Pocos directores más queridos en el cine mexicano como Sergio Olhovich. Pude comprobarlo en varias ocasiones en los Estudios Churubusco. Recuerdo la imagen solitaria de Emilio Fernández, El Indio, ya muy cacheteado, sentado solo en la mesa de un café. En cambio, la figura de Sergio Olhovich, querido y admirado por todos, provocaba un bullicio que siempre me llamó la atención.
–Pablo O’Higgins era un hombre generoso, te regalaba su camisa –comenta Olhovich a propósito de la muerte de María O’Higgins–. Hace 50 años hice un documental sobre Leopoldo Méndez, Pablo O’Higgins y el Taller de Gráfica Popular. Filmé a Pablo en su estudio, en la tarde se lo llevaron al hospital y ya nunca más regresó. Lo filmé en el último momento, cuando todavía estaba bien y eso quedó grabado en el documental.
–Eso demuestra que eres un hombre con buena suerte, Sergio… Permíteme preguntarte, ¿cuál ha sido para ti la mejor época del cine mexicano?
–Cada época tiene lo suyo. Es muy interesante la primera, la de la Revolución Mexicana, donde se forjaron los primeros cineastas con películas que retrataban a México, lo documentaban como hicieron los Casasola, Salvador Toscano y otros grandes fotógrafos. De ahí surgió la capacidad de documentar acontecimientos de la Revolución Mexicana, como hizo en forma insuperable Salvador Toscano. La etapa del cine mudo mexicano de los años 20 nos entrega películas melodramáticas tipo Hollywood. La banda del automóvil gris, de 1926, es la más conocida. Luego viene la etapa del cine sonoro, con Santa, en 1931, filmada en tu barrio, Chimalistac.
–¿Y la del Cine de Oro mexicano que triunfó en Cannes?
–Esa se inicia con las películas posrevolucionarias de Fernando de Fuentes, El prisionero número 9, y con la excelente Vámonos con Pancho Villa y la todavía mejor Allá en el rancho grande. Enamorada, de los años 40. En esa Época de Oro, surgieron estrellas que aún no han sido superadas: Pedro Armendáriz, Jorge Negrete, Pedro Infante, María Félix, Dolores del Río. En esos años se filmaron de 120 a 130 películas anualmente, dirigidas por grandes directores, como Emilio Fernández y Roberto Gavaldón.
–Sergio, entonces todo el festival de Cannes hablaba de los cielos y las nubes de Gabriel Figueroa… Me parece que Luis Buñuel llegó a nuestro país…
–Buñuel llegó en el año 47-48 y filmó Los olvidados, en 1950, pero antes hizo otras películas: Subida al cielo y Él, con Arturo de Córdoba, es la mejor…
–Jeanne Buñuel decía que Él era un autorretrato de su marido.
–Es la cinta suya que más me gusta; trata de un personaje que pierde la razón. Conocí muy bien a Buñuel. Cuando regresé de Rusia, a la primera persona que traté en México fue a Carlos Fuentes, quien me dio un cuento del que hice mi primera película, La muñeca reina, que gustó mucho a Carlos.
“Consideré a Buñuel el padrino de La muñeca reina, porque me dio consejos de cómo hacerla. Así nos hicimos amigos y lo fuimos aún más cuando Buñuel descubrió que yo venía de Rusia y podía tomar vodka con él. Le gustaban mucho sus buñuelones, a diferencia de los mexicanos que se echaban su tequila en pequeños caballitos, y cuando se dio cuenta de que yo podía tomar como él, declaró que yo era el único digno de sus buñuelones. Nos hicimos muy amigos gracias a esos grandes vasos. A él le llamó la atención que hubiera yo estudiado en la Unión Soviética cuando allá prohibían todas sus películas. ‘¿Por qué las censuran?’ –preguntó. ‘Mira, Luis –respondí–, creo que es una cosa temporal de los años 30, 40, 50’. En la época del realismo socialista no encajaba su cine surrealista. Hoy, en Rusia, todo el mundo ve el cine de Buñuel y gusta mucho. Entonces alegaba: ‘Es que mis películas son muy realistas’. ‘No, Luis, son surrealistas’. ‘Pero, Sergio, el surrealismo es muy realista’. Buñuel me llamaba por teléfono para tomar los buñuelones que él mismo preparaba.”
–Sergio, Luis Alcoriza aseguraba que Buñuel guardaba su ginebra y hielos secos en un refrigerador cerrado con candado.
–Conocí bien a Alcoriza, quien escribió varios guiones de sus películas Recuerdo que Luis y Jeanne nos daban muchas tapas en platitos chiquitos, fumábamos con él, yo le caía bien, a pesar de que me llevaba 30 años, pero cuando hay un lenguaje común no importa la edad. Era mañoso, porque fingía no escuchar nada. ‘¿Qué? No oigo’, porque no quería opinar. Cuando se le daba la gana oía perfectamente, y como nos llevamos muy bien, siempre me oyó a la perfección.
“También fui amigo de El Indio Fernández, quien me llevaba 30 años. Era muy prosoviético. Me dio una carta de recomendación para el Instituto de Cine de la Unión Soviética y me tomaron mucho en cuenta gracias a él.
“Mi papá era ruso y desde niño me empapé de esa cultura. Ingeniero petrolero, era también concertista e interpretó de maravilla la música y la pintura rusa que yo viví de niño. A los 16 años entré a estudiar dirección de teatro con Seki Sano, durante 30 años. Seki Sano, alumno de Stanislawski, en Moscú. Escogí la Unión Soviética porque allá está el mejor, más antiguo y más grande instituto de cine del mundo. Lo fundó Lenin en 1919.
“Tuve la fortuna de vivir en Ecuador, Colombia, Venezuela y México, donde entré a la UNAM después de la prepa y de estudiar en París. Me dio meningitis en Colombia a los cinco años, y se me paralizó todo el cuerpo. Pasé años haciendo ejercicios para volver a caminar y a hablar, y cuando lo logré, mi cerebro se switcheó al otro hemisferio, me volví zurdo.”