Madrid. El Centro de Arte Museo Reina Sofía presentó la tercera fase de la reordenación de su Colección Permanente, en la que, a través de 300 obras de diversos formatos, recoge el arte generado durante la “autarquía” y el “exilio”. Es decir, de las llamadas “dos Españas” surgidas de la fractura causada por la Guerra Civil, la posguera y la dictadura fascista de Francisco Franco, explicaron en la presentación el director de la pinacoteca, Manuel Borja-Villel, y Rosario Peiró, jefa de acervos y líder del proyecto.
Para entender la España del siglo XX, con todas sus rupturas traumáticas, sus periodos de hambre y guerra, hay que mirar hacia ese universo creativo y doliente que se congregó involuntariamente en torno al exilio, pero también hacia esas expresiones artísticas generadas bajo la cerradura de la dictadura. El exilio y la autarquía para comprender un pensamiento que se resistió a que fuera definido como “perdido” y dio paso a la creación de algunas de las piezas que mejor reflejan la nostalgia, la opresión, la derrota, el desgarro de la separación o la represión siniestra de aquellos años, señaló Rosario Peiró, curadora a cargo de esta nueva forma de mostrar la Colec-ción Permanente.
El proceso de reordenación del enorme acervo acumulado abarca la primera mitad del siglo XX, que es cuando transcurren la Guerra Civil (1936-1939), la posguerra y los años más duros de la dictadura, en una mirada que se extiende a la llamada España peregrina, aquella que emigró huyendo de la represión franquista, que se exilió en América Latina, sobre todo en México, en Francia, Suiza, Alemania y Estados Unidos. La que junto a su maleta de sueños e ideales rotos por el fascismo irradió expresiones de luminosidad antológicas, que ahora forman parte de la historia de la cultura y del arte de la humanidad.
Eso explica que en esa reclasificación, denominada Episodio III. Pensamiento perdido: autarquía y exilio, estén algunas de las obras más importantes de Pablo Picasso, Salvador Dalí, Joan Miró, José Gutiérrez Solana, Josep Renau, Antoni Tápies o Esteban Vicente, Paul Éluard, Robert Capa, entre otros. Así como coetáneos que participaron de todo ello: Diego Rivera, José Clemente Orozco, Manuel Álvarez Bravo, Wifredo Lam y Reme-dios Varo.
Redes artísticas
El director del museo, Manuel Borja-Villel, indicó que “el exilio conformó prácticas creativas en las que conceptos como la nostalgia, la opresión, la derrota, la separación, la resiliencia y la integración de culturas tuvieron una presencia significativa. En los lugares donde encontraron refugio los artistas expatriados se establecieron redes de solidaridad y colaboración con otros creadores con los que se realizaron proyectos de relevan-cia internacional”.
De ahí que por primera vez el museo decidiera hacer frente y sin tapujos a uno de los periodos históricos más traumáticos del país, dando cabida tanto a la obra de esos exiliados, expatriados y emigrados que llevaron su pensamiento y su creatividad a otros lares, como a los artistas que vivían bajo el yugo de la dictadura, entre los que había desde apologetas del régimen hasta los valientes e ingeniosos que sortearon la censura para denunciar la represión, el hambre y la violencia en la que se vivía.
Esta reordenación de la Colección Permanente del museo consta de 300 obras en distintos formatos, que en términos artísticos ofrece un panorama que abarca desde finales de los años 30 hasta los 50 a lo largo de 16 salas, cada una centrada en una problemática (o realidad) diferente, y que comienza con la entrada de las tropas franquistas a Madrid en la película Ya viene el cortejo (1939), de Carlos Arévalo, y termina con un fragmento de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964), de Stanley Kubrick, y su mítica escena de la bom-ba atómica.
Asimismo, destina un espacio para recordar la España del silencio y las prisiones, del hambre y las cartillas de racionamiento con obras como La costurera, de José Gutiérrez Solana o Cárcel, de Aurelio Suárez. De igual modo, la vanguardia frívola de la posguerra, con Salvador Dalí, Luis Castellanos, el grafista Farinyes, el fotógrafo Santos Yubero y el escultor Ángel Ferrant, y algunas portadas de La Codorniz, de Enrique Herreros.
Para el desgarro del exilio se eligieron piezas como la película El éxodo de un pueblo, de los franceses Louis Llech y Louis Isambert, el cuadro de Pablo Picasso Monumento a los españoles muertos por Francia y fotografías de Robert Capa de los campos de concentración de republicanos, así como algunas piezas que nunca se habían colgado en el museo, como los dibujos de Josep Bartolí y José García Tella.
En la nueva propuesta del museo hay un apartado destacado para la Exposición Internacional de Surrealismo (1940), organizada en México por André Breton, que se adentró en el tema indigenista y de la que se recogen obras de Remedios Varo y Diego Rivera con Los vasos comunicantes, adquirido recientemente por el museo.
Sobre el destierro, destacan los trabajos que realizó en México el creador Josep Renau, sobre todo la producción gráfica desarrollada en la revista Futuro, y diferentes carteles realizados tanto para partidos y organizaciones políticas de la izquierda mexicana como para las acciones de protesta del exilio, que la pinacoteca española consiguió hace poco.
En este apartado destaca la colección de Estampas de la Revolución Mexicana del Taller de Gráfica Popular, un colectivo de grabadores fundado en 1937 para apoyar y difundir las causas sociales y políticas revolucionarias. En las que se incluyeron algunas piezas gráficas de José Clemente Orozco.
En la nueva versión del acervo hay una generosa selección de libros y ejemplos editoriales, tanto del interior de España como de esa España peregrina que se publicó en México, Argentina y Francia.
Rosario Peiró, jefa de Colecciones del museo, destacó que “la trascendencia y actualidad de la imagen del exilio republicano remite a un momento histórico y a una experiencia fundamental no sólo para España y el siglo XX, sino también para el contemporáneo siglo XXI, marcado por una crisis migratoria global”.