Los festejos sobre la aparición de la Virgen de Guadalupe tienen una profunda raíz cultural que se remonta al contorno mesoamericano conquistado por los españoles. Estamos ante la devoción mariana más importante que existe en el mundo. La basílica de la Ciudad de México es el santuario católico más visitado en el mundo, después de San Pedro, en Roma.
Tonantzin Guadalupe refleja de manera profunda lo que es la religiosidad popular del pueblo mexicano. Es la fe de los sencillos que escapa al control eclesiástico. Es la práctica religiosa de campesinos, indígenas, jornaleros, taxistas, albañiles y obreros que no requieren grandes doctrinas, de encíclicas ininteligibles ni de complejas ecuaciones teológicas. Es la fe de lo vivido, a través de expresiones simbólicas como la fiesta, la procesión, el festejo patronal, la peregrinación, los cultos en familia. Son prácticas de fe, de sensibilidad popular, en las que se construyen de manera dinámica la adhesión a la advocación mariana.
Si uno emprende una encuesta, hallará que actualmente más de 80 por ciento de la población cree en la Virgen. Por tanto, hay una existencia social e independiente de los relatos milagrosos de su aparición ni de la teofanía. Por ello, desde hace siglos, el fenómeno guadalupano atrae la observación de creyentes y no creyentes; de históricas polémicas entre partidarios aparicionistas y de antiaparicionistas.
También es ineludible para el observador social la gravitación peculiar en la construcción de la cultura novohispana y de la identidad nacional. Tonantzin Guadalupe representa una fusión de culturas. Tonantzin era la diosa madre de la naturaleza y de la muerte, era la madre de los dioses y una devoción muy respetada en la esfera mesoamericana. Dicha deidad femenina se sincretiza con la advocación extremeña a María. La imbricación de dos deidades femeninas desemboca en una dimensión materna. Tonantzin y María de Guadalupe, cobijan y amparan el caótico mundo mesoamericano que se transforma radicalmente con la conquista. El pueblo mexica es conquistado militarmente y su cultura aplastada bajo la brutal imposición de un nuevo orden social. Hay una humillación al pueblo guerrero que encuentra consuelo con la madre Tonantzin Guadalupe. Con esta misma lógica Guadalupe acompaña, da consuelo e identidad ante un nuevo y dramático entorno. Mismo fenómeno que podemos encontrar en la actualidad, con nuestros migrantes que en la diáspora encuentran ese mismo consuelo y soporte.
La religión que practicaban los mexicas era politeísta, pero existían expresiones particulares de culto que se utilizan en la religión monoteísta. Así lo referenció Rafael Tena, en su libro La religión mexica: “Ellos se referían a dios como nuestro padre, nuestra madre, aquel por quien vivimos, y estos no son conceptos introducidos por los europeos, sino que se pueden comprobar que eran conceptos autóctonos”.
Fray Bernardino de Sahagún (1500-90), misionero franciscano y precursor de la etnología mexicana, veía con sospecha cómo los originarios visitaban el santuario de Guadalupe en el cerro del Tepeyac, cuando ahí mismo, se había adorado a Tonantzin, “nuestra madre”. Leamos un fragmento de sus dudas: “Los indios vienen de muy lejos, tan lejos como de antes. Por ello, la devoción también es sospechosa, porque en todas partes hay muchas iglesias de Nuestra Señora, y no van a ellas, y vienen de lejanas tierras a esta Tonantzin, como antiguamente”.
El relato del Nican mopohua, escrito por Antonio Valeriano, describe las apariciones de Guadalupe a Juan Diego, ocurridas en diciembre de 1531. Ahí hay una narrativa fundante: “Quiero mucho y deseo vivamente que en este lugar de Tepeyac me levanten mi ermita. En ella mostraré y daré a las gentes todo mi amor, mi compasión, mi ayuda y mi defensa”. El Nican mopohua está contenido en un libro más amplio, editado por Luis Lasso de la Vega y publicado en el año de 1649. El Nican mopohua significa “Aquí se narra”, es un libro poco leído pero ha marcado nuestra cultura. Hay una síntesis de relatos, la prehispánica, a través de la Tonanztin, y el emblema de la Virgen María que encajan muy bien con ambas tradiciones. Hay un proceso de mestizaje religioso. Empata con una serie de elementos de las advocaciones marianas como una variante en Europa. La Virgen de Guadalupe española, extremeña, que es una virgen morena también, llamada dentro del género de lo que son las vírgenes negras.
El historiador Miguel León-Portilla, en un libro entrañable titulado Tonantzin Guadalupe: pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el Nican mopohua, reconoce que el factor guadalupano ha sido un poderoso polo de atracción en nuestra cultura y fuente de inspiración e identidad. León-Portilla recuerda lo que ella ha significado en momentos de pestes, inundaciones, hambrunas y de afán del pueblo novohispano de encontrarse a sí mismo en los tres siglos del México colonial. Tonantzin Guadalupe es el estandarte de la Revolución de Independencia, elegido por el cura Miguel Hidalgo y retomado por José María Morelos y Pavón. Es una poderosa insignia en la revolución de 1910, exhibidas por las tropas comandadas por Emiliano Zapata y la volvemos a encontrar en levantamiento zapatista en Chiapas, a fines en 1994.
En suma, con respeto a la cultura evangélica, Tonantzin Guadalupe se vuelve la figura religiosa más importante de la nueva nación. Su custodio cultural, ya no es sólo la población indígena como al principio, ni de los criollos como en la época colonial, sino que se convirtió en el símbolo de la nación mexicana, una nación mayoritariamente mestiza y religiosamente cada vez más diversa.