El Salvador. Deisy Guadalupe Leyva, madre de Leonardo Sebastián Hernández Leyva, el único salvadoreño de los 56 migrantes fallecidos en el accidente ocurrido el 9 de diciembre en la autopista Chiapa de Corzo-Tuxtla Gutiérrez, aseguró que salvo el “gran apoyo” que le dio el consulado salvadoreño en Tapachula, el gobierno de Nayib Bukele ni siquiera la ha visitado para ofrecerle alguna ayuda, comentó que hasta dos días después supo del accidente del tráiler donde iba su hijo, de 16 años de edad.

“A nosotros se nos arruinó el único televisor dos días antes. Ya sería cosa de Dios porque nos gusta ver noticias a todas horas. El día del accidente no supe, el otro tampoco. Nadie me había querido decir nada”. Hasta el sábado 11, uno de sus hermanos le dijo que averiguara si Leonardo estaba entre los migrantes accidentados.

“Yo sigo muchas páginas de noticias en redes sociales y esos días no lo había hecho. Quizá Dios lo había hecho porque desde que supe de esa noticia ya no dormí, no comí; ya no tuve paz. Mi preocupación era saber si mi hijo iba ahí o no. Le hablé al hombre (traficante de indocumentados) y le pregunté que si mi hijo iba ahí y me dijo que no estaba seguro, pero que investigaría, pero él ya lo sabía y no me quería decir. Mis hermanos le hablaron y lo obligaron a hablar y decir la verdad. Me llamó y me dijo que hasta los guías que iban habían muerto”.

El nuevo calvario de la mujer fue trasladarse a Chiapas sin ayuda oficial para buscar a su hijo. “Decidimos ir sin conocer para llegar al lugar del accidente y buscar al niño. Al salir le dije a mi esposo que yo estaba consciente de que podía hallarlo muerto, golpeado o vivo. Eso era lo que más nos estaba matando, la incertidumbre de no saber. Ahora admiro a esas madres que están viviendo estas situaciones porque aquí hay tres mujeres que nunca hallaron a sus hijos desde 2014”.

Abundó: “En mis oraciones yo le decía al Señor: quiero hallar a mi hijo porque me voy a morir de estar con este pensamiento. Le agradezco a Dios que en el camino nos abrió puertas”, pues el personal del consulado de El Salvador en Tapachula les dio todo el apoyo para buscar al joven. “Nos ayudaron con el trámite y nos trasladaron al consulado, nos dieron cena, nos hospedaron en un hotel; les digo que Dios les va a pagar lo que han hecho. Hoy entendemos que a acabar perdidos hubiéramos ido. Lamentablemente lo encontré muerto, pero lo encontré”.

Ella y su esposo llegaron al Servicio Médico Forense de la capital de Chiapas, después de visitar todos los hospitales en que fueron internados los más de cien lesionados. “Encontramos a una persona que iba junto a mi hijo; le dijo cómo se llamaba, cuántos años tenía, que era blanco, pelo castaño y colocho. Sentimos un alivio porque pensamos que estaba vivo, pues él dijo que en el momento del accidente llevó un golpe en la cabeza y la columna y estaba vivo cuando lo subieron a la camilla; quizás murió tres días después, porque el accidente fue jueves y el domingo, mi esposo salió corriendo a la calle porque me dijo que había oído su voz. Yo digo que ese día murió”.

Expresó que el coyote le dijo que no le pusiera ningún documento, pero su hermano le dijo que escondido le pusiera un documento por algo, por lo que “en un pantalón de doble tela que justamente llevaba el día del accidente le metí 20 dólares y la partida de nacimiento y en la plantilla del zapato el carnet de menoridad. Pero al momento del accidente se ve que no llevaba zapatos ya”.

Destrozada al narrar, la madre continuó: “El primer día que llegamos no fui a la morgue porque no aguantaba, no iba a soportar verlo. El sábado y domingo anduvimos en la búsqueda; el 20 de diciembre que íbamos a ir a la morgue, sentí una bañada helada y a la vez un calor y dije: ‘vamos; voy a ver esos cadáveres. Fue una decisión que tomé de momento. Llegamos y todos creían que no tendría valor de entrar y les dije que sí. Me mostraron los cadáveres uno por uno en una pantalla de computadora, en la que se podían ver de todas formas con sus pertenencias”.

Relató que le mostraron las fotografías de los 56 migrantes fallecidos. “Al último vi una de una persona delgada y le dije a la muchacha que se parecía a mi hijo, pero como tenía calcetines no le podía ver los pies para estar segura. Me puso la foto de su cara y no lo reconocí porque se le miraba negro el pelo y pegadito, aunque algo colocho. Me dijo ella que lo negro era por la sangre en el pelo. Me puso la imagen de los dientes y al vérsela le dije que se parecía mucho porque tenía dos dientes superiores levantados. Me preguntó si quería que me mostrara el cadáver y le dije que sí. Cuando abrieron la bolsa no lo reconocí al instante, al acercarme le vi su boca y sí, era él. Le dije que le descubriera los pies porque todos nosotros tenemos pando (torcido) el dedo meñique. No había duda. Era él. ¿Por qué tuvo que pasarle esto a él?”.

