Una corte de apelaciones británica anuló ayer la sentencia de un tribunal menor que consideraba que la salud mental de Julian Assange es demasiado frágil para soportar el sistema judicial estadunidense, con lo que abrió la puerta para que el fundador de Wikileaks sea extraditado a Estados Unidos. Para el Tribunal Superior de Justicia del Reino Unido, “no hay ningún motivo por el que éste no deba aceptar las garantías” de la fiscalía estadunidense, por lo que el pedido de extradición será turnado a la Secretaría de Interior donde, dada la obsecuencia del gobierno de Boris Johnson hacia Washington, hay escasas oportunidades de que sea frenado.
Con este fallo, Washington obtiene una victoria en su implacable búsqueda de venganza contra el informador, pero la derrota no es sólo para Assange, sino para la libertad de expresión y el ejercicio del periodismo en todo el mundo.
Assange se encuentra recluido en una prisión londinense desde abril de 2019, cuando el gobierno de Lenín Moreno lo expulsó de la embajada de Ecuador en la capital británica, donde permaneció refugiado durante siete años como único medio para ponerse a salvo de la persecución en su contra.
En todo este tiempo e incluso antes, Estados Unidos ha dispuesto de todo su aparato de Estado, incluidas sus capacidades de persuasión y coerción diplomática, para llevar a Assange a su territorio y someterlo a una serie de acusaciones por espionaje que carece de cualquier mérito jurídico y que mal esconde la inquina de Washington contra quien reveló al mundo los crímenes de lesa humanidad cometidos por sus fuerzas armadas en Afganistán e Irak, así como la descomposición, la inmoralidad y hasta las facetas criminales de la superpotencia en su proyección diplomática, económica y militar en el ámbito internacional.
Es necesario reiterar que el manejo de la información confidencial obtenida por Wikileaks hace ya más de una década en ningún sentido puede ser calificado como un acto de espionaje, toda vez que no se le dio un uso privado ni se le entregó a otros Estados, sino que se hizo del conocimiento público a través de varios medios de comunicación, incluida La Jornada. Aquellas filtraciones inauguraron una nueva era para el periodismo y desnudaron ante el mundo tanto la conducta criminal de Washington en la ocupación de las naciones asiáticas referidas, como los entresijos de sus relaciones internacionales y el lamentable proceder de algunos de los gobiernos con los que sostuvo estrechos tratos.
El jueves pasado, en su discurso como anfitrión de la Cumbre por la Democracia que tuvo lugar en Nueva York, el presidente Joe Biden afirmó que “estamos en un punto de inflexión” en la pugna entre las fuerzas prodemocráticas y las “autoritarias” en el mundo, y sostuvo que ahora “la democracia necesita campeones”. Cabe esperar que su administración se erija en campeona de las fuerzas democráticas cesando la persecución contra Julian Assange y reconociendo el enorme servicio prestado a la humanidad por quienes exponen al escrutinio público los abusos de poder, en especial los de un Estado con presencia e intereses globales.