San Salvador. La pobreza, la violencia de las pandillas y el acoso de las autoridades orillaron a Leonardo Sebastián Hernández Leyva, de 16 años de edad, uno de los 56 migrantes que perecieron en el accidente ocurrido el 9 de diciembre en la autopista Chiapa de Corzo-Tuxtla Gutiérrez, a salir del país para buscar trabajo en Estados Unidos.
Su familia estaba consciente de que la travesía por México “es un camino de muerte”, pero como estaba decidido, lo apoyó para que buscara el sueño americano, mediante el pago de 9 mil dólares (180 mil pesos mexicanos aproximadamente) que le prestarían sus tíos que viven en el país del norte.
Su madre, Deisy Guadalupe Leyva, contó: “Varias veces en la mañana no teníamos ni para el pan, pero él me decía: ‘Me voy a ir a trabajar con mis tíos para no estar en esta pobreza’”. Su último trabajo fue ayudar a un albañil a construir aceras en un fraccionamiento residencial cercano a su casa. La última vez que lo vieron con vida fue el 6 de diciembre, cuando, emocionado salió de su casa con una pequeña maleta.
Leyva relató en entrevista que Leonardo, el único salvadoreño que viajaba entre los aproximadamente 160 migrantes accidentados (la mayoría guatemaltecos), le decía: “Mamá, yo quisiera que mis tíos me ayudaran a irme a Estados Unidos a trabajar para que ustedes tengan su casita y puedan vivir mejor”.
“Era su deseo salir adelante por la pobreza que tenemos y porque aquí uno no es libre, pues él no podía salir a la tienda, no podíamos ir al río libremente porque siempre estábamos con el miedo de que le sucediera algo por la inseguridad. Aquí hasta por un par de zapatos matan a los jóvenes.
“Un día salió la plática con mi hermana y le dije de los pensamientos que él tenía y me dijo: ‘Si vos tenés valor de que el niño se venga, yo te ayudo, le decís a mis otros dos hermanos, y si te ayudan, entre los tres lo podemos traer’. Por eso ella se siente culpable y yo le digo que no, porque son cosas que uno no sabe”.
Agregó que, desde ese 10 de noviembre del acuerdo, Leonardo “no cabía de la emoción”. Le dijo: “Sí, mamá, yo me voy. Primero Dios que llegue con bien. Como cristianos que somos, desde entonces empezamos a orar”.
Hablando con vecinos y conocidos contactó a un coyote que por 9 mil dólares llevaría a su hijo a Estados Unidos. Pagaría 4 mil aquí, mil en Mexicali y el resto cuando lo entregara a sus familiares.
Una semana antes había viajado, con éxito, un joven vecino de Leonardo. “Eran como hermanos y se querían ir juntos, pero no pudieron porque mi hermano no había depositado el dinero aún. El hombre le dijo a la mamá que en 10 días pondría al hijo en la frontera y así fue. Durante todo el viaje el cipote (niño) se fue comunicando con mi hijo y contándole que era cierto lo que el hombre decía, que los llevaba en carro y los hospedaba en hoteles; eso nos dio más confianza.
“Nos sentíamos mal, no queríamos que se fuera; mi hermana le mandaba audios y le decía: ‘Hijo, ese camino es de muerte. Desde el momento de salir de tu casa vas decidido a lo que te pase’, y él le decía: ‘Primero Dios, a mí no me va a pasar nada, voy a llegar con bien’. Estaba cerrado”.
Una noche antes, su padrastro, Arístides Aníbal Hernández Mendoza, le preguntó si de verdad tenía valor para irse y, sin titubear, él respondió que sí. “Espérate, pasa el 24 y el 31 de diciembre con nosotros y en enero te vas”, le dijo, a lo que el joven le contestó que quería recibir 2022 en Estados Unidos con sus familiares.
La madrugada del 6 de diciembre salieron de su casa, ubicada a 15 kilómetros de la capital salvadoreña, en el municipio de Zaragoza, donde operan dos pandillas contrarias que “le han robado hasta la libertad a los jóvenes”. La vivienda en la que viven Deisy Guadalupe, su esposo y dos menores, uno de 15 años y otro de 10, tiene techo de lámina y paredes de adobe.
Le habían dicho a Leonardo que a las cinco de la madrugada pasarían por él a la orilla de la carretera que conduce al puerto de La Libertad. “Nos vinimos a las tres de la casa y la primera falla fue que la persona que pasaría no llegó porque supuestamente se le descompuso el vehículo. Le dije: ‘Hijo, esto no me está gustando, no te vayas porque ya me dio desconfianza. A las 6:15 llegó otra persona por mi hijo y se lo llevó.
“Desde que salió iba comunicándose conmigo todo el camino. El miércoles (8) en la noche me dijo que estaban supuestamente en San Marcos, Guatemala; el coyote llegaría por él para ir a comer y conocerlo. El hombre me mandó una foto de mi hijo y dijo que estaban desayunando.”
Leonardo le comentó que ese miércoles por la tarde cruzarían la frontera e incluso le dijeron que si la policía los detenía, tenía que decir que iba para San Pedro a cuidar el rancho de no sé quién; que los cruzaron en una combi con otras personas.
“Eso fue en la noche, y en la mañana del jueves 9 me dijo: ‘Ahora nos dicen que nos van a mover a Puebla, que van a venir por nosotros. No se vaya a preocupar porque no sé cuánto tiempo no me voy a poder comunicar; dicen que de uno a dos días, y al llegar me comunicaré con usted para que no esté preocupada’”.
A las 7.30 horas del 9 de diciembre, día del accidente que dejó 56 muertos y más de 100 heridos, envió el último mensaje. “Me mandó la ubicación, entre Comitán y San Cristóbal (Chiapas), Me dijo: ‘Mamá, ahorita nos van a mover para Puebla’, porque esa es la ruta que llevaban”.
El joven murió tres días después en un hospital de Tuxtla Gutiérrez. Luego de tres semanas, su cuerpo permanece en la morgue de la capital de Chiapas y probablemente sea repatriado a El Salvador este fin de semana.