Este 8 de diciembre se cumplieron 156 años del nacimiento de Jean Sibelius y es ocasión propicia para la escucha de su música y confirmar que la lógica, el contenido, la quintaesencia y razón de ser de su música es el silencio.
Prácticamente toda la música nórdica tiene como eje al silencio, según demostramos en el Disquero de la semana pasada. Una manera de disfrutar el silencio en la música de Jean Sibelius consiste en escuchar la coda final de su Quinta Sinfonía, que consta de seis golpes de orquesta, seis unísonos, seis tuttis intercalados por el silencio.
Para recomendar los discos que escucharemos hoy, recurriremos a un truco de melómanos: escuchar la misma obra con diferentes orquestas y batutas, porque en la diferencia está el detalle.
Cada vez somos menos los escuchas que ponemos un elepé en el tornamesa o colocamos un disco compacto en el amplificador y nos sentamos a escuchar. Aprovechemos las ventajas de la tecnología y dispongámonos a disfrutar de una divertida sesión de escucha guiada. La escucha de música se ha concentrado en plataformas digitales, de las cuales la más socorrida es Spotify. Ahí encontraremos los materiales para el Disquero de hoy:
Si ponemos a sonar, en ese orden, las versiones de la Quinta Sinfonía de Sibelius con los siguientes directores de orquesta, notaremos que Mariss Jansons, Simon Rattle, Paavo Järvi y Vladimir Ashkenazi otorgan al silencio una duración de hasta siete segundos entre un golpe de orquesta y el siguiente en la coda final, mientras que Herbert von Karajan suelta los seis bocinazos de un solo golpe, con lo cual le quita todo el encanto, la magia y el poder a la obra que Sibelius concibió en silencio y para que el silencio sonara.
No es extraño que el gran director de orquesta que fue Herbert von Karajan haya hecho tal atropello a la partitura de Sibelius. Buena parte de su éxito y celebridad, además de haber creado prácticamente la era del disco compacto, pues fue el primero en grabar en esa modalidad tecnológica, se debe a su repertorio de recursos, en realidad trucos, para lograr espectacularidad donde no la hay. En específico: si encontraba una letra “f” en la partitura, sacaba su lápiz y añadía otras tres, o cuatro o más “f”, de manera que si en el original el compositor indicó: forte, él, Karajan, hacía que sonara cinco veces forte: fffffortísimo. Y así otros procedimientos.
Eso no demerita la inmensa calidad técnica de uno de los máximos directores de la orquesta de la historia, que los hay en cantidades inimaginables, pero los reflectores de la industria de la música no apuntan hacia ellos, porque “no venden”.
Pongamos un ejemplo que viene a colación: el compositor Robert Kajanus (1856-1933) fue el músico más importante de Finlandia hasta antes de la irrupción de Jean Sibelius. Mantuvieron Kajanus y Sibelius una amistad fraterna tan trascendental como la tuvieron Gustav Mahler y Bruno Walter, o bien Franz Kafka y Max Brod: los segundos de abordo, pues Kajanus, Walter y Brod son los principales difusores de la obra de sus amigos: Sibelius, Mahler y Kafka. Sin ellos, no conoceríamos hoy en día a esos gigantes.
Robert Kajanus fue el primero en grabar las sinfonías de Sibelius, así como Bruno Walter difundió la música de Gustav Mahler y Max Brod dio a conocer, aún sin la anuencia del autor, textos de Franz Kafka.
Iniciemos la escucha con la versión de Robert Kajanus a la Quinta Sinfonía de Sibelius.
De hecho, en Spotify hay una “playlist” que se llama “Jean Sibelius fifth symphony (5)!” que dura dos horas con dos minutos.
Robert Kajanus fue considerado como la máxima autoridad en la interpretación de la música de su amigo Jean Sibelius, porque fue quien se acercó más a las intenciones originales del compositor cuando escribió sus obras. Su versión de la Quinta Sinfonía, así como las otras que registró (grabó las sinfonías 1, 3 y 5) es, en efecto, la quintaesencia de la música de Sibelius.
Propongo escuchar a continuación los finales de la Quinta Sinfonía de Sibelius con distintos directores y distintas orquestas. Hay que anotar que la Sinfónica de Londres fue definitiva en el conocimiento universal de la música del autor finlandés.