Ahora, ella misma se responde: “Todo pasa por la voluntad de Dios y todo esto ha pasado porque a la mejor aquí me le iba a pasar algo al niño o me lo hubieran desaparecido, lo que hubiera sido peor porque que le maten a un hijo aquí a uno sin que deban nada ha de ser peor”.

“Allá nos vemos”, dijo Leonardo a su padre; ahora sabe que en el cielo

Deisy Guadalupe Leyva está segura de que el cuerpo de su hijo Leonardo Sebastián Hernández, de 16 años al fallecer en el accidente ocurrido en Chiapas el 9 de diciembre, no podrá inhumarlo en el panteón de su natal Zaragoza, porque “ahí no se puede enterrar a ningún joven, pues llegan los pandilleros y no dejan. Sólo a mujeres o ancianos”.

Mientras espera la llegada del cuerpo, entre el dolor y la incertidumbre, Deisy Guadalupe reflexiona en la despedida que le hicieron a Leonardo la víspera de su partida: “Ahora nos ponemos a meditar porque desde que empezó lo del viaje él comenzó a orar. Con 50 dólares que me sobraron, un día antes que se fuera le dije que compraría comida e invitaría a mis hermanos, a mi papá y hermanas para almorzar todos.

“Así fue. Incluso mi hermano me regañó y me dijo que estos viajes se hacen callado y cuando la gente viene a ver (es porque) uno ya está aquí (en Estados Unidos) y no se anda haciendo fiestas ni cosas así”.

Ella le contestó que no hizo fiesta, sino “un almuerzo para que conviviera con nosotros. Todo tranquilo, chistando y luego salimos a la calle a tomarnos fotografías todos juntos y él sólo con los abuelos, solo con nosotros, al grado de que yo les dije: ‘Ya no estén tomando fotos, ni que el bicho (niño) se fuera a morir. Ni que fuera el último día que lo vamos a tener aquí. Lo dije sin pensar que era el último. ¡Estaba tan contento de ese viaje! Cuando se despidió de mi esposo le dijo: ‘Papá, cuide a mi mamá que muy pronto nos vamos a ver’ y cuando se despidió de mí me dijo: ‘Mamá, Dios la bendiga, cuídese mucho y muy pronto nos vamos a ver’”.

Agregó: “Estamos conscientes de que la muerte le iba a llegar a él, aunque nos duela el alma poque así es la vida. Mis hermanos me dicen, qué casualidad tan grande que justo esos días salió y tenía que ir en ese tráiler. Era menor, pero se sentía capaz de irse solo. Tenía confianza en Dios que todo saldría bien, pero nunca pensamos lo que pasaría”.

Señaló que una vez que murió el hijo, le preguntó al coyote: “¿Me va a devolver el dinero por ir a matarme a mi hijo? Me dijo que me lo regresará, pero hasta ahora no se ha visto nada. Él me dijo que si a la primera oportunidad no pasaba se hacían dos intentos más, pero como pasó esto, yo no quisiera que nadie más se fuera, pero mis hermanos me dicen que si no regresa el dinero que se vaya mi esposo para lograr los cuatro mil dólares. La verdad yo le digo a él que no. Si pudiera regresar el tiempo, aquí estuviéramos comiendo nada, pero no hubiera faltado mi hijo”.

Sentado junto a ella, su esposo la escuchó en silencio y la vio enjugarse las lágrimas. En entrevista posterior dijo que “si hubiera la oportunidad viajaría a Estados Unidos para terminar de cumplir el sueño del niño”.

— ¿No le da miedo?

— No, porque primeramente voy preparado espiritualmente. Si encuentro con la muerte, pues sólo Dios sabrá si voy a estar con él porque ya le pedí perdón y en verdad estando aquí o allá siempre nos va a alcanzar la muerte, ahora o después. Siento que es una pesadilla lo que nos ha pasado; siento que él está vivo.

— ¿Usted quería que se fuera?

— Cuando le pregunte si en verdad se quería ir, me dijo: “Papá: yo ya tengo la oportunidad de llegar allá; ya que mi familia me apoya, yo me voy, los voy a sacar adelante con mi trabajo. Primero Dios, todo va a salir bien”. Estaba decidido. Pero ese domingo a mí me cayó una tristeza grandísima. Sentí un gran nudo en la garganta; presentía algo. El salió el 6 de diciembre y sólo me dijo: “Papá, cuide a mi mamá que allá nos vamos a ver”. No me dijo dónde, pero yo sé que es en el cielo.