“Toda mi vida he huido de la solemnidad. La solemnidad siempre me pareció el traje de etiqueta de la mediocridad”
Abel Quezada
Nació con tutela majestuosa del Cerro de la Silla en Monterrey, Nuevo León, el 13 de diciembre de 1920, hijo del matrimonio de Juana Calderón y Miguel Quezada. Apenas pudo desplazar su mano con un lápiz, se puso a dibujar. Lo haría toda su vida, por gusto, afición, profesión. Cuando todavía era adolescente llegaría a realizar dos cartones por día para diferentes publicaciones. Sus personajes marcaron líneas para nuevas generaciones de caricaturistas en el país, lo que también se extendería a su gran labor pictórica. Su firma dejó escuela como el inmortal artista Abel Quezada.
Nace un cartonista
Abel tenía apenas 14 años cuando ya sus dibujos llegaban por envío para editarse en historietas en la capital del país ( Ídolo Rojo y Máximo Tops). Dos años después, decidió apersonarse para hacer base en la Ciudad de México, donde fue fundamental su encuentro con otro gran creativo del dibujo nacional: Germán Butze, que editaba con gran éxito el cómic Los Supersabios y a quien Quezada siempre reconoció como principal inspiración. De los formatos con texto, viñeta y desplegado de páginas enteras, aprendió mucho de lo que después haría con sus propios trabajos, con textos concisos, aprovechando en trazo y letra cada espacio de sus mensajes. Se preparó como ingeniero mecánico, con estudios también en electricidad, comercio y administración, estos últimos los cursó en San Luis Potosí. En el periodo que laboró en la construcción con su padre (hacia 1940-1942) creó dos historietas breves: La mula maicera y Primo Becerra.
Los tapados, los billetudos y los charros
Quezada diseccionó la naturaleza política mexicana en sus distintos estratos de poder. Combinó su visión del proletariado, el comercio y el deporte con la de esas figuras poderosas en los senderos políticos y empresariales, con el destacado Gastón Billetes, ataviado siempre con relucientes trajes, puros, calzado bruñido y el particular detalle de un anillo con diamante prendido en la nariz. Su caricatura política tenía mensajes muy claros para destacar las impericias de los líderes del país en cualquier ramo.
Quezada hizo de la transición presidencial y el ritual de El tapado, una especialidad absoluta. Si el presidente era el absoluto, el preciso, el tapado era la promesa, la opción ganadora, el hechizo no revelado bajo la tela con orificios en los ojos que resguardaba la incógnita de El candidato, el ser como suma de promesas, bienestares y compadrazgos para asegurar que el futuro fuera digno y próspero… para los cercanos.
Otro personaje que sirvió a Quezada para asestar la crítica fue su célebre Charro Matías. Estoico representante del PRI, capaz de charrearle al que fuera y en lo que fuera para salvar obligaciones y acertar en los privilegios. Era un deleite ver la serie en la que El Charro Matías busca ser el favorecido por la gente en una elección. Usando discursos, comilonas y artimañas conocidas, el personaje se afana en su enfebrecida campaña por ser el bueno. Fueron tantos sus trabajos que han podido antologarse editorialmente como libros con temas base, por ejemplo: El sistema, El cine, El mexicano, etcétera. Nosotros los hombres verdes reúne trabajos periodísticos. Su cáustica llegó a enumerar las necesidades de nuestra nación como el país problema, porque vivimos de los problemas que “son una fuente de trabajo inagotable y de ellos viven muchas familias”. Haría otros textos y otros libros, como El cazador de musas.
Abel pintor
El artista impregnó su divertido aunque rudo humor en varias publicaciones como Ovaciones, Esto, Excélsior, Novedades, Cine Mundial, Mañana y La Jornada, sin olvidar las portadas que hizo para la revista estadunidense The New Yorker. Al final de su carrera, el catálogo Quezada sólo de dibujo y pintura (fuera periodístico, para exhibición artística o publicitaria), supera las 10 mil piezas. Además, hizo cuadernos de viaje, producción teatral (en Nueva York, en 1949), fotografías, producción de televisión, publicidad cinematográfica, produjo lucha libre para Televicentro y cubrió Copas de futbol, series mundiales de beisbol, funciones de boxeo y encontró en la pintura la manifestación artística en que canalizó la madurez de su experiencia, su sensibilidad y, también, su escape de la escena política y sus controversias.
