La inflación está creciendo; en algunos países lo hace de modo más acentuado que en otros, pero el fenómeno es general. Los registros llevan a niveles de alza del índice de los precios de hace 40 años, como es el caso de Estados Unidos, y en México desde hace 20.
Se aducen ciertas causas identificables, sobre todo como consecuencia de la pandemia de Covid-19 y sus secuelas, a lo que han de añadirse las nuevas olas de contagios.
Entre esas causas se señalan usualmente: la recuperación de la demanda tras las severas caídas asociadas con el confinamiento; el gasto público acrecentado en varias economías desarrolladas, junto con bajas tasas de interés; las restricciones en la oferta, aunada a los obstáculos que se han presentado en las cadenas de abasto.
Algunos estiman que este proceso de alza de los precios irá cediendo en la medida en que se recompongan patrones más estables de funcionamiento de los mercados.
Como esto no se trata de un oráculo y la incertidumbre es un elemento siempre presente, lo relevante es considerar el efecto que tiene ya la inflación, cuyo impulso es aun creciente y sus repercusiones son ya manifiestas para consumidores, ahorradores, inversionistas y gobiernos.
La inflación es una medida con la que se pretende considerar las variaciones de los precios de un grande y muy diverso conjunto de productos, mediante un valor único representativo del aumento en el nivel de los precios en un periodo determinado. En sí mismo, el concepto de la inflación y su significado implica un modo de apreciar la dinámica productiva y distributiva de una economía.
Las estimaciones de la inflación para este año en el país la colocan en 8 por ciento. Este incremento ocurre en un entorno de escaso crecimiento productivo y con tendencia al alza en los costos, incluyendo las tasas de interés.
En abril de 2020 ya con la pandemia instalada y su efecto adverso en medio del confinamiento, el índice nacional de precios al consumidor (INPC) registró una tasa anual de 2.15 por ciento. Desde entonces la tendencia ha sido ascendente y en noviembre de este año la tasa fue 7.37 por ciento.
En ese último mes, la parte llamada subyacente de la inflación, la que corresponde a los precios de los bienes y servicios que muestran menores variaciones en el tiempo, fue 5.67 por ciento en términos anuales (noviembre 2021 contra noviembre 2020). La parte no subyacente, aquella con mayores fluctuaciones, fue 12.61 por ciento; de ella, la correspondiente a los precios de los energéticos y las tarifas autorizadas por el gobierno creció 11.26 por ciento.
El efecto de la inflación es la pérdida del valor del dinero, es decir, de su poder de compra. Dicha pérdida se manifiesta en un aumento del nivel de los precios de una canasta definida de bienes y servicios en la economía en un periodo de tiempo. Así que el alza del nivel general de los precios –7.37 por ciento de noviembre– indica que con el peso se puede comprar significativamente menos que antes.
Con la inflación acelerándose, 8 por ciento de aumento del INPC esperado para el fin del año tiene diversas repercusiones. Primero, los salarios, ingresos fijos y, por supuesto, los ingresos muy bajos, pierden capacidad de compra. Esto puede ilustrarse con el dato de aumento de los precios de ciertos productos y su incidencia en el INPC. En términos mensuales, en noviembre, la electricidad subió de precio 24.16 por ciento con una incidencia de 0.40 puntos; el jitomate 25.38 y 0.17, el tomate verde 71.85 y 0.10, chile serrano 12.10 y 0.01. A la baja destacan, por ejemplo, el gas doméstico LP con -1.40 y -0.035 y la gasolina de bajo octanaje -0.25 y -0.012 respectivamente.
Para quienes tienen propiedades o inventarios, la inflación tiende a elevar el valor de esos activos, los que se prestan a la especulación. Para las empresas, la inflación eleva los costos; hoy esto se complica en términos de la rentabilidad con la nueva ley laboral y el aumento de los salarios mínimos, necesarios en ambos casos. Cuando esos costos más altos puedan trasladarse a los precios contribuirán más a la inflación.
En el caso de los ahorradores e inversionistas, aun con una eventual alza de las tasas de interés, los rendimientos tenderán a ser menores a la inflación esperada. Los deudores, en cambio, pagarán sus préstamos con dinero depreciado, lo que constituye una ventaja, misma que se aplica también a la deuda del gobierno. Por el contrario, los acreedores reciben en pago una moneda de menor valor. Es así como la naturaleza del dinero y el crédito se expresan de modo más directo.
Los pensionistas tendrán un efecto negativo inmediato sobre su capacidad de compra. La manera como se comportan los agentes económicos en función de su posición de fuerza relativa, tiene necesariamente una expresión adversa en términos distributivos.
Hoy, la expectativa de alta inflación es preponderante. Un eventual proceso de ajuste a la baja del crecimiento de los precios, en cuanto a su dimensión y el momento en que ocurra es desconocido. Las distorsiones que se provocan son ineludibles.