La provocación del 15 de noviembre en Cuba fracasó. No lo dice el periódico comunista Granma, sino los promotores y patrocinadores de la marcha que no ocurrió. Lo reafirma el súbito silencio de los legisladores que viven de la industria anticastrista en Estados Unidos, como el de la representante María Elvira Salazar, que llegó a emitir desde Florida más de 20 comunicados en un día en Twitter para impulsar la revuelta en la isla, pero el 16 de noviembre paró en seco para evitar ser la cronista de su propio fiasco.
La publicitada provocación del 15N confirmó la hipótesis de que la conjunción de los medios y las plataformas sociales pueden crear ficciones y distorsionar la realidad. Lo que no pueden hacer es suplantarla. Mientras se intentaba enrarecer y envenenar el clima social, la isla respiraba por primera vez en dos años de la pandemia, ya tenía las tres dosis de vacunas más de 80 por ciento de la población –niños incluidos– y se abrían las fronteras, que en una nación rodeada de aguas por todas partes es la puerta principal al comercio y al rencuentro familiar.
Quien haya seguido de cerca esta operación, que comenzó hace dos meses e intentó repetir los disturbios del 11 y 12 de julio en Cuba, encontrará una estructura narrativa básica, común a todos los relatos: el 15N era un “movimiento contestatario” similar a los que han emergido en América Latina y en otras partes del mundo vía Internet, con jóvenes conectados a sus móviles y desconectados del socialismo cubano que podrían hacer desaparecer el comunismo en el Caribe con un trending topic sostenido.
En realidad, se trató de la cortina de humo para una típica operación de información del ejército de Estados Unidos (ahora llamadas Operaciones Militares de Apoyo de Información (MISO, por sus siglas en inglés). Dirigidas a influir en audiencias extranjeras para conseguir los objetivos de política exterior de Washington, estos ejercicios suelen activar varias acciones en simultáneo que han sido ampliamente documentadas en América Latina.
Desde Estados Unidos, cuyo gobierno emitió decenas de declaraciones de apoyo al 15N en menos de dos meses, se intentó de todo para forzar la revolución 2.0 en Cuba: guerra diplomática y simbólica; ciberataques con uso de robots de última generación en Twitter, cibertropas y virus informáticos que secuestran datos (el ransomware Cuba, por ejemplo); espionaje digital con el rastreo de toda la circulación aérea y naval en la isla, además de llamados continuos a la delación; propaganda e información falsa, manipulada e hiperbólica. También, convocatorias a marchas en más de 120 ciudades del mundo, flotillas navales, pago a influencers y movilización de los sistemas de operaciones en red de la derecha trasnacional, declaraciones de parlamentos y parlamentarios, acoso a embajadas y asedio al Vaticano, entre otras manifestaciones de presión internacional.
Hicieron a la par un gran esfuerzo por visibilizar la etiqueta #15NCuba. El objetivo era inaugurar y dar la máxima visibilidad a un movimiento social creado en laboratorio, que quedara en el imaginario como otros referenciados por sus hashtags: #jan25 para el levantamiento en la Plaza Tahrir, de Egipto, el 25 de enero de 2011; #VemPraRua (“Ven a las calles”) en Brasil, contra Dilma Rousseff; #direngezi para las protestas de Gezi Park en Estambul; el #15M en España; #occupywallstreet en Nueva York, y muchos más.
Al no encontrar ninguna imagen en las calles de Cuba que lo sostuviera, el “movimiento #15NCuba” se desinfló en menos de 24 horas. Sin embargo, el sistema de propaganda de precisión de los militares estadunideses sigue afilando sus tácticas. Mientras redacto esta colaboración hay decenas de convocatorias en Internet para combatir el supuesto totalitarismo cubano con disfraces de corrección política o a lo bestia, llamando a la desestabilización económica y a la violencia. Ahora mismo, desde perfiles falsos en Facebook, se convoca a algo tan disparatado y peligroso como ir en caravana migratoria a la base militar que tiene Estados Unidos en Guantánamo.
Fracasó la campaña del 15N, aunque nadie tiene dudas de que apenas está comenzando una nueva forma de guerra encubierta o terrorismo 2.0 que sólo puede diseñar un Estado contra otro. Estados Unidos, que no ha podido en más de 60 años con Cuba, opta por el apocalipsis digital. Pero no será un paseo para Washington, a juzgar por cómo le fue en su primera escaramuza.