Juana, mazahua de 50 años, recuerda que la primera que vez que tomó un lápiz le temblaba la mano al tratar de hacer un trazo en el cuaderno, pero la idea de estampar su firma, con su nombre completo, en lugar de una cruz con su huella, la animó a inscribirse al curso de alfabetización que le ofrecieron a la puerta de su casa.
A unas calles de su vivienda, cerca del Eje Central Lázaro Cárdenas, Yolanda, de 70 años y oriunda de Garibaldi, decidió incluir a sus tres pequeñas nietas a un taller de circo y ballet en una zona en la que predomina el comercio y la vida nocturna sin opciones para los menores de edad.
Ambas mujeres son parte de las familias beneficiadas por la estrategia Barrio Adentro, en el Centro Histórico, por la cual se ha logrado intervenir 11 predios de alta vulnerabilidad social que antes eran territorio exclusivo de comunidades cerradas o grupos delictivos en los que no había autoridad que ingresara.
Se trata de viejas vecindades, edificios o unidades habitacionales estigmatizadas como focos rojos a las que no llegaban los servicios ni las actividades, mucho menos los programas sociales, a pesar de estar a unos pasos de la sede de la Jefatura de Gobierno.
La muerte de dos niños mazahuas activó esta estrategia en la que se han visitado 3 mil 811 domicilios en los que se han realizado actividades educativas, deportivas, culturales, recreativas y de seguimiento de distintas necesidades de las comunidades.
Entre ellos se encuentra el inmueble que habitan Juana y otros integrantes de la comunidad mazahua, que provienen de San Antonio Pueblo Nuevo, en el estado de México, todos dedicados al comercio en la vía pública.
A los niños se les apoya para que estén en la escuela y los adultos toman cursos de alfabetización. “Yo no pude aprender, pero a todos mis hijos los mandé a la escuela. Cuando nos llamaban a firmar boleta me quedaba al final porque no quería que los demás supieran que sólo ponía mi huella y una cruz”, relata la mujer, mientras escribe su nombre completo en un cuaderno.
Yolanda también se dedica al comercio. En el barrio la conocen como la “señora que vende paletas”, pero pocos saben de sus hijos y mucho menos de sus nietas. “Aquí no es de mucho salir; imagínese, si de la azotea nos roban la ropa”.
Un domingo la invitaron a los talleres que se imparten en una vecindad del callejón San Camilo, adonde acudió con tal de distraer a sus nietas. Ahora, las dos pequeñas hacen artes circenses y la mayor está en el ballet. “A mis nietas las veo felices, pero aquí aún falta mucho por hacer, vienen del gobierno, tocan la puerta, pero no sacan a los niños, siempre vamos las mismas familias”.