Nunca hemos tenido tantos espacios para debatir, para dialogar; sin embargo, nunca se ha ejercido más violencia y ha tenido mayor espacio en lo público y en lo privado la política de la cancelación y del juicio sumario. Necesitamos debatir con argumentos, con calma, priorizando la construcción colectiva, el cuidado de nuestro (del feminismo) capital político.
En los pasados 20 años, con un recorrido irregular, con algunos avances importantes, el feminismo ha logrado colocarse en la agenda política aun por encima de otra agenda también urgente, que es la del ecologismo. El feminismo se fue convirtiendo en su plural y ha avanzado en popularizar sus demandas, en hacerse presente en todos los espacios, desde la cultura, el deporte, la economía, la política; en todas partes hay algo que demuestra que el tiempo de la invisibilidad pasó. Sin embargo, no parece que su éxito haya sido sustantivo: las reivindicaciones más sentidas del feminismo, aquellas referidas a detener la violencia hacia las mujeres y niñas, la división sexual del trabajo, los trabajos informales y precarios, la brecha en educación, la obstrucción en el ejercicio de los derechos identitarios, sexuales y reproductivos en prácticamente toda la región son una muestra de que nos hemos expandido, pero aún no hemos logrado transformarnos.
Rita Segato y Miriam Lang hablan en un texto publicado en 2020 sobre la “construcción de proximidades” y cómo el caso de los feminismos en México es una agenda pendiente, en construcción. Los feminismos y sus diversas formas de lucha, aunque reconozcan con toda probabilidad un objetivo común y caminos diferentes para llegar a ello, no han logrado superar sus fronteras identitarias (Birgin, 2000) y conquistar espacios nuevos dejándose a su vez conquistar por ellos. Me refiero a las posibles alianzas con los movimientos de familiares de desaparecidos, las demandas LGBTTTQ+, y otras, como la ecológica o por la defensa de los territorios, etcétera.
El potencial transformador de los diversos espacios de lucha conocidos como “comunidades transformadoras” es innegable. Porque necesitamos todas las luchas posibles: homosociales y heterosociales. No necesitamos de la ruptura, del disenso, ni del extrañamiento de unas por otras. Las feministas convertidas en ejecutoras de una verdad que no existe como tal. La implacable vara del juicio patriarcal que se nos mete hasta las venas y acabamos siendo nosotras mismas las primeras víctimas de una legitimidad autoenarbolada, de ese código moral convirtiéndonos en sus fieles ejecutoras (el patrullaje). Las feministas peleando contra re-molinos de viento en lugar de concentrar los esfuerzos en aguantar las diferencias y debatir para lo que viene. Si seguimos por este camino será inevitable ir perdiendo lo más preciado que tenemos en nuestro repertorio, no sólo de lucha, sino de construcción de futuro, que es el respeto por la libertad y la autonomía de todas las mujeres.
Estamos frente a prácticas que si bien no son nuevas (exponer para silenciar, para castigar), lo son para las feministas. Tenemos que preguntarnos si la violencia de las políticas de la cancelación o de la exposición pública entre feministas, entre colegas de lucha, a las que se somete a quienes se considera que van “por el mal camino”, nos pertenecen; si es con esas herramientas que pensamos (o intentamos) construir una sociedad más justa donde todas las personas, no sólo las mujeres y niñas, podamos gozar de mayor bienestar y libertad. Podríamos caer en pensarnos, las mujeres, como víctimas de los hombres y víctimas de las relaciones sexo genéricas, olvidando que este lastre, lo es para todos y todas. De diferente manera, la construcción social de géneros, los mandatos de la masculinidad y de la feminidad, pesan en los cuerpos, deseos y voluntades de hombres y mujeres. Tardamos en elaborar, en poner un orden que permita construir una narración que no nos convierta en marionetas de nadie, ni en verdugas tampoco. No conocemos del todo la razón ni la vara exacta de lo que es verdad y de lo que no, porque todo está en permanente cambio y nos exige estar alertas de posturas rígidas. De lo que es justo y lo que no. Nuestra única opción es la inclusión, el rescate de todas las luchas y de todos los cuerpos que tienen una pelea que dar contra el sistema opresivo del género, al tiempo que consideramos esas otras condiciones de opresión que nos atraviesan y que hacen del género sólo una parte de la mirada: también está la clase, la etnia, situación socioeconómica, la edad, las condiciones de discapacidad, las identidades sexo genéricas, la lengua…
Cancelar, patrullar moralmente los espacios, romper, señalar sin debatir, cambiar a mayúsculas en las redes sociales cuando nos frustra que alguien piense diferente, no nos va a ayudar a encontrar el camino del debate franco y el aprendizaje. Porque la violencia nunca será un medio, porque siempre acabará siendo el fin. Y porque, al final, como escribió Audre Lorde: “las herramientas del amo nunca desmantelarán la casa del amo”.
Estos tiempos de crisis deben ayudarnos a encontrar, entre todas, el camino hacia una sociedad cuidadora que recupere la centralidad del pensamiento feminista y de los derechos humanos y la igualdad y la no discriminación como principios de acción y de convivencia.
Por todo ello y más razones desde el Inmujeres, el CIEG/UNAM y la CIGU proponemos, para el mes de enero de 2022, realizar un encuentro de feministas, diverso, divergente en ideas y propuestas, con el ánimo de debatir, hablar, unir fuerzas y reforzar las hebras de este tejido que lleva más de 200 años construyéndose de forma colectiva por el bienestar, la felicidad y la libertad de las mujeres y niñas del planeta.
* Dra. Nadine Gasman Zylbermann, Instituto Nacional de las Mujeres; Dra. Maria Isabel Belausteguigoitia Riuz, Centro de Investigaciones y estudios de Género de la UNAM, y Dra. Diana Tamara Martinez Ruiz, Coordinación para la Igualdad de Género de la UNAM