México afronta severos desafíos que no estaban suficientemente claros al inicio del actual gobierno: no eran previsibles los alcances de la corrupción, las flaquezas de la seguridad y justicia, el poderío y versatilidad de la violencia criminal, las olas de migrantes, la debilidad de las instituciones, la devastadora pandemia, el triunfo de Biden sobre el amigou Trump y un entorno mundial desarreglado: precios del petróleo, amenazas de guerra, conflictos comerciales, América Latina de cabeza. Los problemas sobran.
A este marco súmese el malestar creado al revelarse delitos, cinismo y estupideces de gobiernos anteriores, pudriciones y ineficiencia por doquier. Nada de ello se presumía con sus reales alcances políticos, sociales, económicos y pérdidas de tiempo.
El gobierno de AMLO tuvo un comienzo en que lo intenso de la descomposición nacional no estaba dimensionado o al menos no era claro. Todo resultó peor a lo detectado. Sintetizando, se puede decir que se encontró con un estado de cosas entonces difíciles de descifrar en su alcance y peculiar naturaleza.
Al conocerse más escándalos del gobierno peñista, época de jolgorio, época de embriaguez, como todo abuso de poder, produjo en el pueblo una ola de decepciones, incredulidad e intensa irritación con la lógica demanda de justicia.
El ambiente propició un resentimiento hacia a todo lo que pudiera identificarse con la vieja forma de ejercer el poder. Surgió el imperativo de que sus actos de corrupción e impunidad debían castigarse y cancelarse para siempre como método de gobierno.
Era manifiesto un estado de ánimo social que lamentablemente se articuló en formas exacerbadas de hacer política, agravamiento de la agitación social y un gran desconcierto. Tiempo de marchas y bloqueos, alza de la criminalidad y un entorno de perplejidad y desconfianza. Aún es pronto para saber lo que durará esa intoxicación y su sanación. Bien podrían ser años.
En ese ambiente destaca la frustración de no lograr avances en el esfuerzo por controlar la corrupción y mejorar el sistema de seguridad y justicia. Sus flaquezas, ineficiencia y corrupción son ya insoportables. Empieza a haber la sensación de que en ese universo no hay mucho qué esperar. Cunde el escepticismo. Se advierte que poco o nada ha pasado. Reformas van, reformas vienen y poco bueno se percibe.
Para entibiar este fin de año valdría preguntarnos: ¿este es el tiempo de poner al país en un rumbo determinante de espíritu firme en lo social, riguroso en la ley, justo y sostenible a largo plazo?
Las inercias negativas de 30 años de yerros no cambiarán pronto, pero hoy puede reconocerse que hay transformaciones difícilmente reversibles. Ejemplos: restar poder político al económico, duplicar el salario mínimo, fortalecer a las clases marginadas, cancelar privilegios fiscales y establecer la revocación del mandato. Habrá que ver.
Para nuestro país aquella larga época neoliberal, favorablemente superada, será registrada históricamente tan nefasta como la historia universal ha inscrito ciertos periodos oscuros. Fueron años de faustas conductas con los lógicos consecuentes.
Al iniciarse la segunda parte del sexenio se advierte que será convulsa por mil razones. Por ello sería deseable observar un reajuste de metas, programas y actores. Si el primer trienio ha sido agitado, en gran parte lo fue por razones que pueden encapsularse en la idea de haber sido influido por hechos sorprendentes, inopinados, como ya se describieron.
El segundo trienio iniciado días atrás exige una visión estructurada y una alerta temprana sobre situaciones de riesgo que emergerán: inflación, nueva pandemia, agitación política, mercados internacionales, más migraciones e intolerancias de los halcones del Potomac.
Anímicamente, el nuevo trienio debería entenderse como el momento justo para regresarnos el entusiasmo, la confianza y revivir la idea de que lo justo, lo próspero y un buen futuro son posibles.
Pilares de un nuevo hacer serían: privilegiar el enfoque geopolítico de los problemas y soluciones tanto en lo exterior como en el interior, la concepción regional de un gobierno es cada vez más necesaria.
Sería deseable claridad en los objetivos metas, ejercer un liderazgo firme y justo, obligar la coordinación y cooperación entre actores, rexaminar nuestros potenciales y sostener en la tempestad que nos espera un esfuerzo vigoroso y continuado para el logro de los grandes objetivos nacionales y corresponder a las infinitas bondades con que México nos ha prodigado.