Al despuntar la década de 1970, los efectos del movimiento universitario de 1968 se seguían haciendo presentes en la Universidad Nacional. En esa línea, el nombramiento como rector de Pablo González Casanova representaba el ascenso de una posición democratizadora al gobierno universitario, claramente enmarcada en una visión progresista de las ciencias sociales y respondiendo, en diversos sentidos, a las demandas de aquel movimiento.
En el contexto nacional, los 70 iniciaban con un significativo cambio de tono político. El renovado discurso del candidato oficial, Luis Echeverría, quien había sido secretario de Gobernación en el gobierno anterior, parecía contestar a las demandas del movimiento estudiantil: “garantías a los derechos ciudadanos”, “respeto a la autonomía universitaria”, “libertad de expresión”, entre otras. Dicha estrategia quedaba sintetizada en el concepto de apertura democrática y en la operación de una serie de medidas tales como la liberación de los presos políticos –estudiantiles y de otros movimientos sociales–, la derogación de los artículos relativos a la “disolución social”, así como en una táctica de diálogo y acercamiento a las universidades. Sin embargo, todo ello quedaba relativizado por una serie de mensajes en los que se aludía a los riesgos del anarquismo y la subversión, así como por una estrategia de desmovilización y cooptación de la intelectualidad. En un punto extremo, el echeverrismo pondría en operación a grupos de choque –los halcones– para reprimir una marcha de estudiantes en el Jueves de Corpus de 1971.
González Casanova ocupó la rectoría universitaria por apenas dos años y medio e impulsó una serie de medidas que iniciaron la redefinición de la Universidad Nacional de cara al futuro. Su compromiso, plasmado en su discurso de toma de posesión, el 6 de mayo de 1970, planteaba el objetivo de lograr “la democratización de la enseñanza como apertura de los estudios superiores a números cada vez más grandes de estudiantes”.
González Casanova fue un constructor de instituciones y un activo promotor de las innovaciones pedagógicas. Fundó el Colegio de Ciencias y Humanidades, que representaría una alternativa universitaria innovadora: aprender a aprender, dominio de los lenguajes, enseñanza interdisciplinaria y desclaustración de las enseñanzas. También creó el Sistema de Universidad Abierta que buscaba, según los documentos fundacionales, combinar las técnicas clásicas de enseñanza con el establecimiento de objetivos de aprendizaje, de diálogo o conferencias, con la producción de material didáctico y la asistencia a casas de cultura, bibliotecas y seminarios. Todo ello orientado a la apertura de la oferta educativa superior a amplios sectores sociales. En ese sentido, inició un profundo esfuerzo para acercar la educación superior a estratos sociales de la periferia geográfica de la Ciudad de México, dando los primeros pasos para la adquisición de terrenos en el estado de México, que serían la base de las unidades multidisciplinarias (las facultades de estudios superiores de hoy).
La gestión de González Casanova enfrentó diversas presiones a la Universidad Nacional. Dentro de la institución resurgieron los fenómenos del porrismo y la violencia, colocando al rector en una difícil situación en virtud de su oposición al uso de la fuerza como instrumento de control. Asimismo, la defensa de la autonomía, tanto de la UNAM como de otras universidades públicas, constituyó un elemento central en la gestión del rector quien expresaría en todo momento su enérgico desacuerdo ante las intromisiones externas a las universidades. No podría omitirse la protesta de las autoridades universitarias ante la violenta represión por parte de grupos de choque en 1971 y que las llevaba a cuestionar la posibilidad de una “auténtica apertura democrática” ( Gaceta UNAM, vol. II, núm. 40, 14/6/71).
Durante 1972 se sucedieron una serie de hechos que enlazaban la conflictiva interna con la externa: en junio en la Facultad de Ingeniería se vivía el asesinato de dos estudiantes y en julio –a partir de un conflicto relativo al acceso de normalistas– la toma de rectoría por miembros de la Facultad de Derecho, encabezados por una pareja de conocidos porros. Entre estos meses y hasta diciembre el rector mantuvo la decisión de solucionar de manera pacífica la situación, demandando la corresponsabilidad del régimen ante los hechos: “La universidad pide que se demuestre que el régimen de derecho es eficaz para resolver los problemas de la universidad […] y que es inaceptable enfrentar a las fuerzas públicas con los universitarios […] más aún cuando se trata de problemas que nos han venido de fuera…” ( Gaceta UNAM, vol. V, núm. 2, 6/9/72).
A la conflictiva de la institución y la deteriorada relación ante el gobierno federal se sumó en octubre de ese año la huelga de los trabajadores, quienes planteaban diversas reivindicaciones gremiales. El rector renunció el 7 de diciembre de 1972, concluyendo, años más tarde, que el conflicto sindical habría tenido solución, no así, el “falso y brutal problema de los invasores […] calculado para que no tuviera otra alternativa que la violencia o mi renuncia”.
La vocación democrática del rector fue siempre inequívoca y con un gran respeto a las manifestaciones del pensamiento en la universidad: “Queremos que los estudiantes sepan que en esta casa se puede disentir, porque ni por edades, ni, sobre todo, por ideologías, el hombre de hoy puede siempre asentir […]”. Y este es, probablemente, uno de los mensajes más profundos de González Casanova: el que reconocía la multiplicidad de posiciones en la universidad y el que reclamaba, especialmente a la autoridad, el respeto a las distintas voces en la institución.