Nueva York. En Inside Llewyn Davis (Balada de un hombre común), de Joel y Ethan Coen, el músico folk interpretado por Oscar Isaac, sin su compañero de toda la vida, trata de triunfar por su cuenta. Viaja a Chicago para audicionar ante Bud Grossman (F Murray Abraham), quien emite un juicio condenatorio: la gente necesita tiempo para conocerte como solista.
En la primera película que dirige sin su hermano, a Joel Coen le va mucho mejor que a Llewyn.
The Tragedy of Macbeth (La tragedia de Macbeth), adaptación embriagadora y expresionista de la obra de William Shakespeare, llena de niebla y de sombras, es el debut como solista de un cineasta cuyo virtuosismo visual nunca estuvo tan marcado por el sonido y la furia. La película ha sido aclamada como una de las mejores versiones de Macbeth en la pantalla, legado que incluye la poderosa interpretación de Orson Welles y el febrilmente atmosférico Trono de sangre, de Akira Kurosawa, y como un desvío inesperado en una cinematografía hasta ahora definida por la hermandad.
“Pasé 40 años mirando a Ethan después de cada toma o para ver si había algún problema. Así que lo extrañé porque eso no estaba allí”, dijo Coen en una entrevista reciente. “Por otro lado, Fran estaba allí como productora aportando un conjunto de habilidades diferente que de alguna manera estaba ausente en las cosas que habíamos hecho, en especial en el contexto de esta película en particular debido a su experiencia en el teatro”, agregó en referencia a su esposa, la actriz Frances McDormand.
Esencia de la obra literaria
The Tragedy of Macbeth, que se estrenará en cines el sábado y el 14 de enero en el servicio de streaming Apple TV+, es protagonizada por Denzel Washington en el papel de Macbeth y McDormand en el de Lady Macbeth. El proyecto fue impulsado por McDormand, quien anhelaba hacer la obra con su esposo como director, posiblemente en el escenario. Coen finalmente cedió, pero sólo podía imaginarlo como una película: desnuda y estilizada, abstraída en blanco y negro y compuesta en un marco casi cuadrado de proporción académica.
“La ambición era hacerlo como una película en términos de aceptar lo que el medio te brinda estilística, sicológica y formalmente, pero tratando de no perder la esencia de la obra literaria”, destacó Coen. “Desde el principio, no estábamos interesados en hacer una versión realista de la obra, de alquilar un castillo”.
Por mucho que la película marca una diferencia para Coen, La tragedia de Macbeth no es un acto en solitario. Además de trabajar con actores como McDormand, Washington y Kathryn Hunter (una bruja deslumbrante), el filme se construyó con la colaboración del director de fotografía Bruno Delbonnel y el diseñador de producción Stefan Dechant.
Coen y Delbonnel, que rodaron Inside Llewyn Davis y la película anterior de los Coen, La balada de Buster Scruggs, se conocieron hace casi tres años y pasaron una semana en un hotel suizo repasando ideas y referencias. En esa conversación y otras, captaron cosas como el estilizado diseño escénico de Edward Gordon Craig de principios del siglo XX, La pasión de Juana de Arco, de Carl Dryer, las fotografías de claroscuro de Hiroshi Sugimoto y La noche del cazador, de Charles Laughton.
Parte de la intensa conversación que Coen normalmente tendría con su hermano, la tuvo con Delbonnel, volcando imágenes y bocetos y tomando descansos contemplativos para fumar.
“Probablemente no se trate de comprensión, sino más bien de cuestionar lo que estamos haciendo. Joel y Ethan siempre se preguntaban si era la forma correcta de hacer algo”, contó Delbonnel sobre su conexión con Coen. “Ambos pensamos que Kurosawa era un genio”.
Por mucho que el bullicio de las películas de los hermanos Coen pueda parecer distante de la tragedia de Shakespeare, sus cintas están repletas de maquinadores embargados por las ambiciones equivocadas, sólo que a veces más absurdas. No es un salto muy lejano de Fargo, donde lo sucio también era justo, a Macbeth, o incluso de la entrenadora personal oportunista de McDormand, Linda Litzke, en Quémese después de leerse, a Lady Macbeth.
Ecos del pasado
“Hay ecos de cosas que hemos hecho en el pasado en esta obra”, sostuvo Coen. “Una de las razones por las que siempre me ha gustado la obra es ver cómo Shakespeare anticipó o prefiguró estos tropos de la ficción criminal del siglo XX, esta idea de una pareja que planea un asesinato. Si bien no son cómicamente desventurados ni personajes que hemos explorado en ese contexto en otras películas, pierden el control de la situación”.
El Macbeth de Coen proviene de una perspectiva más madura que la común en la obra escocesa. McDormand y Washington tienen 60 años; sus Macbeth hacen un último intento por el trono.
“Esta película es algo sobre un director que tiene 67 años. Yo tengo 64”, aclaró Delbonnel. “Llevamos aquí un tiempo y tenemos ideas. Hay cosas que nos gustan y otras que no nos agradan. Eso es todo”.
Coen admitió que su ambición ha disminuido; se ha vuelto más prudente en cuanto a lo que está dispuesto a hacer. Su producción casi anual con Ethan –hicieron Sin lugar para los débiles, Quémese después de leerse, Un hombre serio y Temple de acero en cuatro años– ahora le parece “un poco loca”. El proceso de filmación de Macbeth, interrumpido por la pandemia, tampoco es algo que le gustaría repetir.
“A medida que envejeces, te vuelves mucho más mañoso”, expresó Coen, riendo. “Es una relación diferente para trabajar. Es más relajado, en el buen sentido”.
Para Coen, menos es cada vez más, sobre todo en la minimalista Macbeth. Él y Delbonnel prepararon un gran guion gráfico para encontrar el nivel adecuado de abstracción. Coen no quería un castillo sino “la idea de un castillo”, precisó Dechant.
Encrucijada sorprendente y onírica
El realismo nunca ha sido el estilo de los Coen. Joel citó a Alfred Hitchcock: “Mis películas no son un trozo de la vida. Son una rebanada de pastel”. Sin embargo, en La tragedia de Macbeth se adentró en un reino teatral más elevado. Se inventó un escenario: una encrucijada sorprendente y onírica; el fatalismo en la tierra de Coen destilado hasta una bifurcación en el camino tan seria como cuando Anton Chigurh lanza una moneda en No hay país para los viejos…
En estudios dispersos, Dechant construyó decorados para adaptarse a la forma en que la luz caía sobre ellos, creando espacios que surgieron de la sicología de los personajes.
“Al estar entretejidos en el texto, los decorados tenían su independencia”, afirmó Dechant. “No tienen antecedentes ni un lugar para ir después. La habitación donde ocurren las apariciones por segunda vez, las vigas, existe totalmente para el caldero sicológico que sostiene a Macbeth. No sé qué es esa habitación. No sé para qué existe. Pero existe para esa escena”.
Coen no descarta volver a trabajar con Ethan. “¿Quién sabe qué pasará en el futuro? Él y yo, cuando comenzamos a trabajar, nunca dijimos por cuánto tiempo o si era algo permanente. No cuestionamos las decisiones de los demás en ese sentido”, señaló.
Sin embargo, también está claro que su proceso –su constante refinamiento, consideración y cuestionamiento– todavía anima y emociona a Coen, incluso si es con otros colaboradores.
“Nuestro proceso nunca fue prescrito. Nunca fue ‘tú estás haciendo esto y yo aquello’. Siempre fue: los dos estamos haciendo todo y quien esté más cerca de la persona que hace la pregunta, responde. Esencialmente, dirigir una película es responder a muchas preguntas.”