En realidad, no son dos las protagonistas del documental Charo y Georgina, otra vez frente al espejo, de la cineasta Rebeca Chávez, que se acaba de estrenar en el Festival Internacional del Cine de La Habana. Hay tres mujeres que dialogan, una de ellas detrás de las cámaras.
Este cortometraje que dura apenas 22 minutos y que pronto podrá verse en México, consigue convertir el encuentro entre dos reconocidas escritoras cubanas, Charo Guerra y Georgina Herrera, en un viaje en que se mezclan la autobiografía, la poesía y una singular reflexión sobre el racismo y la intolerancia en Cuba, mientras se cruzan lenguajes técnicos y visuales, registro directo al mismo tiempo que ambiciosa operación autorreflexiva de la directora.
Rebeca Chávez es una cineasta formada en la escuela de Santiago Álvarez, fundador y director del paradigmático Noticiero ICAIC Latinoamericano. Ha realizado una veintena de documentales multipremiados y es una de las pocas mujeres que ha dirigido películas de ficción en Cuba. Ciudad en rojo, su opera prima (2009), reconstruye la rebeldía y la solidaridad de Santiago de Cuba bajo la dictadura de Fulgencio Batista, épica que vivió de primera mano y que tradujo con los signos propios de su obra: todo suena a verdad, gracias a la complejidad de las sensaciones y los sentimientos que expresa.
Como testigo participante de la revolución desde la primera hora, Rebeca transmite en este documental que más de medio siglo de derechos concretos para las mujeres permiten distinguir qué es la igualdad legal y qué es la igualdad efectiva. Como ocurre con el racismo y con la intolerancia.
Sin embargo, Charo y Georgina, otra vez frente al espejo no es un panfleto sobre estos asuntos, ni los tonos son en el blanco y negro de los que amplifican la anécdota racista o machista como metáfora del fracaso de la revolución cubana. Tampoco acepta la perspectiva de los que repiten que estos son sólo rezagos de un pasado ya superado y que con la Constitución y las leyes basta. Superadas las lecturas más simplistas, no hay que atenuar, sin embargo, la voz de alarma.
Rebeca está plenamente consciente de la capacidad que posee el cine de revelar instantes únicos de realidad, como si la cámara fuera un microscopio que permite descubrir toda la trama en un plano donde aparece un gesto mínimo. El cine como arte de la mirada. Lo nuevo de esta aproximación compleja a la vida y a la obra poética de dos mujeres no está en el objeto mirado, ni en la historia, sino en el ojo del que mira. Ese ojo que es, primero, el de la directora y, luego, el del espectador.
¿Y qué vemos? Dos poetas que conversan y entrelazan sus biografías. Ambas nacieron en la provincia de Matanzas, en el tramo occidental de Cuba, con casi 30 años de diferencia. La más joven, Charo Guerra (1962) habla de su libro Limpieza de sangre, en el que dialoga con su padre ya fallecido, que ocultó a la familia su ascendencia africana. “Mi padre pasó por blanco toda su vida… Sus padres, mis abuelos, habían alentado esa sutileza, esa discreción, el no hablar de lo que no se pregunta para evitarle las cuotas discriminatorias que le habrían tocado por ser el fruto de una unión interracial. Era una práctica común en la época, una especial conducta de blanqueamiento.”
Charo confiesa que “siguen ahí la discriminación sutil por el color de la piel, por el pelo, por ser mujer, por pensar diferente, por tener otras preferencias sexuales… Son actitudes que no se cambian de la noche a la mañana”.
La mayor, Georgina Herrera (1936), llegó a La Habana con 20 años para colocarse como sirvienta en casa de ricos. Sin la revolución de 1959 no habría sido posible su obra que parte de la autoconciencia, del orgullo de su origen africano, de su condición de negra feminista que rescata una historia olvidada: “Familia negra en la que no hubo / mezcla alguna: / negros los ojos, la piel, el pelo duro / y el alma, pura. / Casi salvaje, porque/ el origen era la selva. / Hablo de los que me antecedieron”.
“El racismo lo sufro, lo combato, pero no lo entiendo”, dice Georgina. Confiesa haber sido, sin embargo, “inmensamente feliz, aquí nacieron mis hijos, aquí recibí el primer ejemplar de mi primer libro GH.”
Hace apenas una semana murió Georgina Herrera, víctima de Covid. No pudo ver el documental, que se estrenó cuando ella agonizaba en un hospital de La Habana. Rebeca tuvo tiempo para volver a la mesa de edición e incluir un último plano en el que dedica esta película a la memoria de la poeta que dejó un mensaje premonitorio en la web al cumplir 84 años:
“Creo que el miedo [al Covid] es la mejor manera de no sentirme vencida. Entonces, en medio de este torbellino, dejo un espacio lleno de claridades para un posible futuro, por si es cierta la rencarnación. Quiero ser lo que soy ahora, volver las veces que sean necesarias como la primera vez: fuerte, guerrera, amorosa, cimarrona, palenquera, volver como si no me hubiera ido, siendo lo que soy: negra, pobre y mujer y retomar mi puesto en nuestra lucha, porque esta lucha, la nuestra, no va a acabarse en largo tiempo”.