En un resultado sorprendente e inesperado, en la segunda vuelta de la elección presidencial de este domingo, el candidato presidencial de la izquierda, Gabriel Boric se impuso por más de 11 puntos (55.96 por ciento de los votos, con más de 99 por ciento de las casillas escrutadas) sobre su rival ultraderechista, José Antonio Kast (44.14 por ciento).
La sorpresa no sólo se refiere al triunfo por amplio margen del ex dirigente estudiantil, sino también a lo copioso de la participación, que fue de 55.4 por ciento de los ciudadanos inscritos, en contraste con 46.7 que se registraron en los comicios anteriores y de 41.98 en los de 2013. Resultó inédito, asimismo, que el aspirante que quedó en segundo lugar en la primera vuelta se alzara con el triunfo en la segunda.
Con todo, lo más relevante de la elección de ayer en la nación austral es el contraste entre dos candidatos que por primera vez desde 1993, año del restablecimiento de la democracia formal, son ajenos a los dos grandes bloques de centroizquierda y centroderecha que se alternaron en la Presidencia, así como el hecho de que tanto Boric como Kast rompieron con los consensos básicos de la transición chilena: mientras Boric se ha manifestado por abandonar el modelo neoliberal impuesto desde 1973 por la dictadura militar de Augusto Pinochet, Kast, quien se formó políticamente en los entornos pinochetistas, amenazaba con suprimir derechos y libertades arduamente conseguidos en décadas de luchas y movilizaciones.
Así pues, resulta inevitable experimentar una sensación de alivio por la derrota de un reaccionario próximo a las posturas de los neofascistas españoles de Vox, que no vaciló en condenar el derecho al aborto, los derechos de los pueblos originarios y de las minorías sexuales y que manifestaba una abierta hostilidad hacia las conquistas sociales en materia de educación, salud y trabajo.
En contraste, en diversas ciudades chilenas se festejó lo que muchos consideran el triunfo de los movimientos sociales que estremecieron al país durante una década, empezando por las movilizaciones estudiantiles, la lucha de los mapuches y la generalizada rebelión social que tuvo lugar en 2019 y 2020 en contra de un modelo económico generador de desigualdad, pobreza y saqueo del país, y que culminó con la redacción de una nueva Constitución.
Sin embargo, deben observarse con cautela las perspectivas transformadoras del gobierno que se iniciará en breve.
En primer lugar, el Legislativo emanado de la elección del 21 de noviembre está fragmentado en más de 20 partidos y cuatro coaliciones con fronteras ideológicas difusas, y en el cual las formaciones que apoyan al nuevo presidente electo apenas cuentan con la cuarta parte de los escaños, en tanto que las coaliciones de las fuerzas otrora hegemónicas e incluso inmovilistas (Nuevo Pacto Social y Chile Podemos Más) mantienen entre ambas una amplia mayoría.
Por añadidura, entre la primera y la segunda vueltas se presentó una disputa por el centro entre Boric y Kast, lo que llevó a ambos a moderar sus posturas más firmes y a adquirir diversos compromisos políticos, lo que merma significativamente las posibilidades de una ruptura con el orden establecido.
Por último, el triunfo de Boric es, a no dudarlo, un signo sumamente positivo para América Latina, pues no cabe duda que el nuevo presidente chileno se sumará a los gobiernos progresistas surgidos en años recientes.
Cabe esperar que ello propicie un nuevo impulso en la región a los programas de justicia social, soberanía e integración regional.