Ciudad de México. María O’Higgins defendió las causas campesinas y obreras, estos ideales en favor de los vulnerables y su profundo amor por el arte fueron el eslabón más fuerte en la vida que compartió con el artista Pablo O’Higgins. La abogada y profesora falleció la noche de ayer lunes a los 101 años luego de varias semanas de permanecer postrada. Será velada en Gayosso Félix Cuevas a partir de las 15 horas de hoy 21 de diciembre.
María se dedicó las últimas décadas a luchar por la conservación del legado de su esposo, el pintor, grabador y muralista mexicano de origen estadunidense Pablo O’Higgins, quien llegó a nuestro país en 1920, invitado por Diego Rivera. Fue aquí donde el originario de Utah adquirió la nacionalidad mexicana y residió hasta su fallecimiento en 1983. Se enamoró de los murales, los magueyes y una inteligente abogada que conoció en Monterrey. Pablo y María se casaron en 1959.
En vida, ella se dedicó a acompañarlo el quehacer pictórico del muralista y después fue una guardiana de la conservación de su obra, perseverante para hacer cumplir el deseo de que la producción artística del pintor fuera patrimonio de los mexicanos.
Cercana al centenario de vida, dijo en entrevista a La Jornada (10-03-2019) haber recibido propuestas de instancias privadas para adquirir la obra de Pablo. Fueron negativas las que recibieron, pues ella les respondió firme: ‘‘si no son instituciones oficiales, no me interesa darles nada, porque la obra de Pablo es México y para México”. Añadió que el muralista ‘‘siempre respetó y quiso a la gente de este país, los trabajadores primero”.
María de Jesús de la Fuente Casas nació en el pequeño poblado de Valle de Rayones, Nuevo León, el 18 de octubre de 1920. De su padre aprendió el amor por la tierra y el trabajo duro de quienes se dedican al campo pues participó en el reparto agrario de Lázaro Cárdenas en su estado natal al norte del país.
Fue la primera mujer egresada de la licenciatura en Derecho por la Universidad Autónoma de Nuevo León; destacó por ser pionera en defensa de los derechos por las mujeres y el acceso a la justicia. También fue una de las fundadoras en 1947 de la Facultad de Trabajo Social y Desarrollo Humano en Monterrey. Durante su ejercicio del derecho, vio el maltrato que vivían las mujeres por el sistema de justicia, por lo que implementó la primera defensoría de oficio para ellas en los años 50 del siglo pasado.
Al ver la miseria e indefensión de las mujeres, comenzó a ayudarles con su casos. Luego, después de hablar con el entonces gobernador en Nuevo León, Arturo B. de la Garza, se instauró la defensoría de oficio para mujeres en materia civil. María O’Higgins relató que el común denominador de las personas que defendió era que ‘‘todas tenían hambre, hijos abandonados, a veces golpes. Los maridos se iban y ellas se quedaban sin hacer nada, porque en esa época debían ser ‘de su casa’, y la gente decía: ‘si te tocó ese esposo, pues aguántate’, pero ya con hijos no podían soportar esa vida”.
Fue en 1958 que conoció al pintor de origen estadunidense, cuando llegó a Monterrey, acompañado por su amigo Leopoldo Méndez, ambos fundadores del Taller de Gráfica Popular. Se casaron al año siguiente y comenzaron a vivir en la Ciudad de México. Juntos diseñaron el que fue su hogar en Coyoacán, y donde ella residió hasta sus últimos días, acompañada del recuerdo de su compañero de vida. Tras afrontar el duelo, encontró consuelo en el estudio de la casa, pintando y digitalizando el acervo de Pablo O’Higgins.
En 2020 hizo la donación al acervo del Museo de la Ciudad de México, a través de la fundación que lleva el nombre de la pareja, 20 litografías y un grabado en blanco y negro, en las que el muralista, pintor y grabador retrató las tradiciones mexicanas.
Ese mismo año realizó la donación de 216 dibujos de la serie “Los trabajadores de la construcción” a la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México. Entonces, celebró el nuevo hogar para “mis albañiles”, que la acompañaron por medio siglo.
Afirmó, como consignó La Jornada (06-01-2020), que de esa manera los estudiantes “pueden darse cuenta del esfuerzo de cada persona, desde niños hasta ancianos, todos mexicanos, que nos han ayudado para que tengamos techo, aunque ellos a veces no lo tienen”.
Queda pendiente su mayor petición: un museo para Pablo O’Higgins. Su esperanza de difundir las luchas y carencias de los más desprotegidos, las mujeres maltratadas, los campesinos, los obreros, los trabajadores de la construcción y los pepenadores, esa seguirá viva.