Los estudios sistemáticos sobre las características del cuerpo médico son escasos en México. A pesar de ello, las autoridades de salud suelen presentar datos de origen desconocido que sugieren que estamos como país en una situación frágil. Probablemente están tomándolos de diferentes fuentes, como los de la OCDE, mezclándolos con datos de naciones con una densidad médica muy alta, como Cuba; procedimiento que dificulta el entendimiento.
En este contexto es valioso el estudio Los médicos especialistas en México, publicado en la Gaceta Médica de México, órgano oficial de la Academia Nacional de Medicina, en 2018. Revela algunos datos importantes tanto sobre el tipo de médicos, particularmente especialistas, presentes en el país, su certificación y actualización, así como su distribución en el territorio nacional. No inesperadamente encontraron una gran desigualdad en este campo como en el resto del panorama social nacional, que reproduce las inequidades entre el ámbito rural y urbano; entre el norte y centro y el sur-sureste.
Un primer dato interesante es que, contrario a lo que se crea, el país dispone de más médicos especialistas que generales o familiares, 65 por ciento versus 35 por ciento, cifra similar, por ejemplo, a la de Inglaterra, pero diferente a países como Chile y Francia, donde los médicos generales o familiares representan 50 por ciento. Al respecto es necesario hacer dos reflexiones. Por un lado, hay que comparar estos números con el modelo de atención actual y el deseado, y por el otro, revisar las expectativas de los que actualmente estudian medicina.
El modelo de atención preponderante es el que se ha venido llamando el “Modelo Médico”, centrado en la curación y el hospital, más especializado más valorada tanto social como monetariamente. Esta idea se refleja en la búsqueda de especializarse, preferentemente en una sub o subsubespecialidad. Este comportamiento corresponde al arquetipo del médico heroico, proyectado en las series, pero también tiende a tener correspondencia con el éxito económico del especialista. Asimismo, es de notar que la productividad del especialista es en promedio muy baja –dos consultas por día– en comparación con el médico general o familiar con 20 a 25 consultas en promedio. Sin embargo, no hay que subestimar que la subespecialidad frecuentemente va de la mano con mayores estímulos intelectuales, por ejemplo, en la investigación.
Contrasta con este modelo de atención, aquella que enfatiza la educación para la salud, promoción, prevención, detección temprana y rehabilitación, así como conocimientos de salud pública, epidemiología y salud colectiva. Cuando este es el modelo tiende a enfatizar una atención que se asemeja al del médico familiar y distrital de viejo cuño. Es decir, una formación integral con actividades fuera del consultorio en la comunidad, en la casas y con colectividades específicas, por ejemplo, en los centros de trabajo. Esto requiere de una mayor densidad de médicos como es el caso de Cuba.
Otro tema que revisar es el número de especialidades registrados en cada país, ya que refleja mejor la capacidad de cubrir las necesidades existentes. Los países centrales de Europa y Estados Unidos reportan entre 45 y 50 especialidades, mientras, por ejemplo, Colombia reporta 82. Detrás de estos números se encuentran varias explicaciones o situaciones diferentes. Tiene que ver con tendencias inerciales de formación, con el poder de las agrupaciones de especialistas y sus consejos, y con la capacidad de las instituciones y el “mercado” para absorberlos.
Otro tema crucial es la distribución de los médicos generales, familiares y especialistas en el territorio. Según el artículo arriba citado, hay una concentración de médicos especialistas en las zonas metropolitanas del Valle de México, Jalisco y Nuevo León con 54 por ciento, mientras que son escasos en Chiapas, Guerrero, Oaxaca y Veracruz. Esta distribución, por un lado, tiene que ver con oportunidades de empleo en las instituciones públicas y las posibilidades de combinar el trabajo institucional con la práctica privada. Sin embargo, se relaciona además con las oportunidades educativas y culturales y, hoy día, con el alto grado de violencia en muchas partes del país.
La complejidad de la situación significa que no es suficiente sólo incrementar los cupos en las escuelas de medicina o en las residencias. Si no se hace un plan integral corremos el riesgo como país de educar médicos sin oportunidades reales de empleo o impulsar la “fuga de cerebros” a las naciones centrales, como ya está ocurriendo con la enfermeras especialistas.