Zygmunt Bauman (1925-2017), el gran sociólogo polaco, al criticar Estados Unidos –“un planeta de Fukuyama/Hobbes dónde, según él predomina la lógica de la fuerza militar”– solía dirigir su mirada hacia Europa: “un (posible) planeta de Kant de la paz perpetua, apto para actuar éticamente” (véase: Does Ethics Have a Chance in a World of Consumers?, Harvard University Press, 2009, pp. 288).
La misma Europa que en el pasado desencadenaba guerras hobbesianas ( bellum omnium contra omnes), una fuerza conquistadora de otros continentes podía ahora, según Bauman, a principios del siglo XIX dedicarse a hacer de este mundo un lugar más hospitalario.
“Sabes –me decía en una de la entrevistas aludiendo a la idea central de aquel libro–, después de unos 200 años fue redescubierto, lo hizo Derrida, un pequeño y luego olvidado libro de Kant: Idee zu einer allgemeinen Geschichte in weltbürgerlicher Absicht (1784), sobre el futuro de la convivencia pacífica de la humanidad, concebida, ¡ya en aquellos tiempos en una dimensión planetaria!, como un problema de la ‘hospitalidad’”.
“Kant –continuaba Bauman– razonaba en términos muy simples: ya que nuestro planeta es una esfera, la gente no tiene a dónde huir, no puede deshacerse de los ‘otros’ y tiene que encontrar algún modus vivendi. Esta solución era ‘ hospitalité’, como anotaba y retomaba esta idea Derrida, enfurecido pocos años antes de su muerte (véase: Of Hospitality, Stanford University Press, 2000, pp. 160), que no se trataba de ninguna ‘cultura particular’, ya que la cultura misma es hospitalidad, ni de ninguna ‘ética grande’, ya que ella misma ya la supone”.
“Te digo... viví 40 años en la sociología hasta enterarme de que existe una categoría de la ‘hospitalidad’ y de que es un problema importante. Y actual. ¿Por qué? Antes, el desarrollo de la modernidad permitía ignorarlo. Pero ahora este tema se ha vuelto central: más que nunca vivimos en una ‘interdependencia’ dónde cualquier acción hacia los otros, termina afectando a nosotros mismos”, decía.
“En el siglo XIX, todavía en el XX, un europeo igual esperaba ser recibido con hospitalidad (sic) en los países conquistados en África o Asia, pero no tenía que ser nada recíproco... Yo digo que el siglo XXI, y esta es la única profecía que me atrevo a hacer, va a ser dedicado a resolver precisamente las cuestiones de la convivencia y de la ‘otroedad’” ( Le Monde diplomatique, ed. polaca, 2008, Nº 4/26).
Obsesionado con el tema de la hospitalidad, Bauman regresó a esta idea en otra de nuestras entrevistas ( La Jornada Semanal, 29/2/11). Defendiendo aún –y romantizando un poco–, “la idea de la Europa”, decía que la hospitalidad es algo que el continente –según él– “entrenado en el manejo de la diversidad y el diálogo” podía ofrecerle al mundo (sic), lamentando, de paso, que “el mundo dejó de ser hospitalario con la sumergida en la decadencia Europa...” (sic).
Cuando le dije que más bien después de la desintegración del sistema colonial –al empezar el proceso al que el propio Bauman se refería cómo empire migrates back– el antiguo Centro, al sentirse acosado por la Periferia dejó de ser hospitalario con el resto del mundo, convirtiéndose en Festung Europa, debajo de cuyos muros morían ahora migrantes, cómo los africanos ahogados en el mar Mediterráneo, dijo:
“Igual tienes razón. Europa, la casa natal de Kant, un profeta del mundo hospitalario, le da más bien al mundo de hoy un buen ejemplo de la... inhospitalidad. A la larga esto significará su perdición”.
“Las más avanzadas tecnologías y los más recientes inventos están siendo empleados para sellar las puertas de la fortaleza y atrapar a los intrusos. Pero estos intrusos son también las víctimas de Europa. Es gente que ha sido llevada a la miseria por el estilo de vida inventado por Europa y luego exportado. Una forma de vida que produce a escala masiva gente ‘desechable’, prescindible, destinada a desperdicio: personas que son productos defectuosos de la ‘racionalización’ y residuos del ‘progreso económico’”.
“Además de concentrase en sus propios esfuerzos la Unión Europea le exige a los países de origen que ellos mismos se encarguen de la defensa de la Festung Europa, capturando a los migrantes y reteniéndolos fuera de sus muros y su responsabilidad política y jurídica. Este es un nuevo, ya poscolonial, pecado de Europa”, decía Bauman.
Desde aquel momento, la lista de los pecados sólo creció: la indiferencia, la deshumanización, el rechazo ( push-back“), la eliminación del derecho al asilo, la criminalización de los que ayudan a los refugiados moribundos (Italia, Grecia, Hungría, Polonia), el re-branding de los migrantes en términos de “guerra” (“ataques a la frontera”), la sin precedente militarización y “tecnologización” de las fronteras europeas –junto con la recién aprobada construcción del muro (¡sic!) en la frontera polaco-bielorrusa por 350 millones de euros (bit.ly/3DLoap2)–, el predominio de la securitización que el propio Bauman en otro lugar describía como “un ‘truco mágico’ que desplaza la atención de los problemas que los gobiernos no son capaces de enfrentar (o no quieren), a problemas que se pueden mostrar, diario y en miles de pantallas, como problemas ‘solucionables’” ( Strangers at Our Door, Polity, 2016, p. 38).
La idea de Europa como “esperanza” y algo “mejor” siempre ha sido un miraje. Cruel e inhospitalario.