La multitud reunida en el Zócalo los deslumbró y los indujo a variados enojos y dudas. Quedaron por largo rato llenos de incertidumbre ante lo que ocurría en esa reunión festiva. Tardaron en reaccionar y, para recomenzar su siempre pálida marcha reflexiva, aspiraron con fuerza. Tuvieron que cavar algunas de sus usuales trincheras antes de lanzarse a la abierta descalificación. Varios pruritos momentáneos detenían sus críticas debidas. No podían encontrar el asidero que requerían para lanzarse a limpiar su desconcierto y estupor por lo visto y oído. Pero, después de varios minutos de espasmos, difícilmente dominados, entraron de lleno a la refriega acostumbrada: una larga enumeración de los errores, ausencias, contradicciones o mentiras flagrantes que, a lo largo de estos tres años pasados, fueron hilvanando como torpes achaques gubernativos. La defensa de sus creencias e intereses le sirve como acicate formidable para librar lo que consideran la batalla en defensa de las instituciones y la incipiente democracia lograda. Su prolongado entrenamiento, primero como entusiastas apoyadores del concentrador, injusto y decrépito sistema establecido y, después, como acerbos críticos de lo que les espanta, les proporcionó el pizarrón de sus intuiciones tan compartidas al alimón. Y ahí han quedado como petrificados, pero con el escudo de una larga cadena de terribles condenas y desgracias venideras de su propia invención. No habrá recomposición ni tregua posible. Se irá hasta el mero final sin remedios ni curación, cicatrizando los miedos que les insufla el populacho alebrestado.
La explicación a su desconcierto es, según narran, sencilla: la muchedumbre está encandilada por una retórica simplona, tramposa, pero penetrante. El mago de las mañaneras los ha obnubilado por millares y por un tiempo elástico que ya dura años. Es por eso que, además, sus fieles están contentos y acuden en tropel al llamado del profeta que los engaña y hechiza sin miramientos, emparejando con arranques destructivos. Es por eso que, a pesar de no haber logrado nada concreto en estos años, cruzados de pandemia, la gente sostiene a un gobierno y espera venideros bienes inexistentes. Esa es la valedera explicación que ha fermentado en sus entendederas la comentocracia. Y, como por arte de magia, todo vuelve al añejo carril usado como escudo a pesar de que un Zócalo rebosante los descuadró momentáneamente. Eso explica todo: una muchedumbre que ha hecho suya la tonta utopía transformadora. Un ambiguo retozar de personas carentes de pensamiento propio.
No han querido, o tal vez no han podido, identificar la viga que los ciega. Atacan antes de observar sin prejuicios y reflejos condicionados por sus variados intereses. En su necia cantaleta asumen estar delante de un fracasado gobernante, ignoran el fenómeno de algo cierto, estimulante y benéfico para muchos. Una sencilla mirada a las conveniencias personales de amplios grupos sociales les facilitaría una mejor y acertada comprensión de lo que sucede. Trascender, aunque sea por momentos, los valores y posibles resquemores causados por el drástico cambio en proceso. Ese cautivo auditorio, al que siempre acuden y tocan con destreza, insistentemente, les impide ampliar su campo visual. Y, lo más importante, entender y participar en la construcción del México que surge indetenible.
No todo lo que ha salido o saldrá de Palacio Nacional será unívoco, útil y valedero para la mejor marcha del país. Sin duda ha habido equívocos y diseños erróneos, a trompicones. Mucho de lo formulado posiblemente caerá en saco roto o será trastocado por ineficiente tratamiento en su aplicación. Lo importante es notar que, aunque errado en sus concreciones o trazos, se piensan con tintes sanos y atendiendo, siempre, a los muchos que han sido golpeados. Así conviene situar la perspectiva de una imperiosa continuidad de lo emprendido desde el inicio: primero los pobres. La lucha y las preocupaciones actuales se rellenan con miradas, programas e intenciones de consolidar la ruta emprendida. El ensanchamiento de la conciencia, individual y colectiva, para seguir cambiando lo injusto del sistema antes imperante está en movimiento. Asunto que habrá de tomarse como hecho efectivo y hasta mensurable.
La oposición ha iniciado su ruta por impedir la continuidad, dirigida hacia la transformación efectiva del régimen anterior y para modelar otro de bienestar colectivo. Ha escogido ya la variante electiva que mejor le garantiza las indispensables modificaciones de ruta, en consonancia con sus intereses. Los años venideros insistirán en ello y en desacreditar las factibles opciones que sientan duras para su conveniencia. Están en su pleno derecho. La solución se tendrá que acoplar con cálculos de triunfo, gobernabilidad y lozano atractivo de posturas indispensables. Lo que se solicita es transitar por la no violencia y el derecho aunque se diga que, para triunfar, todo se vale.