De origen mayo, el líder campesino sonorense Jorge Castro Angulo fue parte de una generación de luchadores sociales que parece agotarse y que es difícil ver retoñar. Constructor de organización de base, defensor del ejido, sereno dirigente en los momentos más álgidos del agrarismo, fue sembrador de esperanzas en la lucha por la tierra y en la construcción de la economía social.
Hijo de campesinos, estuvo siempre ligado al campo. Como jornalero se inició desde muy joven en la lucha por la tierra. Formó parte de los sindicatos y de la formación política en las filas de la UGOCM de Jacinto López. Cursó hasta tercero de primaria, pero su educación la adquirió en las asambleas de los grupos de solicitantes de tierras, a las que asistió cada domingo, durante 30 años; eran una verdadera escuela de derechos humanos. Ahí se aprendía Derecho Agrario, democracia, solidaridad, honestidad y fraternidad.
Cuando Echeverría dotó a los ejidos colectivos de los valles del Yaqui y Mayo, dejó fuera al grupo de Jorge Castro. Fue entonces, como Jorge lo narra, que aprendió a perderle el miedo a los presidentes. Como buen indígena mayo, de casi dos metros de altura, de huarache y con su tradicional camisa de cuadros, interrumpió el recorrido del Presidente, pero no pudo llegar a él. El Estado Mayor lo doblegó. Echeverría se vio obligado a rescatarlo y evitar las críticas de la prensa. En tono chusco, el mandatario le preguntó: “Dime. ¿Ya ven?, no quiere hablar”. Fue hasta que Jorge pudo recuperar aire que gritó: “¡Queremos la tierra!”
Así se dotó su ejido, el Luis Echeverría. También consiguió la dotación del ejido Unificación Campesina y otros más, todos ellos sin riego. Fue un gran logro. Cambiaron su vida de solicitantes a ejidatarios.
Después vinieron muchas luchas campesinas: por el agua, los precios de garantía, el crédito, el seguro.
Apoyados por el liderazgo natural de Jorge Castro, los ejidos se organizaron para construir lo que se llamó “Los campesinos al asalto del cielo”. En vez de Banrural, se formó la Unión de Crédito Ejidal del Sur de Sonora; en lugar de Anagsa, el fondo común; en vez de Conasupo, la Comercializadora; en sustitución de Fertimex, la Planta de Fertilizantes, y en vez de Pronase, la Productora de Semillas.
El buen dirigente tuvo que ser, también, un buen administrador. Aprendió a cerrar un buen trato comercial, pero nunca dejó de sembrar. Además de conducir las empresas campesinas, guiaba las marchas, las tomas por mejores precios de garantía, mantenía la tierra con buena productividad para garantizar su carácter colectivo. Con menos de cinco hectáreas no se podía tener una producción rentable; no se podía vivir, si no era en colectivo y la tierra de uso común.
Después vinieron otros retos: la vivienda para todos los ejidatarios, el ordenamiento de un plan de vida, los servicios públicos, la necesidad de una organización nacional y una representación internacional para enfrentar el neoliberalismo que vivía sus mejores momentos. Jorge Castro participó y fue fundador de la ARIC Jacinto López, de la Unión de Ejidos de Huatabampo, después de la Alianza Campesina del Noroeste para defender los precios de garantía, y, en el terreno nacional, en la conformación de la Unión Nacional se Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas Unorca, y en el plano internacional contribuyó con la Vía Campesina. Con ello promovió las banderas de “otro mundo es posible”, así como la “soberanía alimentaria” expresada en todos los foros multilaterales.
Sereno en los momentos más difíciles, no perdió sensibilidad para la defensa de la propiedad social. Participó como delegado en la Cumbre Mundial de la Alimentación en Roma.
Todos quienes lo conocimos le debemos siempre un buen consejo. Analizaba, aconsejaba y educaba a la vez. Férreo cuestionador del Tratado de Libre Comercio y organizador agrario, mucho lo recordamos educando con su fábula de El leñador y el oso (la versión campesina de por qué los pobres deben ser prioridad).
Fue el primero en desafiar el poderío del salinismo en los mejores momentos del periodo neoliberal. En 1993 Jorge Castro, que ya había perdido el miedo a los presidentes, confrontó al gabinete salinista (integrado por puros machuchones como Carlos Hank, Cervera Pacheco, etc.) con el apoyo de los dirigentes campesinos de esa época. Ninguno de nosotros imaginaba que ese era el inicio de los grandes descalabros del salinismo.
Muchos lo recordarán por la famosa frase frente a Salinas: “Queremos saber quién manda aquí, señor Presidente”, cuando en el sexto Encuentro del Nuevo Movimiento Campesino en Hermosillo, Sonora, después de leer lo que el Estado Mayor había revisado, le dijo: “Ahora déjeme decirle lo que en realidad piensa la gente, lo que sí se dijo en la mesa”, y el auditorio respondió: “¡Duro, duro, duro, duro!”
Su muerte es una gran pérdida para la Unorca y el movimiento campesino democrático y progresista.
*Director General de Conafor
**Coordinador de Apoyo y Proyectos Especiales de Conafor