El pasado 28 de noviembre murió mi amigo Robert Farris Thompson, historiador que escribió libros y ensayos luminosos sobre el arte antiguo de África y lo que llamó “Afro Atlántico” o “Atlántico negro”, para referirse a la rica herencia que, en medio del dolor y la explotación, plantaron en el Gran Caribe y Estados Unidos los primeros esclavos y sus descendientes.
Su libro Flash of the Spirit: African and Afro-American Art and Philosophy es de consulta obligada por los estudiosos del tema y por quienes desean saber la importancia de la cultura de ese continente y su influencia en América. Igualmente lo son sus ensayos sobre hip-hop, música afrocaribeña y danzas africanas.
Thompson nació en 1932 en El Paso, Texas, y tuvo una estrecha relación con nuestra cultura. Visitó por primera vez México en 1950 y quedó fascinado por el estallido musical del mambo y por su creador, Dámaso Pérez Prado, a quien trató durante la estancia del compositor en Estados Unidos. En una entrevista que concedió a su amiga Merry MacMasters, que La Jornada publicó en abril del 2018, le dice cómo ese ritmo fue preferido por la generación beatnik, especialmente de Jack Kerouac.
El primer texto sobre el tema, que llegó a dominar como pocos, data de 1959 y versó sobre la danza y la música afrocubana. Fue fruto de su estancia entre los yorubas, en Nigeria, donde visitó pueblo tras pueblo para conocer las raíces de los ritmos a los que se dedicó a estudiar la mayor parte de su vida.
Ese trabajo pionero lo incluyó en su libro de 1971 Black Gods and Kings: Yoruba Art at UCLA. Además, divulgó la herencia del arte africano en sus espléndidos libros The Four Moments of the Sun: Kongo Art in Two Worlds (1981) y Face of the Gods: Art and Altars of Africa and the African Americas (1993). Cuando los museos y galerías de Estados Unidos discriminaban la obra de pintores y escultores afroamericanos, Thompson fue uno de los que abrió camino para valorarla y mostrar que el arte no se guía por el color de la piel.
Académico desde 1965, en la Universidad de Yale, con toda justicia, lo designó profesor emérito. Políglota, gourmet, respetado por los principales intérpretes de la música afrocaribeña, Thompson dedicó sus últimos años de vida a escribir la historia del mambo. Para él, resumía magistralmente las tradiciones y los ritmos vigentes a mediados del siglo pasado. Nos deja una herencia invaluable.