gasolina fácilmente lo triplica; aun restando el costo de la refinación, que es grande, la utilidad es mayor.
El éxito del mito se estrelló contra los dispendios del panismo en el poder, la corrupción rampante y los subsidios a los impuestos no pagados de la riqueza. Todo ello junto a la imposibilidad de seguir importando gasolinas.