Cuando uno actúa bajo la convicción profunda de que nadie puede ser discriminado por las características adquiridas en su nacimiento, sobre las que no tiene control, como el color de la piel, el hecho de ser mujer, hombre o tener otra preferencia sexual, de que hay una interdependencia entre todos los seres, ninguna causa le es ajena. Fue el caso del arzobispo Desmond Tutu, fallecido el pasado domingo 26.
De una acción profética localizada en la Sudáfrica del apartheid, el arzobispo Tutu transitó a una profecía globalizada. Una denuncia contra todas las formas de opresión en todos los rincones del mundo. De la injusticia global contra los pobres a la exclusión de las personas LGBTTI y al cambio climático.
Tutu nació en Klerksdorp en 1931, de padre maestro y madre cocinera, una pequeña ciudad dormitorio de trabajadores mineros negros, cercana a Ciudad del Cabo. Fue maestro en su pueblo y luego estudió Teología. Se ordenó sacerdote en 1961 y, en 1975 fue nombrado decano de la catedral anglicana de Johannesburgo. En lugar de la residencia catedralicia prefirió vivir en Soweto, suburbio pobre y negro, donde habría una histórica masacre de la población negra en 1976. En 1985 fue el primer negro en ser ordenado arzobispo anglicano del Cabo y Johannesburgo, primado de África Austral, lo que dio resonancia a la Teología Negra en la que creía y practicaba.
Desde entonces fue de las voces más firmes en denunciar el apartheid. Predicaba la necesidad de un cambio radical en su país, pero lo más pacífico posible. Llamó a la desobediencia civil ante el sistema totalmente injusto, inmoral y perverso del apartheid. Así lo expresó en su libro: El África que yo sueño. A principios de la década de los 80 creó en los suburbios negros, los Townships, una organización de iglesias, sindicatos y asociaciones comunitarias: el Frente Unido Democrático para luchar por un África del Sur, “Unida y No Racial”. Mientras Nelson Mandela estaba encarcelado, Tutu lideró la resistencia civil contra el régimen, organizó marchas pacíficas, promovió denuncias internacionales y el boicot económico contra el gobierno racista de Pretoria. En 1984 se le otorgó el premio Nobel de la Paz.
Cuando se puso fin al apartheid y Nelson Mandela ganó la presidencia de su patria, nombró a Tutu presidente de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, inspirada en ese concepto surgido en América Latina, luego de las dictaduras militares. La Comisión escuchó a más de 30 mil personas, que denunciaron violaciones masivas a los derechos humanos y atrocidades cometidas durante la represión de los blancos. Al mismo tiempo, puso en práctica una forma de perdón y reparación moral a las familias de las víctimas.
Amigo y compañero de Mandela en su lucha, tuvieron muchos acuerdos, pero también desacuerdos, que aquél siempre trató de callar, “… salvo uno, dice la viuda de Mandela, Graca Machel, en el que coincido con el arzobispo: la crítica a las camisas fantasía de Nelson”.
Tutu se mantuvo como la conciencia moral en Sudáfrica y con valentía criticó la corrupción en el gobierno de Jacob Zuma, sucesor de Mandela en la presidencia. Pero su palabra y su acción profética fueron mucho más allá: la opresión del pueblo palestino por Israel, las masacres perpetradas por Rusia en Chechenia, la invasión de Irak, la dictadura en Birmania. Con firmeza criticó a Reagan, a Bush, a Tony Blair, a Putin.
La teología en acción de Tutu gira en torno al concepto africano de Ubuntu. Así lo explica: “En nuestra lengua africana decimos: una persona no existe sino por otras personas. Ninguno de nosotros viene al mundo plenamente formado. No sabríamos pensar, caminar, hablar o conducirnos como seres humanos, si no lo aprendemos de otros seres. Ubuntu es estar abierto y disponible para los demás, tener conciencia de que se pertenece a algo más grande y que una persona es disminuida cuando los otros son disminuidos o humillados, torturados u oprimidos”.
Esta teología de Tutu, de la comunidad con todos los seres del mundo, es una de las fuentes inspiradoras que menciona el papa Francisco en su encíclica Fratelli Tutti.
Pero la teología de este hombre dicharachero, con gran espíritu del humor, gran amigo del Dalai Lama no terminaba ahí: se comprometía con las grandes causas de nuestro tiempo: cambio climático, pobreza, carrera armamentista, igualdad entre los sexos, VIH, suicidio asistido.
“Yo no puedo alabar a un dios homófobo”, declaró categóricamente, hablando contra la discriminación de las personas por su preferencia sexual. Y fue consecuente con su convicción: en todo momento apoyó a su hija, Mpho Tutu, ordenada en el sacerdocio anglicano, cuando tuvo que dejarlo por casarse con otra mujer.
Alguien dijo de Tutu, “era una persona que conjugaba de manera única un coraje indomable y una profunda benevolencia, enteramente despojada de odio, y un sentido profundo de la justicia, fundada sobre la compasión y sobre la aspiración de todos los seres a evitar la persecución, la discriminación y la injusticia. Todo esto, envuelto en un maravilloso sentido del humor y una sincera humildad”.
Así seguirá viviendo entre nosotros este Profeta del Sur Global.