Ciudad de México. Testigo de las consecuencias y el dolor que generan las acciones del crimen organizado en las familias de las zonas afectadas por este flagelo, el nuncio apostólico en México, Franco Coppola, considera que la frase “abrazos, no balazos” es más profunda de lo que parece, y rechaza rotundamente “la guerra contra el narco” que fue desplegada en sexenios anteriores. “No sirve”, asegura. Recuerda que “en Italia tenemos la experiencia de la mafia”.
Estima que aunque las acciones anticrimen del gobierno son adecuadas, seis años no alcanzan para resolver un problema que se arrastra por décadas.
También detalla que de los 270 sacerdotes investigados por abusos sexuales que dio a conocer hace unos meses, la mitad reconoce su culpabilidad.
En la nunciatura apostólica, asegura a La Jornada que “abrazos, no balazos es un eslogan, y como tal, no dice toda la riqueza, profundidad y complejidad”. Sólo fue una forma de decir “no queremos más balazos, pero hay todo un trabajo atrás. El camino que ha iniciado el gobierno es correcto, pero no pienso que en un sexenio se pueda solucionar un problema de años”.
Tampoco cree que la administración federal, sola, lo consiga. “El gobierno solo no puede. Es necesaria la colaboración de la ciudadanía, de la sociedad civil, de la Iglesia”, y añade que todas las estrategias anticrimen pueden requerir “ajustes”.
A pocos días de asumir la nunciatura en Bélgica, celebra que ahora se ofrezcan “otras alternativas a las familias: de trabajo, estudio y desarrollo”, así como oportunidades a los jóvenes”, con el fin de que “no sean obligados a integrarse al narco”.
“En las entidades, la gente ha sido abandonada, dejada en manos de esos violentos. El Estado está tratando de hacerse presente.”
Coppola visitó gran parte del país, incluidas las entidades con altos índices de inseguridad. En abril fue a Aguililla, Michoacán, cuando la violencia arreciaba en ese municipio. Allí celebró una misa por la paz.
“En un local retirado, fuera de ojos indiscretos, recibí a mamás que me trajeron a sus muchachos. Me comentaron: ‘monseñor, podemos tenerlos hasta los 10 u 11 años. Después, o les compramos un pasaje a Estados Unidos o se los lleva el crimen organizado; los enrolan a la fuerza’ y se convierten en carne de cañón, porque al primer enfrentamiento, a un muchacho de 12 años lo matan y al mismo tiempo de esa manera tienen de rehenes a la familias”, que se ven impedidas de denunciar porque ellos tienen a sus hijos.
Sobre la pederastia en que han incurrido integrantes de la Iglesia católica dice que con el propósito de que la denuncia del delito no se inhibiera, dispuso una vía directa con su despacho. “Puse a disposición mi correo electrónico personal para que la gente que no tenía confianza en los obispos y sacerdotes pudiera dirigirse a la nunciatura. Lo han hecho, los he canalizado para que tengan justicia”.
Mencionó que en la Iglesia mexicana “se está investigando a 270 sacerdotes. En casi la mitad de los casos han terminado reconociendo la culpabilidad del acusado, quitando el sacerdocio. En cinco por ciento de los casos se ha reconocido que el señalado era inocente, y en 45 por ciento el proceso está en trámite”.
Admite que en su labor diplomática previa no había enfrentado casos de abuso sexual, pero esto cambió cuando llegó a México, y discrepa sobre el uso de un término. “No estoy de acuerdo con hablar de pederastia clerical. Sería como si la pederastia fuera sólo clerical. Datos del Unicef dicen que gran parte de los abusos pasan en la familia”, aunque no niega que “hay sacerdotes que se manchan de este delito, y tenemos que reducirlo a cero.
“Tuve trato con los abusadores, pero sobre todo con las víctimas, y me di cuenta de la huella, de la herida grave que queda en la persona, les cambia la vida. Es algo gravísimo. Fui conociendo las huellas, las heridas que quedan en las víctimas. Con ayuda de especialistas y sicólogos, supe cómo esto causa problemas en el mismo cerebro de las personas, pues no se desarrolla como debiera.
“Entiendo por qué el Papa exigió tolerancia cero; no se puede tolerar de ninguna manera. Hay que ayudar a las víctimas porque han sufrido muchísimo. Además del maltrato, de la violencia, del delito, no les han creído y han pensado que era su culpa.”
Cuando llegó al país, el clero mexicano estaba “muy temeroso de tocar el tema, como cuando en una familia pasa algo vergonzoso”.
El nuncio saliente deja entrever que en su gestión se ha luchado contra ese delito. “En todas las diócesis hay una comisión de protección a menores, integrada por sacerdotes, laicos, sicólogos, abogados y médicos para recibir las denuncias y tratarlas como se debe. Hemos multiplicado la posibilidad a la gente de denunciar”.
Pese a las acciones, “no está todo resuelto, no puedo decir ‘de ahora en adelante no va a pasar ningún caso’”.
Pocos días antes de dejar México, viajará a Roma la noche del 1º de enero; cataloga como “cordial” el trato con el presidente Andrés Manuel López Obrador, y que hubo “muy buena colaboración con el gobierno.
“Yo le he hablado (a López Obrador) siempre con mucha franqueza. Me llamo Franco y hablo francamente, y pienso que también el Presidente ha sido muy sincero conmigo”. Les dijo cuando ciertos aspectos no eran viables. “Ha sido relación cordial y franca”.
La laicidad es uno de los temas en que no hubo los avances que espera la Iglesia. Su diagnóstico en un lustro como representante del Papa es que “México no me parece un Estado laico; me parece más bien un Estado ateo”. La “herencia histórica” en el país al respecto es “como una herida (y muestra una lesión en la mano); si la toco, duele”.
En la relación Iglesia-Estado, “algunos reaccionan de una manera digna del año 800”, pero confía en que, como las heridas sanan con el tiempo, ese aspecto también cicatrizará, porque “la Iglesia católica “está por el Estado laico”. Los gobiernos deben ser “árbitros neutrales”, lo que no excluye reconocer que “la religión tiene un papel en la vida de la persona”, asegura.
“El Estado no debe comprometerse con ninguna religión”, afirma.