Los Llanos de Aridane. A Roselio González el volcán Cumbre Vieja le tragó la casa, los recuerdos y el trabajo de varias generaciones, pero no piensa dejar que le engulla también el futuro.
Necesita toda su energía para reconstruir parte de esta pequeña isla del archipiélago de Canarias, que comienza a vislumbrar el fin de la erupción que les sacudió la vida.
“No podemos estar añorando lo que ya no está. Tenemos que seguir adelante. Y si toca empezar de cero, empezamos”, afirma enérgico este camionero de 49 años.
“Casas hay más, pero vida, no”, agrega frente al puesto policial que impide acceder a la zona de exclusión del volcán, donde la oscuridad de la ceniza va ganando intensidad hasta desembocar en las enormes coladas de lava fría que alcanzan los 40 metros de altura.
Su casa, en El Paso, queda a unos dos kilómetros. Pero, tras cinco días de agonía, el 24 de septiembre quedó sepultada bajo la lava.
“El hecho de no poder descansar, de no poder dormir, era muy malo. Después de ese momento, ya lo he ido asimilando poco a poco”, recuerda sobre aquellas horas de angustia, que arrancaron cuando el 19 de septiembre recibió un mensaje alertándole de que el Cumbre Vieja había entrado en erupción, a 600 metros de su vivienda.
Desde entonces sólo pudo entrar tres veces para sacar las pastillas de su madre, sus animales y algunas fotos.
Con sus familiares repartidos en diferentes departamentos, él se aloja junto a su pareja en casa de su suegra y confía en que este parón del volcán, que lleva desde la noche del lunes sin actividad aparente, sea el definitivo.
“Esperemos”, dice Roselio, quien integra la Asociación Social Volcán Cumbre Vieja para trabajar en la reconstrucción, “maratón” que calcula que durará al menos una década.
Ayuda sicológica
Las heridas abiertas por la lava tardarán en sanar.
Aunque no ha provocado ninguna muerte directa, la erupción más larga de La Palma ha devorado mil 345 viviendas y mil 237 hectáreas de esta tranquila isla atlántica de 83 mil habitantes.
Y, durante casi tres meses, su rugido constante ha tenido atenazado al dinámico valle de Aridane.
“Pastillas para dormir, tapones, te van minando la moral”, recuerda Pedro Noel Pérez sobre las explosiones diarias. Aquel ruido incesante apagó las ganas de cantar de este celador y músico, de 44 años, que hace sólo unos días consiguió volver a ensayar.
“Nuestro hogar de más de 48 años, en el cual vivían mis padres, y más de la mitad de mi barrio, ya no existe. Ya no serán mis vecinos, siempre los tendré en el corazón, pero físicamente, no”, lamenta.
Algunos han venido hoy a acompañarle a un íntimo concierto organizado en Los Llanos de Aridane, el municipio más afectado por la catástrofe, que trata de recuperar el pulso tras semanas sitiado por el volcán.
Unas 7 mil personas se encuentran todavía desalojadas en La Palma, y aún quedan casi 600 vecinos albergados en hoteles, sin perspectivas de recuperar su hogar.
“Esto es un duelo, porque si has perdido tu casa es como perder a un familiar”, explica Estefanía Martín, una de las sicólogas que asisten a los afectados en el centro instaurado en Los Llanos, donde hasta final de noviembre ya habían realizado mil intervenciones.
El futuro se ve brumoso desde el barco de la armada española que acerca a una treintena de empresarios y agricultores a la playa de Puerto Naos. El amanecer ilumina las 48 hectáreas que la lava le ha ganado al mar y que ahora bordea esta embarcación donde nadie tiene ganas de hablar.
“Ánimo, ninguno. Ilusión, ninguna. Estamos jodidos”, describe Pedro Javier Martín.
Mientras el barco se acerca a esta coqueta zona turística –ahora desierta y teñida de ceniza negra–, este hostelero de 65 años señala el restaurante, los quioscos y la casa que tuvo que dejar atrás.
“Que pare ya ese animal”, le lanza al volcán que ha causado daños por al menos 842 millones de euros (951 millones de dólares), de acuerdo con cifras del gobierno canario.