Estados Unidos está obsesionado con Cuba. No concibe que sea un país soberano e independiente. Para dominar a la isla, le impuso un bloqueo brutal, cuyo propósito es asfixiar al pueblo cubano para que se rebele contra el gobierno.
El bloqueo viola el derecho internacional y los principios básicos de la convivencia entre las naciones. Es un acto de guerra, un atentado de genocidio contra el pueblo cubano, especialmente durante esta pandemia de Covid-19. Viola el artículo 2 b y c de la Convención de Prevención y Castigo al Genocidio que adoptó Naciones Unidas en 1948, y hasta la desprestigiada OEA considera la agresión económica un delito internacional.
No es sorprendente que la ONU haya votado, por mayoría abrumadora (casi unánime) en más de 30 ocasiones una resolución condenando el bloqueo.
Pero el bloqueo no es la única injerencia del gobierno de Estados Unidos para tratar de efectuar un cambio de régimen en Cuba. Durante los últimos 25 años, Washington ha presupuestado más de 25 millones de dólares al año para tratar de tumbar al gobierno cubano. O sea por lo menos 625 millones. Digo “por lo menos”, porque esos son solamente los fondos públicos. Sabemos que también tienen presupuestados millones de dólares al año para proyectos encubiertos.
La inversión multimillonaria de Estados Unidos en Cuba es para tratar de estimular lo más posible la crítica al gobierno cubano, crítica que, gracias a las redes sociales y a la tubería de dinero que invierte Washington, está muy sobredimensionada. Crean líderes de oposición y tratan de seducir a los jóvenes y a los más vulnerables para que agiten en favor del derrocamiento del gobierno. No quiero sugerir de que todos los disidentes en Cuba son contratistas de Estados Unidos.
Washington y sus amiguitos mayamenses analizan a la sociedad cubana para identificar los sectores más susceptibles a una seducción mediante una crítica exagerada sobre las deficiencias del gobierno.
La vida en Cuba es dura. No es fácil impulsar una economía próspera, cuando el país más poderoso del planeta está tratando de asfixiarlo. La pandemia también ha golpeado a la isla. Cuba tuvo que cerrar sus fronteras al turismo por meses. Sin las divisas del turismo y sin acceso a préstamos internacionales, muchos están sufriendo y están disgustados. Con el gobierno, con la burocracia y con la vida.
Tanto Washington como Miami alimentan y amplifican las quejas comunes de los cubanos de a pie. La marcha del 15 de noviembre, que nunca ocurrió, generó 185 declaraciones amenazantes de parte del gobierno estadunidense entre el 22 de septiembre y el 16 de noviembre. Sin embargo, Washington no emitió declaraciones sobre las 103 personas en Colombia que sufrieron lesiones en los ojos, entre abril y julio de este año, causadas intencionalmente por la policía antidisturbios. O sobre las 463 personas que recibieron lesiones en los ojos durante manifestaciones pacíficas en Chile.
Contra lo que piensan muchos, la obsesión de Estados Unidos con Cuba no comenzó con el triunfo de la revolución. Siempre ha asumido que Cuba le pertenece.
En 1823, John Quincy Adams, secretario de Estado de Estados Unidos, declaró que “de la misma forma que una manzana que se desprende de su árbol por un vendaval sólo puede caer al suelo, Cuba, separada de España por la fuerza e incapaz de subsistir por sí sola, sólo puede gravitar hacia la unión norteamericana”.
El hostigamiento de Washington contra Cuba, tras el triunfo de la revolución, ha sido violento. Luego de una fallida invasión en 1961, lanzó acciones terroristas contra la isla, utilizando a muchos cubanomayamenses. También sabotaje biológico.
Quizás ustedes han escuchado a algunos de estos terroristas pidiendo a gritos una intervención militar estadunidense contra Cuba. Que lluevan bombas desde Estados Unidos en las calles donde anteriormente caminaban con sus padres, sus hermanos y sus vecinos. Algo insólito.
Gran parte de los millones de dólares que Estados Unidos tiene presupuestados para cambio de régimen en Cuba se queda en Miami, donde ha generado una industria de odio contra la isla; odio que resulta en la satanización no nada más de Cuba, sino también de los demócratas y de Joe Biden. Sólo en Miami pueden pensar que Biden y Kamala Harris son comunistas y que Cuba es un Estado fallido. Pero esa es la mentira que se han tragado, gracias al uso cínico de las redes sociales que hacen los grupúsculos receptores de la lluvia de dólares proveniente de Washington.
El gobierno de Biden ha decidido romper con la política de Obama hacia Cuba, para halagar a los votantes trumpistas cubanomayamenses. Votantes que aún piensan que el verdadero triunfador de las elecciones presidenciales fue Trump y que Biden no es un presidente legítimo.
Pero hay otros votantes de ascendencia cubana en Miami que piensan diferente y que apoyaron a Biden en la última elección, precisamente porque les prometió levantar las sanciones de Trump y permitir que mandaran dinero a sus familiares en la isla.
Para ganar más votantes en Florida, Biden necesita diferenciarse de Trump. Los trumpistas jamás van a votar por los demócratas. Obama ganó Florida, precisamente porque se distinguió de los politiqueros republicanos.
Aspiremos a una relación de normalidad, de paz, entre Cuba y Estados Unidos. Que Washington quite la rodilla que tiene sobre nuestro cuello y nos deje respirar. Que levante las sanciones y el bloqueo. Que use los millones y millones de dólares no para tratar de cambiar el gobierno cubano, sino para vacunar al tercer mundo.
Listen, Biden, Cuba no es la manzana que John Quincy Adams dijo que iba a gravitar hacia Estados Unidos al caer de un árbol. Cuba es una orgullosa nación libre y soberana. Biden y sus asesores debiesen estudiar la filosofía política de, Benito Juárez quien sabiamente expresó que “el respeto al derecho ajeno es la paz”.