La repentina muerte de Vicente Feliú, la cual conmovió al mundo de la trova, me ha traído a la mente el recuerdo de cuando por primera vez lo entrevisté en La Habana en alguna de las salas del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic).
Era el verano de 1979 y la casa discográfica Egrem acababa de publicar Créeme, un álbum de hermosas canciones que oscilaban entre el compromiso revolucionario y el trabajo poético, y del cual destacaba justamente el tema que da título al acetato. Un hermoso tema acerca de la pareja que se ama en medio del empeño por transformar al país a pesar de situaciones adversas.
“Créeme, Cuando te diga que el amor me espanta/ Que me derrumbo ante un “te quiero” dulce/ Que soy feliz abriendo una trinchera
“Créeme, Cuando me vaya y te nombre en la tarde/ Viajando en una nube de tus horas/ Cuando te incluya entre mis monumentos.
“Créeme, Cuando te diga que me voy al viento/ De una razón que no permite espera/ cuando te diga: no soy primavera/ Sino una tabla sobre un mar violento.”
Era su álbum debut y estaba mostrando al mundo una cancionística que se generaba en el marco de una Revolución promisoria.
A mis preguntas sobre algunas claves que me ayudaran a entender estas “nuevas formas”, el autor me decía que era, ante todo, una actitud frente a la vida. Sus temáticas preferidas eran el amor y la muerte, pero la más recurrente en sus canciones era la despedida, al respecto decía. “Uno se despide de todo, uno se despide del que fue ayer, de amores que ya no están, de amigos que ya no están, de amistades que dejaron de ser, hasta de uno mismo cuando se va, éso es algo inherente al ser humano”.
Comentaba que en el campo de la música, y en el más estrecho de la canción, se podía desarrollar una temática humanista desde el amor filial, la exaltación de la naturaleza y el entorno a la solidaridad entre los hombres y una sociedad más justa.
Su creación musical estaba muy influenciada por el efecto social de la revolución cubana, confrontando algunas posiciones radicales y otras de índole intelectual que resumía con puntualidad en sus canciones.
Silvio Rodríguez, en su nota al disco Créeme lo describe así: “Por el 65 tenía compuestas algunas canciones y –cosa por la que se suele medir a los iniciadores de este movimiento– esas canciones, como trabajo inicial, reunían los requisitos de arraigo y ruptura que comenzaron a caracterizar a los cantores jóvenes por aquellos años. Vicente sintetiza en mucho una de las aspiraciones del movimiento: hacer de la canción y de quien la canta una compacta unidad. Es un hombre de su tiempo y, desde la acción, le surgen crónicas, canciones, testimonios. Su lenguaje varía según el timbre de la vida o el sueño, pero siempre hay un viento épico rondándolo. Esto se aprecia claramente en Los seguidores o en Pablo, pero dónde resulta más hermosamente insólito es en canciones como Esther, homenaje cuando describe ciertos holocaustos íntimos de una mujer (su tía) que en su verso resultan un ejemplo de altruismo y tenacidad, una suerte de epopeya privada.
“Musicalmente siempre ha tenido esas manías o reiteraciones que algunos llaman estilo. Y su estilo tiene mucho que ver con aspectos de la trova tradicional y con determinadas zonas de la canción popular cubana. Cuando toca la guitarra sorprende su manera casi constante de mover el bajo (recordar a Sindo Garay), aunque su contenido es lógicamente más actual. Cuando rasga se intuye la orquesta que seguramente suena dentro de su cabeza, y cuando canta sus versos con voz menuda o airada, su timbre cálido nos somete a una especie de hogar.
“He aquí a un hombre, a un poeta, a un trovador sincero. Créanle.”
Para el pianista Frank Fernández, quien fuera su mentor en los inicios, Vicente Feliú era “un ejemplo vivo de la mejor tradición trovadoresca cubana. Créeme, Los seguidores, No sé quedarme, Puede ser, puede ser… son ejemplos de la manera desprovista de todo subterfugio y elementos teatrales con que se produce el desgarramiento que caracteriza a este excelente compositor, cuya arma principal en la creación, es establecer la comunicación de corazón a corazón”.
Así era Vicente Feliú, quien siempre tuvo la convicción en que la canción no era un arte menor. Para él, “es aquello que con melodía, ritmo y palabras nos trasmite sentimiento, pasando o no por la razón, y que puede conmover la atención, el sentimiento, la sensibilidad, la reflexión, y el compromiso social”.