Si hemos de hablar con estricto apego a la verdad, a la simple y llana verdad (sin pervertirla con el calificativo de histórica), tenemos que señalar que la fecha en la que don Adolfo Ruiz Cortines se convirtió en Presidente de México no fue el 1º de diciembre de 1952, sino el 14 de octubre de 1951. Claro que esta afirmación contradice lo sostenido por los más aceptados libros de historia, documentos oficiales, calendarios, testimonios orales, escritos y aun audiovisuales. Testigos ya quedan muy pocos y la mayoría de éstos ya no se acuerdan. Sin embargo, la explicación de tales discordancias es sencilla: el 1º de diciembre se realizó la protesta constitucional del ciudadano Ruiz Cortines que, en ese momento asumía con toda pompa y circunstancia la Presidencia de la República. Pero todos sabemos que fue el 14 de octubre de 1951, cuando por decisión de Miguel Alemán fue ungido como candidato del recién nacido Partido Revolucionario Institucional.
Su campaña fue ardua, lenta e impregnada de una permanente zozobra, aunque los tres candidatos opositores juntos apenas alcanzaron 25 por ciento de los sufragios emitidos. Pese a que los aspirantes de la izquierda y la derecha eran dignísimos representantes de sus respectivas posiciones ideológicas: Vicente Lombardo Toledano y Efraín González Morfín, el verdadero peligro lo representaba el general Miguel Henríquez Guzmán, quien era candidato de la Federación de Partidos del Pueblo, quien llegó a conseguir, él solo, 16 por ciento de los votos emitidos. Frente a los 2 millones 713 mil 745 del abanderado priísta, los 579 mil 745 del general no pintaban. Sin embargo, el elemento cuantitativo no era el problema, pues aunque el número de simpatizantes henriquistas era muy superior a los reunidos por anteriores candidatos de oposición, lo verdaderamente importante era el prestigio de los luchadores sociales que lo acompañaban.
En aquel entonces (1952), ni el uso ni la propiedad de los aviones se instalaba en Los Pinos, contimás, en las campañas electorales de quienes pretendían aterrizar, dentro de unos pocos meses, en la residencia presidencial. Los traslados eran vía terrestre, fueran en autobuses con toda seguridad y comodidades posibles o en el ferrocarril. Al tren destinado en exclusiva para el primer mandatario se le dio el nombre de Olivo. El primero fue ordenado por el presidente Plutarco Elías Calles a la empresa Pullman Palace Car, misma que lo entregó dos años después. Evidentemente sus vagones (me refiero a los compartimentos, no a los usuarios), eran de lujo, aunque comparados con las ridiculeces, cursilerías y despropósitos del avión Peñista, aquellos era una paupérrima diligencia.
El candidato Ruiz Cortines viajaba básicamente en autobús armado exprofeso para él y su comitiva; sin embargo, en ciertos lugares éste no eran el transporte idóneo, pues las carreteras pavimentadas y de trazo técnicamente diseñado no eran conocidas en múltiples latitudes. Pero esos eran problemas y posibilidades de congraciarse de los gobernadores que, recordemos, todos eran del partido del candidato y todos afirmaban que, desde endenantes de la unción presidencial don Adolfo ya era, siempre lo había sido, “su candidato”. Por supuesto, don Adolfo sabía la verdad.
Craso error, no sólo de muchos gobernadores y de gran parte de la clase política, que no entendían que muchas de las carencias, fallas, defectos del “viejito” eran, en verdad, sus más valiosas cualidades: seriedad, discreción, austeridad, parquedad, sobriedad y honestidad. Estos personajes nunca sospecharon siquiera de que el anciano que no les merecía el menor respeto (en privado, por supuesto), era muchísimo más aguzado y abusado que todos ellos juntos. Muy pronto tendrían probaditas de su equívoca apreciación. Los gobernadores Tomás Martínez, Alejandro Gómez Maganda y Manuel Bartlett desaparecerían de su encargo y de la vida política nacional. Alemán sí entendió el mensaje y se calló.
Los gobernadores supervivientes se aplicaron con denuedo a servir al candidato y por encima del delegado del partido (en aquel entonces decir “el partido” era suficiente) se encargaron de organizar y decidir todo lo concerniente a la visita de “su candidato de siempre”. Cada gobernador peleaba por su subsistencia, aunque el comportamiento que ofrecía al futuro presidente fuera totalmente contrario al asumido por quien lo había nombrado, pero que iba desapareciendo a cada momento. El más aventado de todos tomó la iniciativa y conoceremos la contestación que el viejito le dio a su propuesta.
En la próxima entrega habrá algunas anécdotas concretas que, ya sin rollo histórico, espero que les diviertan sobre este pasado no tan lejano y que, Dios lo quiera, no se repita.
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