El “síndrome del quemado” o burnout hace referencia al desgaste emocional y físico acompañado de actitudes negativas que presentan los trabajadores y que provoca poca motivación para desempeñar sus actividades.
Este padecimiento está asociado a diversos factores. En el ámbito educativo, trae muchas consecuencias que dañan terriblemente al desarrollo magisterial.
Han pasado tres años desde que se inició el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, el cual llegó a la Presidencia de la República con dos promesas que le hicieron ganar apoyo de buena parte de la comunidad educativa: echar abajo la “mal llamada reforma educativa” del gobierno de Enrique Peña Nieto y traer una verdadera “revalorización del magisterio”.
Estos dichos que trataron de materializarse con la reciente reforma educativa traían la ilusión de contar con mejores condiciones y un nuevo enfoque en los procesos de enseñanza-aprendizaje. Sin embargo, aún no se han reflejado, pues el malestar docente se va incrementando y los contextos no mejoran.
Estos factores de descontento son diversos y necesitan atención urgente para resarcir el daño que van dejando al sistema educativo.
El primero de ellos tiene que ver con una fuerte tensión causada por los procesos burocráticos. Aunque fue promesa de los titulares de la Secretaría de Educación Pública que existiría una descarga administrativa, esto no fue así. Incluso, durante la pandemia, estos requerimientos aumentaron.
El segundo factor tiene que ver con una persistente precarización del salario. Según la investigadora Claudia Alanís en su artículo titulado “El Servicio Profesional Docente: percepción de las condiciones laborales en educación básica” (2020), un sector importante de maestros señala que, para ellos, es muy necesario desarrollar otra actividad además de la docencia para cubrir sus necesidades familiares.
En promedio, un profesor de educación básica gana 8 mil 400 pesos al mes y muchas veces este es el único ingreso con el que tratan de cubrir gastos de vivienda, servicios y educación de los hijos, entre otros.
Aunado a ello, existe un menor reconocimiento social a la profesión. “Se puede apreciar un contraste entre el prestigio del magisterio mantenido hasta hace algunas décadas con respecto del actual” (Alanís, 2020).
Durante la pandemia, estos señalamientos negativos hacia los docentes fueron incrementándose: “Cobran sin trabajar” y “los padres de familia estamos haciendo lo que les corresponde”, fueron algunos de los comentarios lanzados, menospreciando la labor que los mentores desempeñaron desde el confinamiento.
Finalmente, existen pocas oportunidades de profesionalización y formación continua. Los cursos de actualización ofrecidos por las autoridades educativas o líderes sindicales revelan una falta de empatía y conocimiento de las verdaderas necesidades de los profesionales de la educación. Fueron los mismos maestros quienes buscaron acompañamiento externo y, la mayoría de las veces, pagados por ellos mismos sin apoyo institucional.
Pareciera que la muy esperada revalorización docente está lejos. Sin embargo, sólo la organización colectiva y la empatía y solidaridad social pueden cambiar las cosas.
Ya lo decía Pablo Latapí en su famosa carta: ser maestro tiene, como la Luna, su cara luminosa y su cara oscura. Luchemos entre todos, por mantener ese brillo y dignidad magisterial.
*Periodista especializado en temas educativos. Director editorial de Educación Futura
Twitter: @elErickJuarez