Como pintor de tiempo completo realizó una obra enorme que ha necesitado alta curaduría para exhibirse. Desde escenas costumbristas, evocaciones a tiempos gloriosos del boxeo, tauromaquia del absurdo en gran coso taurino, pilotos, paisajes diversos de carreteras y andanzas en bosques espigados, hasta la estación de trenes de Comales, Tamaulipas (pueblo en que pasó una temporada de su niñez y al que definía como “capital del mundo civilizado”), musas en sofás, acrobacias circenses y puntos de vista desde un palco teatral. Hizo galería extensa de equinos en todo tipo de suertes, poses, faenas y estirpes, solos o con jinetes que podían ser zapatistas o corredores de hipódromo.
Hay cuadros que son magia de la contemplación, con la hermosura que puede tener un conjunto de botellas coloridas, el paso de camión de servicios o un vendedor solitario en una playa cualquiera. El espectador se coloca desde su punto de vista frente a las acciones o contemplando a otros observadores, porque muchos personajes son vistos de espaldas; vemos al que ve. Quezada encuentra en lo cotidiano esa calidez de la vida con sus tonos y sus remansos, así como en el cartón político y la historieta destacaba las actitudes prototípicas y las villanías. En ambas visiones hay un descaro por hablar de la verdad: realidad de los opresores y oprimidos; de un admirador de la vida en todas sus formas policromas, parte de su biografía y su gran andar por el mundo, del que conoció casi todo, por encargos de prensa, invitaciones empresariales, giras presidenciales y actos de geólogos e ingenieros.
El viaje de la pelota
Pocos cuadros inducen a reflexionar como El fílder del destino, en el que un jardinero custodia, espera, busca o despide a la pelota de beisbol que no parece dispuesta a ser atrapada nunca. Con su lejanía se disuelve el juego. ¿Había juego? ¿Es un pelotero en acción de partido o sólo reflexiona admirando la lejanía en el campo sin esférica qué buscar? La imagen es extraordinaria: ante un cielo amplio, más que la porción de verde pasto que rodea al jugador, el cielo está libre de pelota alguna. Debe estar más arriba, en alguna parte. La sombra alargada del fílder marca un Sol de amarillo intenso, crepuscular. ¿Será que el jugador lleva minutos o hasta horas aguardando a que el objeto descienda para lograr el out de la victoria? No queda más que especular lo que piensa el jardinero con su uniforme del equipo Comales. Es una imagen poderosa, poética, un óleo perfecto. Cuando se le preguntaba qué hubiera hecho de no dibujar, su larga lista de actividades no realizadas solía comenzar con la de beisbolista. Así que debe ser Abel viendo hacia algún destino, el marcado por el dibujo lejano de la pelota y sus costuras perfectas.
Despedirse del periodismo
A Eduardo del Río Rius (a quien Abel le abrió las puertas en el medio periodístico) le dijo que había que mantener siempre un espacio para publicar. En su biografía ( Rius, mis confusiones, memorias desmemoriadas), el caricaturista y escritor michoacano lo cita: “Uno no debe retirarse nunca del periódico, porque se necesita tener una trinchera para defenderse y un escaparate para anunciarse”. Sin embargo, Quezada se retiró del periodismo paulatinamente (había ganado el Premio Nacional de Periodismo en 1980) y hasta rompió con la revista Proceso por afinidades políticas con funcionarios que eran atacados ahí. Nunca se dejó de exaltar el papel que tuvo al lado de Julio Scherer y su equipo en los momentos agrios del golpe a Excélsior, en 1976, de lo que dio bien cuenta Vicente Leñero. En el mismo 1976 lo nombraron director de Canal 13, pero en su discurso tuvo una postura de defensa de los periodistas y lo corrieron sin más. No tuvo tiempo ni de calentar la silla. En 1989 es cuando oficialmente publicó su último cartón. Cuando avisó que dejaba el cartón político dijo: “Es mejor irse vivo que muerto”.
Su calidad en todos los órdenes del dibujo, la caricatura y la pintura, marcaron pautas definitivas, como su memorable cartón en negro con la leyenda “¿Por qué?” tras la matanza del 2 de octubre de 1968, publicado en el periódico Excélsior. siempre tendrá un lugar especial.
La leucemia se llevó a Abel Quezada el 28 de febrero de 1991. Dejó el libro póstumo Antes y después de Gardenia Davis, una antología de cuentos. Su obra quedó como la pelota inalcanzable en el juego beisbol, con alguien que busca hacia arriba, en perpetua admiración.