Ciudad de México. Sobre esta corrida la crítica orgánica hablará de apoteosis pero, si no es por dos toros, la corrida de ayer en la Plaza México habría resultado un auténtico petardo. Fue ante más de 25 mil personas −ojo, grillos prohibicionistas y condolidos animalistas−, aunque con un inusitado preámbulo entre laico y religioso, pues previo al paseíllo salieron dos contingentes de uniformados portando sendas banderas, una con escolta y otra enrollada, con ocho integrantes que luego la desplegarían, más una banda de guerra.
A medio camino, las cuadrillas se detuvieron. En seguida, una voz masculina entonó el Ave María, de Schubert, y la banda interpretó Mi bandera, por último, el público cantó a capela el Himno Nacional y por fin los alternantes alcanzaron la barrera, ahora decorada con pinturas de toros y figuritas de toritos sobrepuestas. Transcurridos 28 minutos salió el primer toro.
En comprometedor cartel alternaron los españoles Antonio Ferrera y Morante de la Puebla con los mexicanos Diego Silveti y Diego San Román, que recibió la alternativa, ante cuatro toros de Fernando de la Mora y cuatro de Bernaldo de Quirós, pero si no es por el cuarto y el sustituto del quinto, la habitual apuesta de la empresa por reses descastadas habría dado al traste con las expectativas del público.
Lo más animado de la prolongada tarde vino con Ayate, de Bernaldo de Quirós, que sustituyó al segundo de Ferrera, devuelto por estar reparado de la vista. Pero el que vio pronto que debía pisar a fondo el acelerador fue el diestro de Mallorca, que aprovechó muy bien las condiciones en que quedó el astado tras saltar al callejón. Primero lo recibió con lances retorcidos pero expresivos, luego se subió al caballo del piquero y sin desmonterarse dejó un puyazo a medio toro, en seguida cubrió vistosamente el segundo tercio, provocando la euforia colectiva y hasta una diana. Con la muleta, faena bullidora, adornos y estocada entera. Dos orejas y vuelta a los despojos de la alegre res.
Para variar, a Silveti le tocó uno de los toros menos malos, Chinaco, que fracturó al banderillero Juan Ramón Saldaña. Con buena suerte en los sorteos, este Diego posee con la muleta una expresión tan discreta como su evolución. Hasta una oreja le dieron. En cambio, San Román mostró temple y carisma ante dos mesas con cuernos. Muy merecida la oreja de su segundo. Con dos sosos y deslucidos, Morante pasó inadvertido. Ahí la llevan, promotores.