La caravana migrante tomó ayer un necesario respiro. Tras 50 días de extenuante recorrido, los migrantes que forman parte de la movilización amanecieron agotados.
Sus cuerpos evidenciaban los rastros de la larga travesía, desde Tapachula, Chiapas, hasta la Ciudad de México. Rostros tostados por tanto tiempo al sol, espaldas encorvadas, brazos o piernas doloridos, vendados; pero el mayor de los daños está en sus pies: los tienen destrozados de tanto andar.
En la Casa del Peregrino de la alcaldía Gustavo A. Madero, donde pasaron su primera noche tras llegar a la capital del país, se montó un espacio donde se les brinda atención médica, resguardo y alimentos. Muchos aprovecharon para descansar sobre colchonetas o camastros colocados en el lugar para su reposo, otros se dieron rápidos duchazos y unos más tuvieron tiempo para relajarse.
De acuerdo con los organizadores, estarán varios días en la Ciudad de México hasta definir los siguientes pasos de la caravana. Confirmaron que el miércoles tendrán una reunión con la presidenta de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), Rosario Piedra Ibarra, y confiaron en poder agendar otra con representantes de la Secretaría de Gobernación.
En decenas de ellos también se veían los saldos de la campal del domingo, cuando la policía les cerró el paso, en un infructuoso intento por evitar que siguieran su ruta hacia la Basílica de Guadalupe.
La caravana salió el pasado 23 de octubre de Tapachula, Chiapas, y llegó la noche del domingo a la capital tras recorrer mil 156 kilómetros –la mayoría a pie– en 50 días. Visitaron el templo mariano y posteriormente se trasladaron a la Casa del Peregrino San Juan Diego.
Negativos a Covid
En las primeras horas del día, autoridades capitalinas, con el apoyo de personal de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México, dieron abrigo, comida y servicios médicos básicos a las 321 personas migrantes (75 niños y 246 adultos).
Se aplicaron 80 pruebas de Covid-19, todas negativas, y se les suministró la vacuna contra la influenza. Se informó que también se les ofreció el biológico de CanSino contra el Covid, pero lo rechazaron.
Tras días, incluso meses de penurias, los pequeños fueron niños de nuevo. Jugaron con todo lo que pudieron, disfrutaron de dulces, jugos y chuparon sin descanso caramelos y otras golosinas.
Sofía, de Guatemala, no se despegaba de la mesa instalada para hacer dibujos y diseñar antifaces. Sobre su rostro colocó una cartulina con dos pequeños orificios, un par de orejas y rayas que simulaban el rostro de un coyote y corría feliz por todo el lugar.
Muy cerca, Alex y Yair, ambos de Honduras, se retaron a un duelo de trompo. Entre sus habilidades destacaron: el cohete, el carrusel, el búmeran y otras suertes.
Los adultos, de su lado, no renuncian a su sueño: llegar a Estados Unidos. Edy Álvarez, guatemalteco de 48 años, perdió todo por la pandemia. Dejó a sus dos hijas, de 11 y 16 años. Al hablar de ellas no logró contener el llanto. “Tiene tres meses que no las veo, dejé mi país para que tengan un futuro, no me importa morir si lo hago luchando por ellas”.
Ana Gómez, hondureña de 21 años, describió lo duro que ha sido el viaje para sus dos pequeños, una nena de tres años y un niño de año y medio. Se han enfermado, andado cientos de kilómetros bajo el sol, el frío, la lluvia. En un par de hospitales en el sur de México les negaron la atención.
“Cuando lleguemos a Estados Unidos les voy a contar todo lo que sufrimos. Cómo en Honduras hay muchos peligros y el camino tan difícil (por México). Me siento mal que estén en riesgo. Ella me dice ‘vamos para la casa’, y le contesto que ya vamos a llegar. Espero que este sacrificio valga la pena.”
Dalianis salió de su natal Cuba hace dos años y junto con su esposo han atravesado 12 países para estar en México. Dejaron una pequeña que hoy tiene tres años. “Para una madre la violencia es lo de menos, lo peor que te puede pasar es alejarte de tus hijos. Si la tuviera enfrente, no le diría nada, sólo la abrazaría. Quisiera apenas una hora para hacerlo”.
Señaló que en suelo mexicano, donde llegaron hace seis meses, han sido víctimas de delitos y violencia tanto por grupos criminales como por policías y otras autoridades. Salieron de la isla “por motivos políticos” y desean ir a Estados Unidos “para ser libres”.
A sus 16 años Jeremías dejó todo atrás y emprendió la ruta migratoria. Salió ya hace varias semanas de Honduras y en Tapachula se unió a la caravana. El sueño americano no sólo es para él, también para apoyar a sus dos hermanos menores, de 12 y ocho años. “Llegar (al norte) es la fe”.
Rendido, acostado sobre un catre, José Elías, de 25 años, oriundo de El Salvador, afirmó que no sueña con Estados Unidos. Sólo desea un trabajo que le brinde oportunidades para una vida mejor, lejos de la violencia de las pandillas, un salario que le permita apoyar a su madre y en unos años traer consigo a su hijo.