Imaginemos a un luchador social de la izquierda europea, a quien sus médicos han diagnosticado pocos meses de vida. Digamos que corre 1920, nuestro personaje tiene 50 años, y desde jovencito ha sido militante socialista, soldado en la gran carnicería de la Primera Guerra Mundial, revolucionario en Rusia, y luego en las filas del proletariado alemán.
En suma, medio siglo peleando por los ideales de una revolución, tributaria de las ideas de Hegel y de Marx. O sea, con la certeza en la totalidad, y la convicción de que vale la pena luchar por un mundo más justo. Pero auscultemos algo más: los sentimientos del personaje, en sus días finales. ¿Cómo vislumbraba el porvenir? ¿Con optimismo o pesimismo?
Destaco dos puntos: 1) nuestro personaje se ha formado en las premisas del “pensamiento universal”, aunque con escasas herramientas conceptuales para entender el fenómeno del imperialismo en los países coloniales y semicoloniales; 2) año de 1920 y, en el “por-venir”, lo peor que viene en camino.
Subrayo “pensamiento universal”, ya que nuestras matrices conceptuales continúan siendo eurocéntricas o anglosajonas… Matrices que en América Latina (AL), sin mucha carga teórica, empezaron a fisurarse doctrinariamente con la Revolución Mexicana, el peronismo, la revolución cubana y el chavismo bolivariano.
Ahora bien. Como diría el gaucho Martín Fierro, “pido a los Santos del Cielo, que ayuden mi pensamiento (…) y aclaren mi entendimiento”. Porque no pienso (ahorita), divagar en torno al “nacionalismo revolucionario”, el “reformismo”, el “marxismo-leninismo”, o en los “antisistémicos” de “abajo y a la izquierda”. Ni recurrir al copioso menú de “categorías” de última generación (“progresismo”, “populismo”, “posneoliberalismo”, etcétera), que suelen ensayarse para diagnosticar la época que vivimos. Vayamos a los hechos.
Del vaso más vacío que lleno: 1) deliberada y criminal actitud del “mundo libre”, para dotar de vacunas contra el Covid a los países explotados; 2) avance de las ultraderechas europeas, que superan los delirios del nazifascismo histórico; 3) indignante fallo de un tribunal británico, en favor de la extradición de Julian Assange a Estados Unidos; 5) “Cumbre por la Democracia” (sic) convocada por Joe Biden, con la exclusión de lo que a su juicio son “dictaduras”, el reconocimiento de un payaso venezolano y…¡Taiwán! (¿?); 6) a cinco años de los acuerdos entre el gobierno de Colombia y las FARC, 292 guerrilleros firmantes de la paz y mil 270 líderes sociales asesinados; 7) posible triunfo del pinochetista José Antonio Kast, en el balotaje del domingo entrante.
Del vaso más lleno que vacío: 1) fracaso de la ultraderecha en Perú, para destituir al presidente Pedro Castillo; 2) triunfo de la izquierdista Xiomara Castro en las elecciones de Honduras; 3) ídem en Venezuela, donde han fracasado todas las embestidas de Washington y Colombia contra la revolución bolivariana; 4) formidable concentración del pueblo mexicano en el Zócalo de la Ciudad de México (“¡Es un honor, estar con Obrador!”); 5) poderosas movilizaciones en Bolivia contra los golpistas de ultraderecha; 6) ídem en Argentina, contra los planes de ajuste del FMI.
El optimismo o pesimismo dependerá, entonces, de la conciencia de cada ciudadano. Aunque los que parecen no tenerla son los que a pesar de sus Nobel, prestigio intelectual, artístico, etcétera, acaban de suscribir el infame “llamado a detener la persecución del régimen” (sic) contra los artistas cubanos, y la “represión” en la isla (sic). “El arte debe estar libre de censura y represión en Cuba, y en cualquier otro lugar del mundo”, concluyen.
Frente a tan insignes personalidades, podríamos ensayar una respuesta acorde con su “nivel intelectual”. Pero no me da la gana, y a 63 de la revolución cubana prefiero liberar el instinto primario: ¡hipócritas mentirosos!
Como fuere, luego de año y medio de pandemia global, flota por doquier la sensación de que el vaso que contiene las ansiedades del mundo, parece más vacío que lleno. Es lo que anuncian catastrofistas, conspiracionistas y paranoides con chapa, que navegan en las redes antisociales.
Y en sentido opuesto, los que ven el vaso más lleno que vacío. Apostando, con cauteloso optimismo, a que las cosas serán menos dramáticas, en comparación con el tenebroso porvenir que nuestro personaje imaginario no alcanzó a conocer, porque se murió.