En conformidad con la Constitución francesa, cada cinco años se desarrolla una nueva elección presidencial. Los preparativos provocan en Francia una campaña electoral que ocupa todo el espacio en la prensa escrita y audiovisual. Para decir la verdad, esta campaña comienza mucho antes, puesto que, apenas elegido, el Presidente trabaja de inmediato para hacerse relegir, y es así como la campaña electoral no cesa nunca. Esto podría parecer monótono; sin embargo, surgen, en cada ocasión, nuevos elementos que pueden sorprender. Así, este año, el nuevo fenómeno lo constituye el hecho de que sean candidatas mujeres quienes ocupan los principales lugares de la competición. A la derecha, el partido Republicano eligió a Valérie Pécresse, quien obtuvo su victoria contra otros cuatro candidatos hombres de su partido. Aún más a la derecha, Marine Le Pen, considerada de extrema derecha, representa la candidatura del Rassemblement National. A izquierda, el Partido Socialista escogió como su candidata a Anne Hidalgo, alcaldesa de París.
Una de estas tres aspirantes, de tres partidos diferentes, tiene todas las posibilidades, según los sondeos, de encontrarse en la segunda vuelta de la elección presidencial frente a Emmanuel Macron, actual mandatario en ejercicio, pero, sin duda, candidato a un segundo mandato.
Todos los observadores se interrogan sobre el hecho histórico de que, por vez primera en Francia, podría ser una mujer quien acceda a la función suprema, en el palacio del Elysée. Cabe recordar que, bajo el antiguo régimen de la monarquía, la ley sálica prohibía que una mujer pudiera llegar a ser reina de Francia. Madre, esposa, amante, concubina, favorita del rey, regenta durante la minoría del rey, todo esto era posible y a menudo practicado, pero jamás una mujer podía detentar el poder supremo. Así, la situación presente provoca numerosos comentarios y controversias.
Algunos comentaristas observan que, en muchos otros países, las mujeres han accedido al cargo supremo. En Gran Bretaña, la reina no gobierna, pero reina, y Margaret Thatcher, primera ministra, probó que sabía gobernar. Semejante destino en Alemania el de Angela Merkel, quien acaba de dejar el poder después de 16 años de ejercicio y de verse celebrada por una buena mayoría de sus gobernados. Sin hablar de Golda Meir o de Indira Gandhi y tantas otras mujeres que marcaron la historia política de sus países.
Pero una controversia muy original se ha impuesto también por mujeres que reclaman, en nombre de su concepción del feminismo, de cesar de dar primacía a la identidad sexual de las candidatas. La verdadera igualdad de hombres y mujeres llegará cuando ya no sea necesario precisar el sexo de presidentes o presidentas. Valdría mejor, según ellas, no guardar en memoria sino su acción real, su programa, su eficacia, su obra. Esta concepción recuerda la controversia que se desarrolla en el campo de la creación artística o de la literatura, cuando hay quienes afirman que el único criterio para juzgar una obra es su calidad, sea creada por mujer u hombre. Lo importante es que los poemas de Sor Juana son sublimes y no que hayan sido escritos por una persona del sexo femenino, así como la novela Cumbres borrascosas es una obra maestra, lo único que vale la pena recordar, incluso si no puede olvidarse, es que Emily Brontë fue una mujer genial.
En este sentido, una de las observaciones más pertinentes fue hecha por la periodista Françoise Giraud, cuando dijo que la igualdad entre hombres y mujeres será real cuando, a la cabeza de los puestos importantes, haya el mismo número de mujeres incompetentes que de hombres incompetentes. Esta periodista, doblemente dotada, sabía tanto reflexionar como reír.
No se escribe ni se crea una obra de arte con el sexo. ¿Por qué se habría de gobernar? “Tengo los dos sexos del espíritu”, afirmó Gustave Flaubert, cuando declaró de la protagonista de su novela: “Emma Bovary soy yo”.