Comencemos:
Suena la Quinta Sinfonía de Sibelius con la Oslo Philharmonic Orchestra, dirigida por Mariss Jansons, quien pone en primer plano los rasgos de la sinfonía donde Sibelius se postra ante su maestro Richard Wagner.
Suena ahora con la Sinfónica de Londres, dirigida por sir Colin Davis, otro de los expertos sibelianos. Corren entre la orquesta torrentes de agua.
El relieve puesto en los timbales, contrabajos y violonchelos dota de un misterio colosal a toda la obra. Como si el bosque cobrara vida en cuanto todas sus creaturas gritan unísonas.
Suena ahora con la Orquesta Estatal de la URSS, dirigida a la usanza militar por Vladimir Yesipov. Interesante: una interpretación muy a lo Chaikovski, con sus sesgos rococó y carácter heroico y, en consecuencia, revela detalles que los demás omiten.
Suena ahora con Osmo Vänskä al frente de la Lahti Symphony Orchestra, pero en esta ocasión estamos escuchando la primera versión, la original de la Quinta Sinfonía, que escribió Sibelius en 1915: océanos, suenan océanos. Los seis golpes consecutivos de la coda final suenan aquí en los alientos-metales.
Después de este ejercicio de escucha, hermosa lectora, amable lector, ¿cuál es su versión favorita de la Quinta Sinfonía de Sibelius?
El tema inicial de la Quinta Sinfonía de Sibelius es un referente de la cultura occidental. El crítico del New Yorker, Alex Ross, al igual que el escritor británico Julian Barnes, lo comparan con el batir de alas de una mariposa y es tan bello que medio siglo después lo tomó John Coltrane para su obra maestra: Love Supreme.
A propósito de vasos culturales comunicantes: la Cuarta Sinfonía de Sibelius es un estallido de silencio. La sección central de su movimiento final lo armó con borradores de la versión cantada que escribió a partir del poema “El cuervo”, de Edgar Allan Poe.
Y a propósito de aves: recomiendo con gran entusiasmo el libro La mesa limón, de Julian Barnes, cuyo relato final, “El silencio”, es un homenaje a Sibelius, a quien le otorga una muerte dichosa: expira luego de observar de nuevo, como lo hizo a lo largo de toda su vida en Finlandia, el vuelo majestuoso de las grullas: “una de mis experiencias supremas”, dijo Sibelius.
Suena Sibelius y se desata un furor de cánticos de grullas, un graznido ronco de gansos en vuelo que hacen contrapunto con el crujir de una rama húmeda en el bosque y el estallido monumental de una gota de agua que cae sobre el lago encantado. Y entonces, como por arte de magia, el silencio circunda el bosque. Enmudece. El agua no deja de fluir, pero está muda también.
Escribe Julian Barnes: “la música comienza donde las palabras acaban. ¿Qué ocurre cuando la música cesa? El silencio. Todas las demás artes aspiran a la condición de la música. ¿A qué aspira la música? Al silencio. En última instancia, la lógica de la música conduce al silencio”.
Sala Nezahualcóyotl, agosto de 1979, el director de orquesta británico John Pritchard dirige el ensayo matutino al frente de la Sinfónica de Londres. En uno de los descansos, me dice, repetidamente, absorto en su asombro: “en esta Sala se escucha el silencio en todo su esplendor”. Por la noche, en el concierto, suspende la batuta en el vacío: conté nueve segundos entre un golpe de orquesta y el siguiente en la coda final. Me mordí el puño izquierdo para no gritar.
Soy una aparición de entre los bosques, parece decir el señor Sibelius. Y entonces braman los dragones, burbujean los elfos, danzan las hadas, saltan los duendes, galopan los unicornios, vuelan los pegasos, flotan fuegos fatuos.
Mi música viene del silencio y va hacia el silencio, enuncia Jean Sibelius.
Y es que la música de Jean Sibelius es agua en estado puro y el tema de todas sus partituras es el mismo de prácticamente toda la música nórdica, igual que el de una sesión de meditación budista, y el de una sonrisa: el gran tema de Jean Sibelius es el silencio.